≪❈PREFACIO ❈≫

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Enero, 1185

La niebla había comenzado a caer en Damasco lo cual indicaba el inicio del invierno, el escalofrío y la corazonada en el cuerpo de Zaynab le indicaba un mal presagio, algo trágico que estaba por pasar,  precisamente su conciencia retumbaba su cabeza una y otra vez, había tenido pesadillas seguidas las tres últimas noches, en las cuales un árbol seco se incendiaba y a lo lejos se percibian los ecos de los gritos de la gente victimas de aquel incendio.

Ahmed: Hija mía, ¿Te sientes bien?

La voz de su padre logró sacar del trance a Zaynab, quien estubo sumergida en sus pensamientos y preocupaciones por más de media hora,suspiró y paseó su vista por la ventana la cual reflejaba la gran neblina que cubría todas las viviendas de un humo blanco el cual transmitía nostalgia y mal augurio.

- Siento frío, padre...

Ahmed: Hasta ahora no has tocado tu comida, Allah nos ha bendecido con abundante pan árabe hoy, en medio de estos días de guerra.

Zaynab: ¿Crees que el sultán Saladino nos protege lo suficiente? Jerusalén buscará mayores estrategias de conquista para ganar la guerra.

Ahmed: Honestamente, no creo que "El rey cerdo" logre ese objetivo, su enfermedad acabaría con él antes de que lo logre.

Zaynab tiró un manotazo a la mesa de madera y se incorporó con gestos de enojo dibujados en su hermoso rostro.

-¿Cómo puede alguien devoto y servidor de Allah expresarse así  de una persona?

Ahmed caminó hasta su hija lentamente, estiró su mano hasta tocar el hombro de ella y clavó su mirada en sus ojos negros.

- Hija mía, recuérdalo, ellos son nuestros enemigos, son gente muy cruel, deberías de odiarlos.
- No soy capaz de odiar a nadie, padre- musitó débilmente- mi corazón no posee la suficiente dureza e insensibilidad para experimentar ese tipo de sentimientos así haya  habido un motivo fuerte, la tristeza siempre será mas fuerte que mi enojo- observó atónita a su padre  y se sentó a darle un mordisco a su pan. Abruptamente unos gritos de pavor y pánico provenientes  de afuera los hicieron ponerse en alerta,los ruidos bruscos produjeron que se dirigieran a las afueras para ver lo que acontecía.

Un grupo de caballeros templarios destruía e incendiaba casas, asesinando con crueldad a los habitantes de Dámasco. La mirada atónita y asustada de Zaynab consumida por el miedo la había paralizado y se encontró indispuesta e incapaz de mover un solo músculo.

Ahmed tomó del brazo a su hija y echaron a correr sin rumbo, no había tiempo de tomar algunas de sus pocas pertenencias que tenían en su poder, aquel ataque era abrupto. Además en el último medio año habían tenido que rehacer su vida tres veces en diferentes lugares de Damasco debido a que los ataques habían mostrado una notable incrementación.

Reinaldo de Chatillon, un templario francés participante de la segunda cruzada y había permanecido en Jerusalén desde el último fracaso de la misma, Desesperado y angustiado por tal acto había tomado la oscura decisión de conquistar tierras musulmanas por su cuenta de la manera más cruel y atroz. . que la maldad humana podía alcanzar: Matando inocentes

El rey Baldwin IV de Jerusalén desconocía completamente dichos ataques, ya que por años había hecho cosas inimaginables para obtener la paz y detener las muertes. Si el rey era informado de estos actos crueles hechos por su caballero, su furia contra el que se desataría posteriormente iba a ser incontrolable. Reinaldo, para evitar ser descubierto mencionaba que dichos ataques habían sido ordenados por dicho rey, por lo tanto la gente de distintas tierras musulmanas habían creado odio en su corazón por él.

Ahmed: ¡Zaynab corre! ¡No te detengas!- su mano sostenía estrechamente la de su hija, mientras movían sus pies a gran velocidad para no ser alcanzadas por Reinaldo y su ejército, avanzaron un poco más y fueron interceptados por un caballero el cual los hizo frenar en seco y los apuntó con su espada, Ahmed se colocó delante de su hija para protegerla.

Ahmed: A ella no le hagas nada, toma mi vida, pero a mi hija no la tocas.

Zaynab: ¡Padre, no! - gritó y forcejeó con su padre para que éste no desenvaine su daga.

Ahmed: Corre- le susurró.

Zaynab: ¡No te dejaré, padre!- sus ojos estaban llenos de lágrimas

Ahmed: Te amo, Allah te bendiga- esas fueron las últimas conmovedoras palabras que le susurró al oído de su hija, antes de apartarla con un empujón y correr a abalanzarse con el enemigo para luchar mano a mano.

Zaynab contemplaba la escena observando en un mar de llanto como las estocadas del templario acabaron pronto con la vida de su padre, cuya daga parecía inservible y hecha de plástico, sintió que su alma quería irse con el al verlo caer al suelo sin vida a pocos. . metros de ella. Lanzó un grito desgarrador, de esos que son más fuertes que las catacumbas de la guerra, ahora si todo estaba perdido, su madre y su hermano habían muerto a manos de los cristianos en el ataque anterior encabezado también por Reinaldo, ahora estaba sola en el mundo ¿Para qué vivir? Si había pedido a los seres que más amaba, ¿De qué sirve vivir? Si ahora las cicatrices que poco a poco estaba sanando con el amor de su padre se habían vuelto a abrir y la herida comenzaba a sangrar otra vez, ya no tenía a nadie.... en su mente no existía ruido alguno, solo el sonido del golpe mortal de la espada que había golpeado a su padre, el llanto de ella que no cesaba, y el ligero ruido de sus puños golpeando la arena embarrada por la neblina.

De pronto e inesperadamente, algo golpeó su cabeza tan fuerte que en seguida, la visión se le nubló, sus ojos se cerraron y cayó inconsciente, ahora en su mente había estática y ruido blanco. Ella estaba feliz porque por fin se reuniría con su familia en el Jannah, esa familia que tanto amaba y que no imaginaba la vida con sentido sin la existencia de ellos.

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