Capítulo 14: ¿Un alivio momentáneo? || Parte 1

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Aiacos abrió la puerta de la oficina del alcalde de un tirón.

—¡Miram! —Aiacos acortó la distancia entre la entrada y el robusto escritorio de roble pálido donde estaba el alcalde de Cepir sentado. Bajó las palmas de las manos sobre la mesa y esta se sacudió. El tintero, justo al lado del manuscrito que escribía su viejo amigo, manchó todo de negro —. ¿Cómo es posible que hayas permitido que los adeptos se quedasen con la casa de Rilas?

Miram enarcó una ceja sobre el desastre en su escritorio. Colocó el tintero de vuelta en su lugar y guardó la pluma azabache. Tenía la barba un poco más larga que la última vez que le vio. Solo después de eso llevó la mirada a Aiacos. —Qué bueno volver a verte a ti también —echó el enorme sillón hacia atrás con un chirrido. Colocó los codos en los apoyabrazos y cruzó los dedos frente a él —. Sobre todo, después de que todo tu grupo fuese masacrado.

Aiacos sintió toda la intención en su tono de contratacarle. *Maldito calvo*.

—¿Cuándo pensabas venir a contarme semejante tragedia? Tuve que escucharlo de Levanor y, el pobre ni siquiera vocalizaba bien.

—No sabía que habías regresado hasta hace poco. Y, además no había tenido tiempo de pasarme por aquí —se defendió Aiacos optando por omitir sus asuntos. Volvió al tema que le concernía —. Te conozco lo suficiente para saber que jamás permitirías que los adeptos campasen a sus anchas bajo tus narices.

—Lo siento, Aiacos —se disculpó Miram. Se puso en pie y caminó hasta el amplio ventanal que daba al balcón sobre la plaza. Se puso de espaldas a Aiacos con los brazos cruzados tras su cintura —. Después de saber el destino que padeció tu grupo decidí tomar medidas poco... ortodoxas. Como bien le demostraste a todo el pueblo con la penosa actuación de los cazadores, solo un poder mayor podría derribar a un dios.

—¿Y son los adeptos lo que necesitamos? —discutió Aiacos sin darle mucha importancia a su insulto. No podía creer lo que estaba escuchando. Miram era tan radicalista contra los adeptos como lo fue su padre. Ponía sus manos en una hoguera si alguien le hubiese dicho que Miram permitió algo así, convencido de lo contrario.

—Así es —afirmó Miram. Se dio la vuelta para quedar frente a Aiacos. Sus ojos avellana se entrecerraron —. ¿Algún problema con mi decisión? Es un trato favorable. Solo usarán la antigua casa de Rilas hasta que terminen sus asuntos en la arboleda. Luego de eso se marcharán, y habremos sacado doble beneficio de su estancia.

Tan fácil como sacar cuentas. Pero Aiacos nunca había tomado a Miram por el tipo ambicioso, de hecho, siempre fue más bien humilde. Sólo aceptó el puesto de alcalde porque el padre de Aiacos murió repentinamente. No. Algo no cuadraba. Días atrás cuando Levanor soltó su discurso en la plaza, Miram casi lo desintegra con la mirada. Aiacos frunció el ceño.

—Levanor te convenció.

—¿Levanor? No he hablado con él nada de esto —dijo el alcalde —. De cualquier forma, la decisión ya está tomada. Son necesarios para nuestra supervivencia y punto. Fin de la discusión. Sólo te permití dar tu opinión por la amistad que nos une.

—Mi padre estaría decepcionado. —Después de todo, eran mejores amigos. Lo destriparía sin dudarlo.

—Tu padre era tan solo un cazador, como tú —señaló sin reparo el alcalde —. Alguien más debía hacerse cargo de esto, hijo. Espero que lo entiendas.

Miram se sentó de nuevo en su sillón y comenzó a recoger su escritorio, dando por concluida la conversación.

Aiacos apretó dientes y puños. Salió de la recámara con un par de pasos. Dio un portazo tras él. Deseó que el tintero se le volviese a caer.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora