La Puerta Verde

Al haber pasado tanto tiempo en soledad, y, como aquel día no representaba una excepción en mi rutina social, decidí ordenar mi hogar. 

Fue en ese momento cuando me la encontré: una puerta de madera que jamás había visto en mi morada. La puerta era de color verde, un tanto apagado y parecía que había sido testigo de diversos eventos históricos debido al estado en el cual la encontré. 

Sin titubear, me adentré con el objetivo de satisfacer la curiosidad humana de la que tanto alardeamos como cualidad fundamental de nuestra especie.

El cuartillo que se situaba detrás del portón estaba polvoriento, sucio y notablemente oscuro y, en su centro, encontré unas escaleras que parecían conducir a un lugar aún más profundo que mi reciente descubrimiento.

Entonces bajé, y bajé, y volví a bajar....

Y mientras bajaba me sumergía en mis pensamientos: recuerdos del pasado, remordimientos, motivaciones...

Entonces bajé, y bajé, y volví a bajar pisando cada uno de los escalones que conformaban esa escalera en espiral: del inicio al final y del final al inicio.

Y mientras no llegaba al destino al que, presumiblemente, me había de conducir la escalera, pensaba en mis sueños, mis metas, mi vida y mis proyecciones. Ciertamente, había llegado a una etapa en la que toda finalidad vital que pudiera desear no suponía ninguna excitación para mí, y, por tanto, los últimos brotes de felicidad que conmigo vivían, se desvanecían con cada pensamiento que salía de mi mente y me agotaba, me agotaba, me debilitaba, me costaba mucho dar más pasos y seguir bajando, me agotaba...

Entonces dejé de pensar, ya no tenía mas vivencias que rememorar ni mas desdichas que recordar. Dejé de bajar. Tuve la sensación de haber bajado durante horas, días, meses o años. Entonces decidí mirar arriba: arriba era abajo y, cuando me quise dar cuenta, el descenso era ya mi única vía.

Por lo que tengo entendido, no existe ninguna puerta verde en mi casa.