Capítulo 10: Nacimiento y Desesperación

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Capítulo: Nacimiento y Desesperación

Año 130 d.C.

La Fortaleza Roja estaba sumida en una atmósfera de expectativa y tensión mientras Rhaela Targaryen daba a luz. La habitación de partos estaba llena de actividad frenética. La princesa, entre jadeos por el esfuerzo, logró traer al mundo a dos pequeños: un varón y una niña. La sala se llenó de sonidos de alivio y celebración mientras las comadronas y doncellas atendían a los recién nacidos, asegurándose de que estuvieran bien. Aemond, con una mezcla de asombro y preocupación, observaba desde un rincón, admirando el coraje de su esposa y la fragilidad de sus hijos.

Una vez que los bebés fueron colocados en sus cunas, la sala se vació poco a poco, y Rhaela, agotada pero radiante, se quedó con Aemond junto a sus hijos. El ambiente era sereno y lleno de la promesa de un nuevo comienzo. Las doncellas, tras asegurarse de que todo estaba en orden, se retiraron de la habitación, dejando a los mellizos solos.

La calma en la habitación fue interrumpida por el sonido de pasos ligeros. Alicent Hightower, envuelta en una niebla de locura, había tomado una decisión desesperada. Llenando su mente con paranoia y rencor, se dirigió al aposento de los bebés con una daga en la mano, un cuchillo que una vez perteneciera a su difunto esposo, el rey Viserys. Su mente estaba nublada por pensamientos caóticos y delirantes.

Alicent entró en la habitación con movimientos sigilosos, susurros sin sentido escapando de sus labios.

—Ellos... ellos quieren usurparlo todo, ¿no lo ves? —murmuró Alicent con voz temblorosa—. Ellos se lo llevarán todo. Los dragones... deben ser... deben ser destruidos.

Se acercó a las cunas con la daga lista, sus ojos desorbitados y su respiración errática. La sombra de la reina se proyectaba sobre los pequeños, su locura revelándose en sus movimientos frenéticos.

Justo cuando Alicent se inclinó sobre los niños, el sonido de la puerta se abrió. Rhaela, aún aturdida por el parto, había escuchado ruidos extraños y llegó corriendo al aposento. Al ver a Alicent con la daga en mano, Rhaela desenfundó rápidamente su espada, Vermis Arcanum, con una precisión calculada y se acercó sigilosamente.

Alicent, al sentir la presencia de Rhaela, se giró lentamente, sus ojos llenos de desesperación.

—¿Qué haces, Alicent? —dijo Rhaela con una calma tensa, su voz implacable—. ¿Qué es lo que intentas hacer con mis hijos?

Alicent, su mente tambaleándose entre la realidad y la locura, intentó argumentar en susurros incoherentes.

—No puedo... no puedo dejarlos... Ellos... ellos quieren el trono. Los dragones están envenenados... todo está envenenado.

Rhaela, sin vacilar, colocó la punta de su espada contra la garganta de Alicent. La presión del acero contra la piel de la reina era tangible, y Alicent temblaba bajo la amenaza.

—Deja la daga y aléjate de mis hijos —ordenó Rhaela, su voz fría y autoritaria—. No toleraré ninguna amenaza contra ellos.

Alicent, con el rostro pálido y los ojos llenos de lágrimas, dejó caer la daga con un sonido metálico. Susurró palabras incomprensibles, luchando por mantener su sentido de la realidad.

—Los dragones... son... traicioneros... Pero... pero tú... tú... No me hagas daño...

Rhaela observó con firmeza mientras Alicent se alejaba lentamente, susurrando incoherencias mientras se movía. La tensión en la habitación era palpable, y la tranquilidad que había seguido al parto se había convertido en una tormenta de emociones intensas.

Mientras esto ocurría en los aposentos de los mellizos, en la sala del consejo, los principales consejeros debatían con urgencia qué hacer. El rey Aegon había estado indispuesto durante meses, y la situación se volvía cada vez más insostenible. Ser Otto Hightower, Lord Larys Strong, y otros consejeros se encontraban en una discusión acalorada.

—El reino no puede continuar sin un líder fuerte y presente —dijo Ser Otto, su voz resonando en la sala—. Aegon está incapacitado y debemos tomar una decisión por el bien del reino.

Lord Larys Strong asintió, apoyando la moción de Otto.

—Propongo que Aemond asuma el rol de regente hasta que el rey pueda recuperar sus fuerzas —dijo Lord Larys, su tono firme y decidido.

El consejo se sumió en un murmullo de discusiones. Algunos consejeros mostraron signos de preocupación, mientras que otros asintieron en señal de aprobación.

—Aemond ha demostrado ser un líder fuerte y capaz —dijo Ser Tyland Lannister, levantándose de su asiento—. Su destreza en la batalla y su lealtad a la corona son indiscutibles.

Unos murmullos de asentimiento recorrieron la sala. Ser Otto se volvió hacia Aemond, quien había permanecido en silencio, observando la discusión con atención.

—Aemond, ¿aceptarías esta responsabilidad? —preguntó Ser Otto.

Aemond se levantó lentamente, su mirada firme y decidida.

—Haré lo que sea necesario para proteger a nuestra familia y asegurar el trono —respondió Aemond—. Si el consejo considera que debo asumir el rol de regente, así lo haré.

El consejo asintió en señal de aprobación. La decisión estaba tomada. Aemond Targaryen asumiría el papel de regente, asegurando la estabilidad del reino mientras el rey Aegon se recuperaba.

La reunión se dio por concluida, y los consejeros comenzaron a dispersarse, llevando consigo la esperanza de un nuevo liderazgo bajo Aemond.

Más tarde, Aemond se dirigió a los aposentos donde Rhaela estaba cuidando de sus hijos, su mente aún preocupada por la reciente amenaza de su madre. La encontró meciendo a los bebés, susurrándoles palabras de consuelo.

—Rhaela, debemos hablar —dijo Aemond, su voz aún cargada de tensión.

Rhaela levantó la vista, sus ojos reflejando una mezcla de cansancio y alivio.

—¿Qué ha pasado en el consejo? —preguntó ella, intentando mantenerse serena.

—Me han nombrado regente del reino mientras Aegon se recupera —respondió Aemond, su tono grave—. Seré el nuevo rey hasta que él pueda retomar sus deberes.

Rhaela asintió lentamente, asimilando la información. Se acercó a Aemond y tomó su mano, ofreciéndole su apoyo silencioso.

—Estaré a tu lado en todo momento —dijo ella con determinación—. Juntos, protegeremos a nuestra familia y al reino.

Aemond la miró con gratitud, encontrando en su esposa la fuerza que necesitaba para enfrentar los desafíos que se avecinaban. La tormenta de emociones que habían atravesado ese día solo fortalecía su resolución de mantener a salvo a aquellos que amaba.


El último dragón: La casa del dragónWhere stories live. Discover now