El *Arjé*... ¿Qué es el *Arjé*? Es una palabra antigua, tan vieja como el pensamiento mismo. Los primeros filósofos la usaban para hablar del principio de todo, refiriéndose a ese elemento o elementos primordiales que daba lugar al universo, al cambio perpetuo, a la creación y a la destrucción que nunca se detienen. En resumen, el origen de todo lo que conocemos, eso es el Arjé.
Pero por alguna razón, un grupo criminal que ha existido desde hace ya bastante tiempo eligió ese mismo nombre, como si fueran el principio de algo oscuro, como si fueran el germen del caos que se cuela entre las sombras. Para la mayoría, solo era un nombre extraño, una palabra hueca que nadie entendía. Solo los que formaban parte del *Arjé* entendían perfectamente por qué lo habían elegido.
Es ahí donde entramos nosotras, mi compañera y yo. El Equipo de Respuesta nos envió a infiltrarnos, a descubrir desde dentro qué era el *Arjé* ¿Qué lo mantenía unido? ¿Quién estaba al mando a parte de Anaximandro? ¿Y cuáles eran sus verdaderos objetivos? Ya que desde el principio todo resultó extraño. Sus movimientos parecían casi aleatorios e imposibles de predecir, pero detrás de cada paso había un propósito que aún no podíamos descifrar.
Encontrarlos fue una pesadilla. Se movían como sombras entre las ruinas de la ciudad, escondiéndose en lo más profundo de las grietas, donde la corrupción del entorno era más densa, más sofocante. Rara vez dejaban algo que pudiéramos seguir, y cuando lo hacían, ya era demasiado tarde. Desaparecían sin dejar rastro. Eran como ratas asustadas. Una manera bastante irónica de describirlos... considerando lo que soy.
Nos tomó meses llevar a cabo la infiltración. Pero cuando por fin conseguimos entrar, todo se volvió real.
El *Arjé* estaba cuidadosamente organizado. Los rangos eran rígidos: reclutas, jefes de pandilla, las manos derechas de Anaximandro. Nadie veía al líder directamente. Solo unos pocos tenían acceso a su presencia, pero todos seguían sus órdenes ciegamente, como si sus palabras fueran un mandato divino.
Aparte de ellos, había un grupo de científicos que trabajaban en algo... inquietante, del cual nadie tenía conocimiento los jefes de pandillas. Pedían materiales dificiles de conseguir, cosas que normalmente se podían encontrar en los hospitales y a veces en el mercado negro. Y por último, estaban los guardaespaldas, esos brutos que parecían hechos solo para destrozar cualquier amenaza.
El plan era sencillo: subir de rango lo más rápido posible, ganarnos la confianza de los reclutas y los jefes de pandilla, llegar hasta Anaximandro y saber dónde se escondía la base principal para mandar un mensaje al cuartel para dar el primer paso. Pero la brutalidad de la realidad no se detuvo en los límites de la misión.
Todo se torció cuando mi compañera murió. Recuerdo el momento exacto, el sonido de la bala perforando su cráneo, el eco retumbando en las paredes, y la sangre... Dios, la sangre. No era solo una mancha, era una declaración. El rojo vibrante quedó ahí, como una maldita firma que no podía borrar de mi mente.
¿Por qué? Pregunté buscando una explicación de tal acto, esperando a que nos hubieran descubierto, sin embargo no fue así.
Al parecer, fue porque ayudabamos que los reclutas pensaran por sí mismos. Y en palabras de uno de los guardaespaldas: "Si llegan a pensar, dejan de ser útiles". La lógica era tan cruel como simple.
Yo debía haber muerto junto a ella. Pero había algo en mí que les llamó la atención: mi talento, o mi capacidad como lo llamaron. Me dieron una "segunda oportunidad". Si hubiera sabido entonces lo que significaba seguir viva, habría preferido morir con ella.
Mi primera misión después de su muerte fue deshacerme de su cuerpo. Literalmente, me dijeron que la tirara como si fuera basura. Y lo hice. Porque no tenía otra opción. Habría querido darle un entierro digno, algo para que su familia pudiera estar tranquila o al menos para intentar quitarles un peso de encima,... Ella tenía un esposo, el cual murió hace tiempo, solo le quedaban sus dos hijos, una niña y un chico... los llamaba por la inicial de sus nombres W y B. Pero tristemente, debido a la situación crítica en la que me encontraba no podía darme el lujo de ser compasiva.