Capítulo: Entre Juguetes y Sombras: La Paz de un Corazón Herido
130 d.C
El sol de la tarde se filtraba suavemente a través de las ventanas del amplio salón de juegos del palacio, creando patrones dorados sobre el suelo de piedra. En un rincón de la sala, Rhaela observaba a sus tres hijos mientras jugaban con pequeños dragones de madera. Los mellizos, Aelor y Alia, de tres años, estaban absortos en su juego, moviendo con entusiasmo sus dragones de madera en una simulación infantil de batallas y vuelos. Su hermana menor, Lyra, de dos años, reía alegremente mientras intentaba imitar a sus hermanos mayores con su propio dragón de madera, más sencillo pero igualmente preciado.
Rhaela, sentada en una silla cerca de la ventana, permitía que su mente vagara mientras veía a sus hijos jugar. La escena de alegría y despreocupación contrastaba profundamente con los recuerdos que la atormentaban. Las risas infantiles llenaban la sala, pero en la mente de Rhaela, los ecos de tiempos turbulentos resonaban con una intensidad abrumadora.
—Mira, mamá, mi dragón vuela alto —dijo Aelor, levantando su dragón de madera por encima de su cabeza con una sonrisa orgullosa.
—¡Es verdad, Aelor! ¡Parece que va a llegar hasta el cielo! —exclamó Alia, moviendo su propio dragón de madera con movimientos juguetones.
—Quiero que el mío también vuele alto —dijo Lyra, frunciendo el ceño con concentración mientras intentaba hacer que su dragón se moviera. —Ayúdame, mamá —pidió con una voz pequeña pero decidida.
Rhaela se levantó lentamente y se acercó a sus hijos, agachándose para estar a su altura.
—Claro, Lyra —dijo con una sonrisa cálida. —Vamos a ver si podemos hacer que tu dragón vuele tan alto como el de tus hermanos.
Con delicadeza, ayudó a Lyra a mover el dragón de madera por el aire, mientras los niños reían y animaban.
Aunque el momento era dulce y lleno de inocencia, Rhaela no podía evitar que su mente se viera arrastrada hacia el dolor y el sufrimiento de la guerra. La pérdida de su hermano, el hijo de Helaena y el rey Aegon, la violencia y el caos que había experimentado, la hacían sentir una profunda tristeza y culpabilidad. Mientras jugaba con sus hijos, cada risa y cada momento de alegría parecía un contraste doloroso con el tumulto exterior.
—Mamá, ¿por qué estás tan callada? —preguntó Aelor, mirando a Rhaela con curiosidad mientras movía su dragón de madera en un vuelo circular.
—No es nada, querido —respondió Rhaela, intentando ocultar su tristeza detrás de una sonrisa. —Solo estaba pensando en lo afortunados que somos de tener momentos como este.
—¿Qué pasó con el rey? —preguntó Alia, recordando vagamente las conversaciones que había escuchado. —¿Está bien?
Rhaela parpadeó, sorprendida por la pregunta de su hija. Tomó una respiración profunda, decidiendo suavizar la verdad para no inquietar a sus pequeños.
—El rey... no está con nosotros ya —dijo con voz tranquila, buscando las palabras adecuadas. —Pero eso es parte del pasado, y ahora estamos aquí, juntos. Eso es lo que importa.
Alia asintió, aunque no entendía completamente la respuesta. Lyra se acercó a Rhaela y le dio un abrazo pequeño pero reconfortante.
—¿Mamá triste? —preguntó, con una preocupación que desmentía su corta edad.
Rhaela abrazó a Lyra, sintiendo un alivio momentáneo en el calor de su abrazo.
—No, cariño —dijo Rhaela, esforzándose por sonar animada. —Estoy bien. Solo estaba pensando en cómo me alegra verte a ti y a tus hermanos felices y jugando. Es un momento precioso y eso me hace sentir mejor.
Mientras los niños continuaban jugando, Rhaela se sentó en el suelo con ellos, mirando las pequeñas figuras de madera que se movían en sus manos. Cada risa, cada grito de entusiasmo de sus hijos, parecía una chispa de luz en la oscuridad que la rodeaba. Los dragones de madera en sus manos, elaborados con esmero por los artesanos del reino, eran para ellos símbolos de juego y fantasía, pero para Rhaela, eran un recordatorio doloroso de la guerra que había alterado su vida.
—¡Mira, mamá! ¡Mi dragón ganó la batalla! —gritó Alia, saltando de emoción.
—¡Es un campeón! —exclamó Rhaela, aplaudiendo y uniéndose a la celebración.
Mientras los mellizos reían y se abrazaban, y Lyra aplaudía con entusiasmo, Rhaela se permitió un pequeño momento de paz. La guerra seguía afuera, pero dentro de ese pequeño rincón de felicidad, ella encontraba fuerza en el amor de su familia. Aunque no podía evitar el peso de sus decisiones y el sufrimiento que habían causado, estar con sus hijos le daba un consuelo que las batallas y las pérdidas no podían arrebatarle.
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El último dragón: La casa del dragón
Novela JuvenilEl último dragón: La Saga Targaryen ofrece una mirada profunda a las complejidades de la política familiar, el amor y el poder en la casa Targaryen. A través de los ojos de Rhaena, la novela explora la tensión entre el deber y el deseo, la lealtad y...