—Y, cuéntame, muchacho, ¿cómo te fue en tu visita de ayer?
—No muy bien, Pierre. Jiang vino a despedirse.
—¿A despedirse? ¿Es así, definitivo?
—Sí. No quiere ni vivir en la misma ciudad que yo.
—Bueno, es lógico que esté dolido. Tus decisiones lo lastimaron mucho.
Yunkai se levantó de la silla y comenzó a recorrer el consultorio de Pierre. Sobre una mesilla había un cuenco grande lleno de agua, con una planta acuática en el centro. Metió los dedos en el líquido y lo sacudió tanto que la pequeña planta casi se fue volando. El psiquiatra se apresuró a aclarar:
—Es importante que entiendas que lo que sucedió no fue tu culpa.
—¿Cómo que no fue mi culpa, Pierre? —exclamó Yunkai. El agua salpicó la mesilla—. Yo podía haberle dicho a mi padre que Vivianne no me gustaba. ¡Pude conseguir otra mujer, cualquiera! ¡Pero no! ¡Me quedé con ella!
—No tenías elección, Yunkai. El estrés postraumático…
—¿El estrés postraumático, qué? —Yunkai había olvidado el cuenco de agua, y resoplaba como buscando aire. Eso no era lo que Pierre quería:
—Siéntate, YunKai. Vamos a hablar de otra cosa. ¿Tus amigos vinieron a verte?
Yunkai obedeció al psiquiatra, aunque siguió con el ceño fruncido, respondiendo a sus preguntas con monosílabos. Pierre no iba a lograr nada en esa sesión de terapia y prefirió despedirlo. Cuando su paciente se fue se apresuró a rescatar la pequeña planta acuática, que había quedado vuelta del revés en el cuenco.
***
Jiang había decidido quedarse el fin de semana en París, para hacerle una visita a los auxiliares de cocina del restaurante chino. Deseaba despedirse de ellos porque en menos de un mes se iba a Bélgica. Nadie sabía eso: se había cuidado muy bien de ocultar su nuevo destino porque estaba decidido a romper con todo y olvidarse del pasado. Le sorprendió la llamada del psiquiatra de YunKai, que le pidió que lo fuera a ver a la clínica.
***
—¡Adelante, Jiang, adelante! —Pierre parecía feliz de recibirlo a pesar de que era la primera vez que lo veía—. Tome asiento. ¿Quiere tomar un café?
Un fuerte aroma a café de buena calidad flotaba en el ambiente, y Jiang se tentó:
—Le agradezco. Pero… ¿para qué me citó aquí?
Pierre sirvió dos tazas sin apuro, tomó un recipiente donde tenía azúcar y edulcorante y después, con toda la lentitud del mundo, se puso a buscar algo, que no encontró. Llevó los cafés al escritorio y le dejó uno enfrente, todo sin decir una palabra. Jiang se impacientó. «Este hombre es el rey del drama», pensó, molesto. «Sé que quiere hablarme de Yunkai, ¡pero me importa un cuerno lo que tenga que decirme!».
El hombre se sentó en su escritorio y por fin abrió la boca:
—Disculpe que no tenga crema para el café. Busqué, pero se ve que se me terminó…
El mal carácter de Jiang salió a la luz:
—Le hice una pregunta. ¿Podría responder?
Pierre sonrió mientras se llevaba la taza a la boca, con los ojos fijos en el vapor que soltaba la oscura infusión:
—Directo y al grano —dijo—. Está bien. Lo haremos a su manera.
—¿Qué quiere decir?
Pierre le dio un sorbo final a su café y lo paladeó, satisfecho:
—Colombiano… El mejor café del mundo. ¿Por qué está huyendo de Yunkai, si todavía le importa?
—¿Pero a usted quién le dijo…?
—¿Acaso no es así? Si no, ¿puede explicarme a qué vino a París?
Jiang tartamudeó:
—Vine… vine a despedirme…
—¿Y para qué iba a despedirse si su intención era no volver a verlo? ¿Por educación? —Pierre tomó otro trago de café y comentó que estaba muy bueno. Luego siguió con su argumento—. ¿Y por qué vino ahora? Podría haberse negado perfectamente. Pero no quiso hacerlo, ¿verdad?
Jiang no supo qué decirle, y Pierre siguió:
—Yo voy a explicarle por qué Yunkai hizo el desastre que hizo. Y por qué ninguno de los dos va a salir adelante si no logran al menos separarse como amigos.
***
Yunkai estaba en su lugar preferido, la fuente con el chorro de agua. Ya no tenía el vendaje; en su lugar había quedado una gran cicatriz roja. Tratando de no hacerle caso a esa marca que iba a acompañarlo por el resto de su vida, sacudió el agua con fuerza. Las plantas acuáticas se hundieron un poco y luego volvieron a flotar, empapadas. Eso era bueno, y volvió a hacerlo hasta que se olvidó de lo que sentía.
—Yunkai…
Sorprendido al oír su nombre dicho por la voz de Jiang, YunKai se levantó y, con la mano empapada, le salpicó la cara. Jiang cerró los ojos:
—Que bienvenida más fría…
—¡Ay! ¡Lo siento, Jiang! Es que me sorprendí… —Estaba seguro de que no iba a verlo otra vez. Tenerlo así, frente a él, le pareció mentira—. Volviste…
—Tienes que darle las gracias a Pierre.
—¿A Pierre?
—Sí. A tu psiquiatra, el rey del drama.
Yunkai se rió:
—Es cierto… Parece un comediante frustrado.
—Pero es un gran profesional. Hablamos, y me hizo ver que tú y yo debemos resolver nuestros conflictos antes de que me vaya de Calais.
Yunkai volvió a mirar la fuente: meter las manos en el agua helada calmaba sus nervios y lo distraía de sus febriles pensamientos, en los que se culpaba por todo. Cuando quiso llevar las manos al agua, porque no soportaba la idea de enfrentar una conversación con Jiang, él lo detuvo:
—Aquí hay mucha gente. —A su alrededor, unos pocos internos conversaban o tomaban una siesta al sol. No había nadie cerca de ellos—. Vamos a tu dormitorio.
***
Alain y Michel estaban solos, en su apartamento. Michel cocinaba mientras Alain ponía la mesa. El clima entre ellos se había enrarecido tanto, que hacía un rato que no se hablaban.
—Chèri… —susurró Alain, que era demasiado sensible y no podía soportar ver a su amado con expresión de enojo.
—¿Qué? —La pregunta de Michel salió con un tono seco, y al ver que su pareja bajaba los ojos, se arrepintió enseguida—. ¿Qué deseas, Alain? —le preguntó, con su mismo tono dulce.
Alain levantó la vista y se encontró con el cariño de siempre en los ojos de su amado. Soltó todo y corrió hacia él:
—No quiero que estemos enojados… —Su voz se perdió contra el cuello de Michel, que acarició su mejilla y le dio un beso suave:
—Yo no estoy enojado contigo, amor. Fue el estúpido de YunKai, que me hizo poner mal por tí y por el pobre de Jiang…
Abrazado a su pareja, Alain suspiró:
—A esta hora Jiang debe estar viajando a Calais, y en unos días se irá. Nunca volverán a verse…
—Es lo mejor.
—Pero ellos se querían tanto…
Michel se quedó en silencio y abrazó a su amado con fuerza; para él YunKai no se merecía el amor de Jiang.
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Los enemigos
RomanceReceta para el desastre: Un francés de espíritu libre. Un chino apegado a las reglas. Un amor imposible. Una mujer capaz de arruinarlo todo. Historia bl de mi autoría. Todos los derechos reservados. Prohibido copiar, adaptar o resubir.