Entrenamientos

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Los primeros días en Cobra Kai fueron duros. Tori luchaba por mantener la concentración, su mente a menudo vagando hacia recuerdos que no podía dejar atrás. El dojo era un refugio, pero también un recordatorio constante de lo que había perdido. A veces, el eco de los gritos y golpes la distraía, llevándola de vuelta a los momentos más oscuros de los últimos meses. Cada vez que cerraba los ojos, veía a su madre, y la culpa y el dolor la abrumaban.

El teléfono de Tori aún mostraba llamadas perdidas de Robby, y mensajes de Amanda LaRusso intentando hacerla regresar a Miyagi-Do. La insistencia de Amanda era un peso más sobre sus hombros. No podía volver allí, no después de que Daniel le negó la oportunidad de pelear. Sentía que le habían arrancado algo, como si le hubieran cerrado la puerta en la cara en un momento en que más necesitaba pertenecer. Robby no la buscó, y aunque lo entendía, no dejaba de dolerle. Él tenía una nueva vida, una familia con su padre y el torneo, mientras que Tori seguía atrapada, sin saber bien hacia dónde ir. Estaba sola otra vez, pero tenía que seguir adelante. Tenía que ganar, por ella y por su madre.

Seis meses después:

Tori estaba entrenando en el dojo, sus movimientos eran más precisos y llenos de furia contenida. Había aprendido a canalizar su dolor en cada golpe, a usar su ira como combustible. Kreese caminaba entre los estudiantes, observando todo con una mirada crítica.

-¡Nichols, Kwon! -gritó Kreese, interrumpiendo su concentración.

Ambos se dirigieron al centro del dojo para un sparring. Kwon apenas llevaba más tiempo que ella en el dojo, pero ya había demostrado ser uno de los más fuertes. Tori lo observó, calculando sus movimientos. Sabía que no podía darse el lujo de mostrarse débil, no frente a Kwon ni frente a nadie.

-Muéstrame lo que sabes, Nichols -dijo Kwon con calma, tomando posición.

Kreese dio la señal y el combate comenzó. Kwon lanzó una ráfaga de golpes rápidos, obligando a Tori a retroceder. Su cabeza estaba enfocada, pero cada ataque resonaba en su mente como un eco de todo lo que tenía que probar. Tori respondió con una patada giratoria, buscando desequilibrarlo, pero Kwon apenas se movió.

Kwon contraatacó, sus movimientos eran controlados, cada golpe medido. Un puñetazo a su abdomen la dejó sin aire, pero Tori no se detuvo. No podía permitirse parar, no después de todo lo que había pasado. Se recuperó y lanzó un golpe directo a la mandíbula de Kwon, logrando hacerlo retroceder.

Kwon sonrió apenas, un gesto mínimo, reconociendo su fuerza sin necesidad de palabras.

-Buen golpe.

Tori asintió brevemente, sin sonreír. No estaba ahí para los elogios, solo para pelear.

-Eso es suficiente -dijo Kreese, interrumpiendo el combate-. Ambos lo hicieron bien. Pero recuerden, aquí no hay lugar para la debilidad.

Se separaron, cada uno regresando a su lugar. Tori sintió que sus manos temblaban ligeramente, pero lo escondió detrás de una máscara de indiferencia.

(...)

El entrenamiento se intensificaba cada día más, y Tori se esforzaba al máximo, ejecutando cada movimiento con precisión. Bajo la mirada implacable de la sensei Da-Eun, cada error se sentía como una falla personal. Tori seguía recordando el dolor de sus primeras semanas allí, especialmente el día en que Da-Eun la obligó a romper el bloque de hielo, dejando una cicatriz en su mano que todavía dolía. Esa marca era un recordatorio constante de que no podía bajar la guardia.

El abuelo de Da-Eun, un hombre de mirada fría y presencia imponente, había comenzado a aparecer en el dojo de vez en cuando para supervisar los entrenamientos. Aunque ya no enseñaba a tiempo completo, su influencia se sentía en cada rincón del lugar. Sus métodos eran crudos, sin espacio para errores, y su severidad superaba incluso a los entrenadores habituales de Cobra Kai.

Cuando él estaba presente, la atmósfera en el dojo cambiaba. Los estudiantes entrenaban en un silencio tenso, conscientes de que cualquier fallo podría desencadenar su ira. Sus instrucciones eran breves, y los ejercicios que imponía parecían diseñados no solo para fortalecer el cuerpo, sino para quebrar la voluntad. Castigaba la más mínima vacilación con ejercicios brutales, como correr con sacos de arena en la espalda o mantenerse en posición de plancha mientras él caminaba a su alrededor, señalando con dureza cada temblor en los músculos de los estudiantes.

Para Tori, estos días eran los más difíciles. El abuelo de Da-Eun no solo esperaba perfección; la exigía con una intensidad que no dejaba espacio para la duda. Durante uno de sus primeros entrenamientos con él, Tori tuvo que romper una serie de tablones gruesos, cada uno más resistente que el anterior. Su mano, todavía resentida por el hielo que Da-Eun la había obligado a romper meses atrás, temblaba con cada golpe, pero ella continuó, endureciendo su expresión para no mostrar el dolor. Cuando terminó, su mano estaba en carne viva, pero el anciano ni siquiera la miró, simplemente pasó al siguiente estudiante sin un gesto de reconocimiento.

Él no tenía tiempo para la compasión. En su mente, o eras fuerte o eras débil, y en Cobra Kai, no había lugar para lo segundo. Para Tori, estos entrenamientos se sentían como una prueba constante, un desafío no solo físico sino emocional. El abuelo de Da-Eun representaba todo lo que ella tenía que superar: su dolor, su miedo y la constante sensación de que siempre estaba al borde de caer.

En más de una ocasión, lo había visto hacer que los estudiantes pelearan entre ellos sin guantes, forzándolos a usar solo la fuerza bruta y la resistencia mental. Las sesiones con él eran agotadoras y despiadadas, y los alumnos salían del dojo con moretones, cortes y músculos adoloridos, pero también con una determinación renovada. Para Tori, esos momentos eran un recordatorio brutal de que no podía permitirse flaquear. Cada golpe que recibía, cada instrucción gruñida por el abuelo de Da-Eun, la empujaba más allá de sus propios límites.

El anciano rara vez hablaba con ella directamente, pero sus ojos seguían cada uno de sus movimientos. Había una expectativa no dicha, una presión que Tori sentía cada vez que su mirada se posaba en ella. Aunque no lo mostraba, su presencia la afectaba profundamente. Entrenar bajo la mirada vigilante del abuelo de Da-Eun era como enfrentar un juicio constante, y Tori sabía que cualquier signo de debilidad sería aprovechado para demostrar que no pertenecía allí.

Sin embargo, era en esos momentos de tensión máxima donde Tori encontraba su verdadera fuerza. El dolor de sus golpes, el ardor de sus músculos al límite, y el peso de las expectativas del anciano, se convirtieron en el combustible que la mantenía en pie. Cada vez que se tambaleaba, cada vez que sentía que sus piernas no podían más, se repetía a sí misma que tenía que seguir, que no podía fallar, no aquí y no ahora.

𝔄𝔩𝔪𝔞𝔰 𝔡𝔢 𝔠𝔬𝔪𝔟𝔞𝔱𝔢-𝔉𝔞𝔫𝔣𝔦𝔠Donde viven las historias. Descúbrelo ahora