—¡Emilio, vuélale la puta cabeza! ¿Qué mierdas esperas? —gritó un hombre, agarrándolo de los hombros—. ¿No ves que es un chivato? Estos hijos de puta solo traen problemas.
—Pero, pero en serio, necesito ir al baño —balbuceó Emilio.
—Primero dices que tienes un asunto pendiente con tus hijos, después que tienes que hacer un recado, y ahora esto. ¿Qué mierdas te pasa, Emilio? Tú no eres así.
—Lo sé, lo sé —empezó a sudar—, pero estos días han sido duros, ya sabes, compa.
—Sí, lo sé —contestó el hombre, pensativo—. Desde que pasó ese tiroteo, muchos de nuestro grupo no han vuelto a la normalidad. Bien, no te preocupes, tú descansa. Yo me encargo de este tipo.
Emilio entregó rápidamente el arma y se dirigió al baño. Entró, cerró la puerta con nerviosismo, abrió el grifo y se echó agua fría en la cara. Cerró el grifo y se miró al espejo, con lágrimas en los ojos y una expresión completamente abatida.
—¿Hasta cuándo voy a aguantar esto? —se echó a llorar.
Hace 2 meses
Los cómics, figuras de acción, ropa, envoltorios de dulces y papas cubrían todo el cuarto, dificultando el paso de la mujer.
—¡Movidick! —gritó ella.
De golpe, un hombre emergió entre la basura. Tenía una larga melena cubierta de trozos de comida y un pequeño mostacho descuidado, una tonalidad de piel color caramelo y ojos rojizos, señalando lo poco que había dormido esos últimos días.
—¿Qué pasa? —preguntó con voz somnolienta.
—¿Cómo que "qué pasa"? —le reprochó—. Esta habitación da asco, ¿es que no lo ves?
—¿Y a ti qué te importa?
—Claro que me importa, me preocupo por ti, siempre lo he hecho.
—Pues si te preocupas tanto por mí, te agradecería que te fueras, me perjudicas.
—Tú sí que eres el que me perjudica. Siempre intento hacer todo mi esfuerzo por ti, trabajo desde las 8 de la mañana hasta las 7 solo para mantenerte y ni siquiera puedes apreciarlo. No mereces nada de mí. Te has convertido en tu padre.
—¡Maldita! ¿Cómo puedes decir eso?
Ella lo miró con los ojos llorosos y no pudo seguir hablando.
—Vete —le señaló la puerta de su habitación.
Con cara de desgana y sin mostrar expresión de tristeza, él se fue evadiendo los objetos a su alrededor con increíble agilidad.
Las calles estaban vacías. El sol golpeaba tanto que impedía la comodidad y provocaba sudor. Movidick se sentía tan sofocado que corrió con todas sus fuerzas a un restaurante que se encontraba a tres calles de distancia.
—Mierda, ¿por qué hace tanto calor? Necesito un aire acondicionado y un helado —agitaba las manos y los pies intentando esquivar los rayos del sol.
A punto de entrar, se topó con un grupo de cinco personas que portaban grandes maletines y vestían de negro, combinando con cadenas de oro y gorras de vaquero. Estos se colocaron al frente de la puerta y la abrieron.
—Hola, buenas. ¿En qué les puedo ayudar? —preguntó el encargado.
Movidick, sin entrar, los observó con cautela.
—Hijo de puta, Emilio —habló uno de ellos—, la chusma me jodió el negocio y todo esto es por tu culpa, cabrón de mierda —sacó un arma de su chaqueta y apuntó con ella.
Movidick no podía ver a quién hablaba porque los hombres bloqueaban la visión, pero se preocupó al ver el arma. Con pequeños pasos, se alejaba. Los cuatro restantes abrieron los maletines y sacaron ametralladoras.
—¿Quieres dejarme en paz? —una voz resonó dentro.
Inmediatamente, los disparos retumbaron y destrozaron el restaurante.
El miedo que experimentaba Movidick fue tan intenso que quiso gritar con todas sus fuerzas, pero apenas tuvo tiempo de hacerlo porque poco después una explosión destruyó gran parte de la zona, menos a él, que salió disparado hasta chocar con una farola, lo que lo dejó escupiendo saliva. El pitido retumbaba en su cabeza y el dolor le recorría todo el cuerpo, impidiéndole moverse. Levantó la cabeza y solo pudo ver una cosa en el restaurante. Levantó un poco más la mirada y vio cuerpos chamuscados cayendo desde el cielo, aterrizando encima de coches y papeleras.
No podía parar de temblar. El dolor, el miedo, el horror y la confusión invadían su mente. Incapaz de oír los gritos de la gente que salía de sus casas, salió corriendo a trompicones, intentando olvidar esa escena.
Corrió con todas sus fuerzas.
—Pero, ¿qué mierda acabo de ver? No puede ser, debo estar soñando —dijo con lágrimas en los ojos.
Pasó al lado de un hombre con un largo y grueso mostacho y tonalidad caramelo.
—¿Jefe? —le preguntó mientras pasaba a su lado.
—¿Qué?
—¿Qué hace corriendo? —preguntó mientras comenzaba a correr detrás de él.
—¿Quién coño eres tú? —miró atrás—. Aléjate de mí, no me sigas.
—Vamos, jefe, no diga bromas así que me entristezco —le sonrió, enseñando sus amarillos y malformados dientes.
—Si no me dejas en paz, llamaré a la policía.
De repente, el hombre se paró en seco y se echó a reír descontroladamente. Movidick aprovechó para acelerar el paso.
—Qué gracioso, ya le llamaré.
Aceleró el paso al ver que no lo veía.
—Pero, ¿quién era ese fenómeno? —preguntó disgustado.
Antes de poderse relajar, un coche negro pasó a toda velocidad hasta colocarse a su lado. La puerta se abrió y una mano apareció, agarrándole del brazo y jalándolo hacia el interior del coche.
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Narcos y espias: juego de caza
ActionSinopsis Movidick Manrouw, un desempleado de 25 años que vive con su madre, ha sido incapaz de completar sus estudios ni de encontrar trabajo. Un día, se ve envuelto en un tiroteo donde dos personas idénticas a él mueren. Este evento lo arrastra a u...