Entre dormido y despierto.
En pleno verano cuando el calor acorrala cada espacio de la habitación donde muy inusualmente resido, empieza el soñar despierto que al parecer tiene más muerte que vida.
24 de Julio, 2018.
18:48 p.m.
Me encuentro un poco apolado. Necesito dormir por lo menos ocho horas seguidas. La vida que llevo no es la adecuada para un joven de 24 años. Lo acepto. Dejé la carrera universitaria que en algún momento tuve que pagar con sangre las grandes facturas que tocaban la puerta de mi hogar. Me duele. Cuánto me duele. Bebo casi todos los días. Tengo una tos, que por el camino que llevo, pienso que es un broncoespasmo, o algo peor. El pedazo de espacio que pago cada inicio de mes para tener una cama dos por dos, la ropa desordenada en la cesta de algodón que dejó el antiguo inquilino, mi portátil en el suelo manchada con sorbos de jagër y un olor a cerveza vieja impregnado en las paredes de madera es lo que forma parte de mi compañía diaria. A diario rezo, me hace sentir sosegado. Vía al trabajo, cuando tomo el tren, la gente me observa como si fuera un muerto viviente. ¿Debe ser por mi cabello descabellado?, ¿O mi antiparabólismo? No lo sé. El asiento a la embarazada, los niños y las personas mayores, el resto, fallece de ipso facto, por lo menos para mí. Cuando me adentro en mis pensamientos paganos imagino que he sido elegido para una batalla que se avecina en el que todos, a mi alrededor, se dan cuenta, menos yo. No estoy loco. Ni me volveré loco. Muchos quisieran llevar mi vida. Tener mi trabajo, follarse las mujeres que me follo y beber lo que, irresponsablemente, bebo en los antediluvianos bares del centro. No fumo. O bueno, sí. A veces cuando voy con la realidad torcida me da por colocar cigarrillos en mi boca e inhalar el humo que se consume con los minutos. Ella me quería, sí, me quería a pesar de ser una tormenta incontrolable. Al salir de la oficina, pasaba por el establecimiento comercial del barrio y compraba algunas cervezas y cigarrillos para sentarse a debatir conmigo, en la terraza improvisada que habíamos creado semanas antes, parte de la historia nacional o algunos temas tergiversados por las sociedades cambiantes. Le caía de maravilla aprender de mis ocurrencias. Y viceversa. Nuestra relación padecía de metástasis. Paula siempre lo supo. Me aferré tanto a los lazos que nos unían que cuando falleció, mi cuerpo quedó congelado en el tiempo. Transcurrió.
-1-
1 año después.
Del plomizo al colorido. Conseguí un trabajo como editor de sucesos personalizados para el periódico local, Título Vespertino. Allí me obligaban a llevar un traje de tres piezas con zapatos de cuero color negro vantablack.
— La presencia ante todo, señor Rodríguez. Me lo recordaba a menudo la gerente de edición. Vaya pesadez. Entre todos los editores de turno yo era el que cobraba menos y trabajaba más. Mis historias no llenaban los estatutos sociales porque tendía a ser muy bizarro. Rodríguez, suaviza tus escritos, no todo tiene que ser como en la vida real. Rodríguez, no puedes dejar que tus demonios sean los responsables de tus redacciones. Rodríguez... Rodríguez... Rodríguez...
Al terminar mi turno todos los días a las 18:00 en punto me dirigía al bar que me quedaba al cruzar la calle 76 con 31. Era un poco longevo. Estaba personalizado con madera clásica, cuernos de animales, armamento contemporáneo y una Harley-Davidson del año 89' que caía del techo hacia la barra agarrada con cadenas y candados.
— ¿Lo mismo de siempre, Rodríguez?
— No, esta vez quiero probar algo nuevo. Me apetece fantasear despierto.
— Tengo esta bebida, *se voltea y toma la botella del mueble principal*, que justo me llegó ayer de Ecatepec de Morelos. Tiene un Tzukán dentro del frasco y viene rellenada con un mezcal primitivo. ¿Quieres un shot?
— Sírvame con sentido, por favor.