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Superé el límite de velocidad por bastante para llegar cuanto antes al piso. Charity no dijo una sola palabra durante la primera mitad del trayecto. Estaba sudando e hiperventilando. Yo no dejaba de repetirle que todo estaría bien, que no debía preocuparse. Muchas de las malas noticias, por teléfono, se malinterpretan. O eso me decía a mí mismo intentando auto convencerme de algo que sabía que no era cierto. Las palabras de Joe Hudson se repetían una y otra vez en mi cabeza. Era como un eco que rebota en tantas paredes que no sabes cuándo parará.

―Ella va a estar bien ―susurró para sí misma Charity, sin saber ni qué hacer con sus propias manos―. Ella está bien. No ha pasado nada. Llegaremos, la recogeremos y nos iremos a casa a descansar.

―No te preocupes ―dije yo, en un tono de voz algo más elevado―. Seguro que lo he entendido mal. Joe estaba un poco nervioso y seguro que no se ha expresado como pretendía.

―Ve más rápido... Acelera... ¡Acelera! ¿¡Es que este cacharro no puede ir más rápido!?

Pisé más el acelerador, poniéndome casi a cien kilómetros por hora en una zona limitada a cincuenta. Tuve que esquivar a varios coches, escuchando pitidos mientras nos alejábamos. Diría que tuve maestría al volante, pero lo cierto es que prácticamente iba en piloto automático. Mientras que mi cuerpo conducía, mi cabeza no dejaba de pensar en mis padres y en Ellie. Me repetía el mismo mantra que Charity una y otra vez. Iban a estar bien, tenían que estar bien. Yo mismo me induje a pisar aún más el acelerador.

Luces de sirenas al fondo de la calle, tanto de la policía como del servicio sanitario comenzaron a vaticinar lo peor. Pegué un último acelerón y frené con brusquedad junto a un par de ambulancias que había junto a la puerta del bloque de edificios.

Muchos vecinos se habían asomado al balcón a husmear, mientras que otros con menos vergüenza se habían amontonado en el portal. Todo eso nos dificultó un poco el poder entrar en el edificio, además de aguantar las miradas de gente que no tenía nada que ver ni con mis padres ni con Ellie y se pensaban que queríamos un mejor sitio que ellos para observar el espectáculo. Gentuza.

Cuando al fin conseguimos llegar a la entrada del bloque, presenciamos el peor momento. Los sanitarios sacaron tres camillas por la puerta, con cuerpos inertes bajo sábanas blancas. Había dos bultos del tamaño de dos cuerpos adultos y el tercero era el cuerpecito de un niño pequeño.

Charity corrió hacia este último para destapar la sábana, a pesar de las advertencias de los sanitarios, descubriendo el cadáver degollado de Ellie.

―¡Noooo! ―comenzó a llorar―. ¡Ellie! ¡Ellie! ¡No...!

Cayó de rodillas en tierra mientras se desgarraba por dentro y se dejaba la voz con cada chillido y cada llanto.

―¡No! ¡No! ¡Ellie! ¿¡Por qué!? ¡Ellie!

La cogí de los hombros mientras que los sanitarios se llevaban los cuerpos en las ambulancias. Le dijeron a Charity que, si quería, les podía acompañar, pero con sus gritos no se enteró. De modo que la levanté en peso y la acompañé hasta la ambulancia en la que habían metido a su hermana. Yo le dije que iría en el coche y nos encontraríamos allí. Cerraron las puertas, arrancaron, encendieron la sirena y se perdieron en la oscuridad de aquella fría noche.

El frío. El frío es lo que más recuerdo también de aquella noche. Pero este frío era diferente. No era como el que te conté al empezar, no. Era un frío muy distinto. Digamos que este no era solo un frío térmico. Este sí que era un frío de soledad, de pérdida, de muerte.

Me giré para ir en dirección a mi coche y me encontré con un rostro familiar junto a este. Me acerqué, extrañado, pero deprisa.

―¿Will?

Deja que el mundo ardaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora