Quien tiene las llaves cierra las puertas

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Raisa entró en el claro donde dos criaturas morían. Caminó, sin hacer ruido, por la tierra manchada de sangre y salpicada con agujas de pino. Una rendija de luna colgaba en el cielo y le dio toda la luz que ella necesitó para ver lo que había ocurrido.

Una de las criaturas había cazado a la otra. Se habían herido. A ambas se les iba la vida junto con la sangre, a través de sus heridas.

Raisa se acuclilló junto a una de ellas. Hundió un dedo en la pintura roja y con ello arrancó un quejido de dolor; sintió su uña topar con el hueso.

—Está bien, Eddie —dijo Raisa—. Pronto terminará todo.

Él trató de implorar con palabras y, otra vez, solamente consiguió producir una queja deshilachada. Tenía frío. La sangre no paraba y necesitaba unas puntadas, unos remiendos. Si al menos hubiera tenido la fuerza para levantarse y regresar al pueblo... Llevaba varios minutos tirado en el claro, en medio de aquel bosque olvidado por dios. Pero había alguien que no lo había olvidado a él: Raisa. Por supuesto, era Raisa quien estaba allí —la misma atrocidad con piel de mujer a quien él había tratado de asesinar.

Eddie cerró los ojos.

La otra criatura herida se arrastró unos palmos. Llevaba tras de sí, igual que un lastre, una de sus piernas —que Eddie casi le había arrancado a machetazos. No podía ponerse en pie y no llegaría demasiado lejos, sin embargo, de todas maneras intentó moverse. No se dirigió hacia Eddie o Raisa para atacarlos. Trató de huir, salvar lo poco que quedaba, porque pelear ya no era opción. Quería descansar, marcharse y por siempre dormir.

Raisa la observó en su lenta marcha, escuchó sus garras perforar la tierra y su aliento quebrarse por el esfuerzo. Pensó en cuántas criaturas, iguales o similares a ésa, había matado Eddie. ¿Cuántas con un machete? ¿Cuántas con un rifle? ¿Cuántas que en verdad lo merecían y cuántas que no?

Y ésa, que arrastraba su cuerpo envuelto en pena en lugar de gloria, que le había plantado la herida mortal a su cazador, ¿habría pensado en la importancia de esa estocada? Mientras peleaba con Eddie, ¿la criatura habría sentido un impulso de venganza, imaginado que le hacía justicia a los de su especie y de su calaña? ¿Se alejaba ahora pensando en contar la noticia, esparcir la buena nueva de que el cazador había muerto?

¿O no pensaría nada en absoluto? Quizá solamente quería huir, salvarse, igual que la mayoría de los seres vivos, reflexionó Raisa.

Ella no hizo nada por o en contra de la criatura. Si ésta se pusiera de pie y echara a andar, Raisa la dejaría; si colapsara de manera definitiva, a ella no le importaría. Y así pasó. Hasta el borde del claro la criatura llegó y ahí murió; no se movió más. Raisa no la compadeció o despidió con ira. Tenía una opinión muy neutral acerca de las criaturas que Eddie cazaba, fuese que lo hirieran o no. De hecho, la mayoría de las ocurrencias del mundo le merecían una opinión neutra. No estaba ahí para enjuiciar, para ser verdugo como Eddie. No le correspondía la tarea de salvar o condenar.

Raisa había vivido muchos años y entendía que la existencia seguía su curso con o sin su intervención mundana.

En últimas fechas, únicamente había habido un par de incidentes que provocaron en ella actitudes sesgadas. El primer incidente fue cuando Eddie intentó cazarla. A Raisa, eso no le gustó. No era un vulgar monstruo, de los que reptan en la oscuridad del bosque. ¿Cómo osó él pensar que podría acercarse por su espalda y cortarle la cabeza con el filo de su arma? ¿Cómo se atrevió a intentar sacarle el corazón? Incluso pretendió atraparla. Pero Raisa no era un monstruo ni había nadie como ella. Pertenecía a su propia clase.

Era la guardiana de las puertas.

Podía abrir o cerrar cualquier puerta que existiese, romper cualquier candado o clausurar pasajes, crear entradas donde antes no las había. Ello no significaba que ejerciera su oficio frecuentemente —prefería hacerlo con tino. Iba por esa vida mortal procurando entretenerse en sus propios asuntos, rara vez se inmiscuía con la gente o las demás criaturas... a menos que ellos la molestaran a ella. Y eso hizo Eddie: Se metió en su camino, la cazó porque pensaba que era peligrosa.

Quien tiene las llaves cierra las puertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora