XLIII

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Ricardo trató de mantener su erguida y despreocupada postura. Tras beber un poco de agua dejó el vaso en la mesa. Hubiera preferido reunirse en un sitio más discreto, sin embargo, «Mónaco» pidió que la cita con Marcela debía ser en ese restaurante tan concurrido por los de la «alta». 

Debía movilizar a dos pájaros de un tiro.

Últimamente las cosas que se le asignaban eran más arriesgadas, al principio el anonimato estaba de por medio, sin embargo, ahora debía dar la cara y eso no le agradaba por completo, pero la promesa final lo valía.
Cuando Marcela se acercó de inmediato le dejó un sobre cerca del vaso. Él frunció ligeramente el ceño.

—Al menos un: hola. Don't be rude, sweetie pie

Ella ignoró el comentario y se limitó a sentarse frente a él acomodándose la gorra que escondía por completo su cabello; la mascarilla y los lentes oscuros no solo ocultaban su identidad sino su cara de completa molestia; Al abrir el sobre, Ricardo se encontró con una cantidad significativa de dinero.

—Te estoy dando una oportunidad para que te redimas y arregles la estupidez que hiciste —espetó ella en voz baja.

—¿De qué estamos hablando?

—No te hagas el idiota. Estoy segura de que fuiste tú.

—¡Ah! ¿Te refieres a que ahora todo New York sabe de lo nuestro? —satirizó en el mismo tono que ella —No veo el problema, Armando salió a desmentirlo, ¿Acaso no dijo que todo estaba bien y que pronto se iban a casar? ¿Qué? ¿Ahora sí tienes miedo de cargar con un matrimonio fracasado?

Ella volteó con disimulo a todos lados y al notar que la gente seguía degustando sus platillos o charlando, volvió a verlo.

—Eso a ti no te importa. Solo quiero que limpies mi nombre, te estoy dando la oportunidad de que borres la idiotez que hiciste.

—¿Qué yo hice? ¿Por qué yo haría algo que también me terminó perjudicando? No te creas exclusiva, mi imagen también se vio afectada.

Una risa llena de ironía se le escapó a Marcela.

—¿Qué imagen podrías proteger, tú? Por favor, no seas ridículo. El barrio bajo donde vives y seguro el trabajo mediocre que tienes no se nos compara en nada, tú no estás a nuestra altura. Ubícate.

—Tienes razón, yo no tengo nada que proteger y mi imagen no pende de un hilo como la de Armando, lo que me recuerda, dile que tenga cuidado, las cámaras siempre están al acecho y tú ya sabes qué tanto daño pueden hacer —comentó dejándole una fotografía en la mesa.

Ella la tomó con duda y cuidadosamente se removió los lentes.  En una tarde donde el sol aún dejaba relucir la frescura del césped, había una pareja besándose. Él tenía una mano apoyada en la cintura de ella mientras en sus dedos sostenía un antifaz plata... ver a Armando en esa situación con Beatriz fue como echarle limón a una herida abierta. Inesperadamente los ojos se le cristalizaron. 

¿Quién eres? || Betty en NYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora