Era una soleada mañana de sábado en San Sebastián cuando Alex Remiro y Mikel Oyarzabal llegaron a la casa de la familia Le Normand para cumplir su promesa de cuidar a Leo y Matteo durante el fin de semana. Los padres, Robin y Alicia, se preparaban para su escapada romántica, dejando a sus hijos al cuidado de sus confiables amigos.
— ¡Estamos aquí! —anunció Remiro con una gran sonrisa, cargando una bolsa llena de juguetes y golosinas.
— Listos para la acción, chicos —agregó Oyarzabal, siguiendo a su amigo con la misma energía.
Leo y Matteo, emocionados por el fin de semana con sus "tíos", corrieron hacia ellos con risas y abrazos. Robin y Alicia se despidieron de los niños con abrazos y besos, agradeciendo una vez más a sus amigos antes de partir.
— Gracias de nuevo, chicos. Significa mucho para nosotros —dijo Robin, dándole una palmada en la espalda a Remiro.
— No hay problema, amigo. Disfruten su escapada. Nosotros nos encargamos de todo aquí —respondió Remiro.
Alicia y Robin se despidieron y partieron, dejando a Remiro y Oyarzabal al mando.
— Bien, pequeños —dijo Oyarzabal, agachándose para estar a la altura de Leo y Matteo—. ¿Qué quieren hacer primero?
— ¡Jugar al fútbol! —exclamó Leo, levantando su balón.
— ¡Buena idea! —dijo Remiro, sonriendo—. Vamos al jardín.
El jardín era amplio y perfecto para un partido de fútbol improvisado. Oyarzabal se encargó de Matteo, que caminaba con pasitos tambaleantes, mientras Remiro jugaba con Leo. Todo iba bien, con risas y diversión, hasta que ocurrió un pequeño accidente.
Matteo, intentando seguir el ritmo de los mayores, tropezó con un pequeño montículo de tierra y cayó hacia adelante. Remiro y Oyarzabal se apresuraron a ayudarlo.
— ¡Matteo! —gritó Oyarzabal, llegando primero al pequeño que ya comenzaba a llorar.
Remiro se arrodilló junto a Oyarzabal, levantando a Matteo con cuidado y revisándolo por si tenía algún golpe o rasguño serio.
— Tranquilo, pequeño, estás bien —dijo Remiro con voz calmada, intentando consolar a Matteo.
Matteo tenía un pequeño rasguño en la rodilla y lágrimas en los ojos, pero por lo demás estaba ileso. Oyarzabal lo abrazó, meciéndolo suavemente.
— No llores, campeón. Vamos a ponerte una curita y estarás como nuevo —dijo Oyarzabal.
Llevaron a Matteo adentro para limpiarle la rodilla y ponerle una curita. Remiro sacó una curita de su mochila, mientras Oyarzabal mantenía a Matteo calmado con una suave canción de cuna.
— Mira, Matteo, una curita de superhéroe. ¿A que mola? —dijo Remiro, mostrando la curita con dibujos de superhéroes.
Matteo observó la curita, su llanto disminuyendo a medida que se distraía con los colores brillantes. Remiro la aplicó con cuidado, asegurándose de que Matteo estuviera cómodo.
— Ahí tienes, ya estás listo para seguir jugando —dijo Remiro, sonriendo.
Leo, que había estado observando con preocupación, se acercó a su hermano pequeño.
— ¿Estás bien, Matteo? —preguntó, abrazándolo.
Matteo asintió, aún con lágrimas en los ojos, pero claramente reconfortado por la atención de su hermano y los "tíos".
— Muy bien, chicos. Vamos a hacer algo más tranquilo por ahora —sugirió Oyarzabal, llevándolos de vuelta al salón—. ¿Qué tal una película y algunos bocadillos?
La idea fue recibida con entusiasmo. Remiro puso una película animada mientras Oyarzabal preparaba unos bocadillos saludables. Los cuatro se acomodaron en el sofá, disfrutando de la película y la compañía.
— Esto no está tan mal —comentó Remiro en voz baja a Oyarzabal—. Aunque tenemos que estar más atentos con Matteo.
— Sí, definitivamente. Pero creo que lo estamos haciendo bien hasta ahora —respondió Oyarzabal, sonriendo.
La tarde transcurrió sin más incidentes, y después de la película, decidieron hacer algunas actividades en interiores, como dibujar y construir con bloques. Matteo se recuperó rápidamente del susto y pronto estaba riendo y jugando como siempre.
A la hora de la cena, prepararon una comida sencilla pero deliciosa: pasta con salsa de tomate y queso, uno de los platos favoritos de Leo. Matteo, sentado en su silla alta, disfrutaba de la comida, lanzando risitas y haciendo pequeños líos con su comida, lo cual hacía reír a todos.
— Parece que tenemos un chef en ciernes —bromeó Remiro, limpiando un poco de salsa de la mejilla de Matteo.
— O un artista abstracto —añadió Oyarzabal, riendo.
Después de la cena, llegó la hora del baño y luego, la hora de dormir. Leo y Matteo se acurrucaron en sus camas, escuchando las historias de Oyarzabal y Remiro hasta que se quedaron dormidos.
— Bueno, lo logramos —dijo Remiro, cerrando la puerta de la habitación de los niños en voz baja—. Primer día completado.
— Sí, y solo tuvimos un pequeño accidente. Creo que no está nada mal —respondió Oyarzabal, estirándose.
Al día siguiente, el tiempo pasó volando con más juegos y diversión. Hubo un pequeño paseo al parque, una sesión de pintura al aire libre, y más fútbol, esta vez con más cuidado para evitar otra caída.
Cuando Alicia y Robin regresaron el domingo por la tarde, encontraron a los niños felices y a los dos amigos, aunque un poco cansados, con sonrisas de satisfacción.
— ¿Cómo estuvo el fin de semana? —preguntó Robin, abrazando a Leo y Matteo.
— Fue genial. Tuvimos algunos momentos emocionantes, pero todo salió bien —respondió Remiro, guiñando un ojo.
— Sí, estos dos son unos campeones —añadió Oyarzabal, abrazando a Alicia—. Fue un placer cuidarlos.
Alicia y Robin les agradecieron nuevamente, sabiendo que sus hijos estaban en buenas manos. Mientras la familia se reunía para cenar, Alicia y Robin compartieron historias de su escapada romántica y, por supuesto, la emocionante noticia de su compromiso.
— ¡Felicidades! —exclamaron Remiro y Oyarzabal al unísono.
El fin de semana había sido un éxito en todos los sentidos, fortaleciendo aún más los lazos de amistad y familia. Y así, con amor y gratitud, todos celebraron los nuevos comienzos y las aventuras que estaban por venir.
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El gol del corazón: La historia de Robin y Alicia
ContoEn el vibrante mundo del fútbol, donde el césped y el brillo de los focos definen el día a día, es fácil olvidar que detrás de cada figura pública hay historias de amor, sacrificio y esperanza. Este es el relato de Robin Le Normand, un talentoso def...