Capítulo 3: Gliese 581d

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     Gaston miró por la ventanilla para poder ver cómo la nave despegaba y se elevaba en el aire a gran velocidad. El chico admiró cómo la Torre Eiffel, padres destrozados y todo París se hacía más y más pequeños conforme el vehículo flotante se acercaba a la atmósfera terrestre.

     El niño se agarró fuerte a su asiento y cerró los ojos, ya que se estaba empezando a marear. Se atrevió a volver a abrirlos cuando notó que la nave había parado de ascender y el espectáculo lo dejó sin habla: estaba en el espacio exterior. Había miles y miles de motas blancas en la espesura negra, meteoritos (pensó seriamente si encontraría alguno con una rosa roja y un niño rubio) y cientos de naves como en la que se encontraba. Además, tenía una vista impresionante de toda la Tierra. Desde allí divisaba los océanos, los casi completamente derretidos polos y los abundantes lugares desérticos.

     Una voz grave que hablaba en francés con un acento difícil de definir provocó que todos los pasajeros desviaran la mirada de las increíbles vistas que había al techo, donde se podía ver un altavoz.

     —Niños terrícolas, acabamos de pasar la parte más fácil del viaje. Ahora queda lo difícil, ya que alcanzaremos la velocidad de la luz para poder llegar a vuestro nuevo hogar: el planeta Gliese. Pero no os preocupéis, pues es completamente seguro. Son solo veinte años luz de distancia. Además, apenas sentiréis nada. Os recomiendo que durmáis para recuperar fuerzas. Eso es todo.

     Gaston, al igual que muchos otros niños, hizo caso del extraterrestre y se acomodó en su silla. Casi enseguida, cerró los ojos y consiguió dormirse pese al traqueteo del vehículo.

* * * *

     El ruido de motores acabó por despertarlos a todos. Se apresuraron a mirar por la ventanilla y se quedaron boquiabiertos: habían llegado por fin a su destino. El planeta, aún más azul que la Tierra, se encontraba menos deteriorado y era algo más grande que el antiguo hogar de los pasajeros. Ninguno de los chicos despegaron la vista de él mientras aterrizaban.

     Al tocar tierra, abrir las compuertas y salir al exterior, Gaston temió asfixiarse, pero no ocurrió nada. De hecho, notaba el aire más limpio que el de la Tierra, por lo que se quitó la mascarilla y se la guardó en el bolsillo de su pantalón.

     Millones y millones de habitantes de Gliese observaban a los nuevos visitantes con aplausos, gritos y saltos.

     Gaston se agazapó, abrumado por tanto público, y comprobó que no era el único al que le ocurría. La única que parecía recibir a la multitud con entusiasmo del vehículo era una niña algo mayor que Gaston, que sonreía abiertamente y saludaba con la mano.

     El chico la reconoció enseguida: era la hija del presidente francés. Seguramente para la adolescente hablar en público sería coser y cantar.

     Gaston dejó de mirarla y se fijó entonces en la proyección que había aparecido en el cielo, sobre sus cabezas. En ella aparecía el rostro del mismo alienígena que había estado en París al lado del presidente. Cuando empezó a hablar, al igual que había ocurrido en la Tierra, todos los asistentes enmudecieron.

     —Ciudadanos de Gliese, como líder de la búsqueda de estos niños, me siento orgulloso de poder decir que los terrícolas son tan nobles como esperábamos. Nos recibieron con los brazos abiertos, y su hospitalidad fue inmensa —mientras hablaba, otra docena de naves con niños como pasajeros descendieron y aterrizaron—. Ahora, nosotros les devolveremos el favor. ¡Un aplauso para ellos!

     El gentío obedeció, llenándolo todo con el ruido rítmico de las palmas al chocar. Gaston, que no había entendido nada de lo que había dicho el anfitrión (debido a que este había hablado en el idioma oficial del planeta Gliese), se sobresaltó cuando comenzó el bullicio.

     Por fortuna, uno de los alienígenas que había estado en su misma nave repitió el discurso de su líder en francés con ese acento tan curioso. También les explicó todo lo que necesitaban saber sobre su nueva vida allí:

     —A partir de este día viviréis en una zona de la ciudad solo para vosotros (o al menos hasta que las cosas se calmen un poco), donde habrá edificios, uno para cada idioma (en vuestro caso, el francés), que tendrán todo lo necesario para satisfacer vuestras necesidades básicas (comida, dormitorios, higiene...). Por otro lado, en el exterior dispondréis de zonas verdes y otras zonas de ocio como las de vuestro planeta en las que podréis relacionaros todos sin distinción de lengua y país. Ahora os llevaré hasta allí. Iremos a pie, ya que se encuentra muy cerca de aquí.

     Los niños no se encontraban con mucha fuerza como para andar, pero siguieron al hombre multicolor de ojos enormes, que fue hacia el lado opuesto de donde se encontraba la multitud. Gaston no pudo evitar suspirar de alivio, pues no le apetecía pasar entre millones de extraterrestres eufóricos.

* * * *

     Los edificios parecían réplicas de los rascacielos de Nueva York en su mejor época, detalle que a todos los visitantes les sorprendió. ¿Desde cuándo sabían los habitantes de Gliese que había vida en la Tierra?

     El interior les impresionó, pero su guía alienígena les avisó de que no podrían ver nada hasta que se instalaran en un dormitorio.

     Minutos después, Gaston ya había dejado en uno al azar su mochila, salía corriendo y entraba en el elevador que lo había llevado hasta allí. Pulsó el botón que rezaba "planta uno" y bajó a una velocidad de vértigo. Al llegar a su destino, corrió por todos lados admirando lo que parecía ser un gran comedor y cocina. Todo poseía un toque futurista y muy moderno que el planeta del chico nunca había llegado a conocer.

     Para decidir su próximo destino, se acercó a un pared en la que había un cartel con todas las plantas de la construcción y lo que poseía cada una. La número ocho llamó su atención de inmediato; en su descripción ponía: "lugar de los videojuegos de última generación". Entusiasmado, volvió al ascensor y pulsó el botón con el nombre de "planta ocho".

     Este nuevo lugar le sorprendió: por todas partes había juegos de los que sus padres nunca le habían hablado. Sintió una punzada en el corazón al pensar en ellos, pero luego se recordó a sí mismo que esa soledad no sería permanente, y que los volvería a ver muy pronto.

     Probó todos los que pudo, y durante ese tiempo Gaston hizo algo que no había hecho en mucho tiempo: reír. Cuando le dolía la cabeza de tanto jugar, decidió parar. Dejó el casco que le permitía verse dentro del juego en su sitio y se giró para irse a su dormitorio y leer un poco su libro. Sin embargo, no pudo dar más de dos pasos, ya que una voz femenina sonó a sus espaldas. Dio media vuelta para ver a la portadora, hasta que una chica de pelo caoba y ojos claros apareció en su campo visual.

     —Hola —empezó la hija del presidente—, te vi antes en la nave, mientras dormías y se te caía la baba. Soy Amélie, ¿y tú?

     El chico se quedó callado unos segundos. No sabía cómo tomarse las palabras de la hija del alto cargo francés, puesto que las únicas personas del sexo opuesto con las que había hablado durante su vida habían sido las niñas del pueblo, y todas eran más pequeñas que él. Finalmente, decidió imitar el modo de hablar de la chica.

      —Hola. Te conozco de la nave, cuando nos bajamos y saludaste a los extraterrestres. Yo soy Gaston.

     Amélie sonrió, por lo que el chico pensó que no había hecho completamente el ridículo. Acto seguido, se aproximó más a ella y pensó lo próximo que hacer. Finalmente, se decidió por extender el brazo con la mano abierta perpendicular al suelo. Esta se encogió de hombros y estrechó la mano que el adolescente le ofrecía.

     —Encantada de conocerte, Gaston. Si el cambio de planeta no nos mata a todos los humanos, espero poder ser amiga tuya.

     —No lo dudes -acto seguido, el chico sonrió. Definitivamente, aquella chica le caía bien.

Veinte años luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora