Capítulo 10

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Actualidad.
Athena.
La puerta se cierra con un estruendo detrás de mí, y me quedo allí, apoyada contra la madera, sintiendo el peso de lo que acabo de hacer. Sus labios recorren mi cuello con una lentitud que me desarma. El calor de su respiración se mezcla con mi propio jadeo, y a pesar de la repulsión que intento forzar en mi mente, mi cuerpo reacciona sin pedir permiso.

El hombre de ojos castaños, tan intensos como una tormenta, me necesita esta noche. Y lo peor es que yo no puedo apartarme de él. Ni siquiera lo quiero hacer. Algo en mí me reta a resistir, pero la atracción que siento por él es como un imán, atrayéndome sin poder evitarlo.

-¿Me has extrañado? -su susurro se desliza entre nuestros labios, y sus dedos, firmes, en mi barbilla me obligan a mirarlo.

La respuesta se me escapa casi sin pensarlo, con una sonrisa forzada. La mentira me sale fácil, como un mecanismo de defensa, pero sé que él lo ve. Sabe que miento.

-Ni un poco -digo, más arrogante de lo que me siento.

Su risa es suave, pero hay un matiz de desafío en ella.

-Mentirosa -responde con una certeza que me hace temblar. Sus ojos parecen ver más allá de lo que quiero mostrarle. -Puedo ver la mentira en tus ojos, en cómo tu cuerpo reacciona a mí.

Sus manos se deslizan por mi cadera, sujetándome con fuerza, como si temiera que me escapara. Y lo peor es que, a pesar de todo lo que sé, mi cuerpo no quiere irse. Algo dentro de mí quiere seguir el juego.

-Se está haciendo ideas, señor -mi mirada se desvía hacia sus labios, deseándolos, temiéndolos.

Su voz me arrastra de nuevo.

-No me digas así, dime por mi nombre -su tono es bajo, casi peligroso, como si esperara que cediera a su voluntad. Y por un segundo, siento que podría hacerlo.

El deseo crece dentro de mí, un fuego que no puedo apagar. Pero aún no me atrevo.

-No sé su nombre, señor -le recuerdo, y aunque su expresión se suaviza, no dejo de sentirme atrapada entre lo que quiero y lo que debería rechazar.

-Dorian -pronuncia con suavidad, pero su voz tiene un dejo de autoridad que me recorre.

Repito su nombre en voz baja, saboreando cada sílaba como si fuera una amenaza y una invitación al mismo tiempo. Mis pensamientos están nublados por la tensión, por el deseo y el miedo, todo mezclado en un solo sentimiento que me embriaga.

La atmósfera se espesa. El deseo se intensifica, y yo estoy atrapada entre la necesidad de huir y la de quedarme. Pero antes de que mis pensamientos se apoderen de mí, muevo mi mano rápidamente, deteniéndolo antes de que nuestros labios se toquen.

-Las reglas del bar dicen... -empiezo a decir, pero él no me deja terminar.

-Que se jodan las malditas reglas -me interrumpe, su tono feroz. No me da tiempo para oponerme. Su mano aparta la mía con facilidad, y la presión de su cuerpo contra el mío me hace perder la razón. -He estado esperando esto desde que te vi por primera vez. Déjame adueñarme de esos labios que me llaman sin cesar.

Y no tengo oportunidad de decir nada más antes de que sus labios se claven en los míos. El beso es todo lo que he estado esperando y temiendo al mismo tiempo. Es lento, pero está cargado de desesperación, como si no pudiera soportar la distancia entre nosotros ni un segundo más. Siento sus dedos hundirse en mi piel, arrastrándome más cerca de él. Y cuando su lengua se desliza en mi boca, todo lo que pensaba que sabía sobre el control se desmorona.

"Regla N° 16: No se permiten besos en los labios con las mujeres; uno solo de ellos puede provocar problemas."

Las reglas. Esas reglas que siempre he escuchado, esas que deberían protegerme. Pero ahora, en este momento, no quiero que existan. No quiero pensar en las consecuencias. Todo lo que puedo hacer es seguir el beso, dejarme consumir por la necesidad que me envuelve, y por un momento, todo lo demás desaparece.

El rubí del Emperador [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora