En un rincón tranquilo de la ciudad, donde las calles serpenteaban entre casas de tejas rojas y jardines floridos, se alzaba una casa de dos pisos con un pequeño jardín delantero. Este hogar, con su fachada de ladrillo cálido y ventanas adornadas con cortinas blancas, había sido el escenario de mi infancia más feliz. Cada rincón estaba impregnado de memorias luminosas, del antes.
Recuerdo aquellos días dorados como un libro antiguo cuyas páginas pasaban suavemente entre mis manos. El sol se filtraba a través de las ramas de los árboles, proyectando un tapiz de luz sobre el suelo del jardín donde mi madre solía sentarnos a jugar. Las risas eran frecuentes, y su abrazo era mi refugio, un refugio del cual no sabía que algún día tendría que despedirme.
Mi madre, Kaori, tenía una sonrisa que podía iluminar incluso los días más grises. Su amor era un sol constante en mi vida, un calor que nunca parecía desvanecerse. La vida era una danza ligera de juegos y cuentos, y mis días estaban llenos de promesas, de aventuras y sueños compartidos.
Pero el destino, siempre impredecible, decidió alterar el curso de mi vida. La enfermedad llegó como una sombra inesperada, y con ella, la tragedia se deslizó suavemente en nuestra vida. La enfermedad de mi madre fue rápida y despiadada, arrebatándola de nosotros con una crueldad que solo la vida puede desplegar. A los ocho años, perdí mi ancla, mi fuente de felicidad, y la casa que antes estaba llena de luz y risa se convirtió en un eco de su ausencia.
Mi padre, Ryuusei, era un hombre de gran fortaleza, tanto en cuerpo como en espíritu. De día, se esforzaba por mantener la normalidad para mí, escondiendo sus propias heridas detrás de una sonrisa firme. Era un hombre de manos callosas, curtidas por el trabajo, y de ojos que, a menudo, miraban al horizonte con una mezcla de determinación y tristeza.
El cambio no fue solo en el ambiente; mi propio mundo se tambaleó. El jardín que antes estaba lleno de vida ahora parecía vacío y silencioso. Las risas que solían llenar el aire se habían convertido en un murmullo distante, un eco de lo que una vez fue. Mi padre y yo, en nuestra tristeza compartida, nos aferramos el uno al otro, pero a menudo nos encontrábamos hablando en murmullos, intentando llenar los espacios vacíos que ella había dejado.
Las tardes se convirtieron en un reto. Mi padre y yo nos encontrábamos en la cocina, él preparando cenas con un esfuerzo que no podía ocultar, y yo sentado a la mesa, mirando sin ver. La comida solía ser un evento alegre, pero ahora se sentía como una rutina inevitable, un recordatorio constante de lo que habíamos perdido.
En la escuela, mi mundo exterior se había vuelto tan sombrío como el interior. La tristeza que arrastraba me hacía distante y reservado. Las risas y charlas de mis compañeros eran ecos lejanos, y mi naturaleza introspectiva y melancólica no encajaba con el bullicio alegre de la infancia. Mientras otros niños formaban amistades y compartían juegos, yo me sentía un espectador, atrapado en un mundo del cual me había vuelto ajeno. Mis pocos amigos eran una excepción en un paisaje de soledad, y me encontré buscando refugio en los libros y en el tiempo que pasaba solo en mi habitación.
El anhelo de regresar a aquellos días felices, cuando mi madre estaba viva y el mundo parecía un lugar lleno de promesas, se convirtió en un refugio para mi mente inquieta. Los sueños de aventuras y juegos, de días soleados y noches estrelladas, se convirtieron en un escape de la realidad que enfrentaba cada día.
Mi padre intentaba llenar el vacío, y aunque su esfuerzo era infinito, la ausencia de mi madre era una sombra que nunca se desvanecía. A veces, lo veía sentado en el jardín por la noche, mirando las estrellas con una expresión que combinaba nostalgia y esperanza. "Ella siempre amó las estrellas," solía decir, y yo me encontraba buscando en el cielo un consuelo que parecía esquivo.
Con el tiempo, la tristeza se convirtió en una compañera constante. Me preguntaba si alguna vez podría encontrar la felicidad de nuevo, si el vacío que sentía podría llenarse con algo más que recuerdos. Mi padre y yo nos manteníamos unidos en nuestra tristeza compartida, pero el peso de la pérdida seguía siendo una carga que ambos llevábamos en silencio.
Los años pasaron, y el niño que había sido feliz en la luz de la vida con su madre se había convertido en un joven que buscaba respuestas en el crepúsculo. Aunque mi padre y yo nos esforzábamos por encontrar nuestra nueva normalidad, la pregunta persistía en mi mente: ¿podría alguna vez volver a ser feliz, a sentir la luz que una vez iluminó mi vida?
La vida continuaba, y aunque el dolor de la pérdida nunca desapareció por completo, aprendí a vivir con él, a buscar en los pequeños momentos de alegría un recordatorio de lo que una vez había sido. La historia de mi vida, marcada por el amor perdido y la lucha por encontrar la felicidad, seguía desarrollándose bajo el vasto firmamento, donde las estrellas brillaban como recuerdos de un tiempo más brillante.
—FIN—
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"My Last Star" [Miku Nakano X T/N]
FanfictionA medida que el sol se oculta tras el horizonte, las estrellas empiezan a brillar en el vasto firmamento, recordándome los momentos que compartí con él. En esos días sombríos, cuando el tiempo se deslizaba lentamente, conocí a "T/N", quien vino a mi...