Capítulo 34.

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El camino de regreso a la aldea estaba envuelto en un aire de alivio palpable. Huaáneri y Kalik avanzaban en silencio, ambos sumidos en pensamientos sobre lo que les aguardaba. Ahora había un compromiso y esperaban que todos pudieran aportar algo bueno a la causa. Ella confiaba que Ekuneil la apoyaría y que convencer a las ancianos sería fácil entonces. Pero al llegar, notaron algo inusual; figuras desconocidas patrullaban los alrededores. Sus pasos se volvieron cautelosos mientras evadían a los guardias. Pero tenían que entrar por la parte principal, no sabían de qué venía todo aquello. Se preocuparon anticipando malas noticias.

—¡Deténganse!, No den un paso más. —dijo uno de los hombres apuntando a sus cuerpos y con la mano extendida en señal de alto.

—Lo siento, yo soy Huaáneri. Soy la princesa de esta comunidad. —habló ella, pero los hombres no se notaban convencidos por lo que dió más información. —Soy hija del antiguo líder Balaam, vengo de un largo viaje.

Ellos al escuchar de quién era hija, no dudaron de que fuese cierto. Les dejaron pasar pero con la advertencia de que sí era mentira, arremeterían en su contra. Sin embargo, pidieron a otros estar al tanto de ellos hasta que se demostrara la veracidad de sus palabras. A ella eso le molestó un poco pero al ver el panorama tan distinto, no dijo nada y decidió seguir caminando. A los hombres no les pasó por desapercibido la apariencia de Kalik quien estaba listo para usar su fuerza bruta si era necesario.

Continuaron caminando adentrándose cada vez más en Koyala, viendo que todo estaba desolado, no se veía ni un alma por ahi. Parecía una paradoja de terror, incluso el aire se estaba volviendo más frío con cada paso que daban. Pero ella no daba crédito a lo que vería cuando al doblar una esquina, una escena desgarradora los detuvo en seco; Ekuneil, el líder que habían dejado atrás, estaba amarrado públicamente. Su cuerpo mostraba señales de maltrato y heridas recientes. Huaáneri y Kalik se acercaron con sigilo, manteniéndose fuera de la vista de los guardias. Al llegar a él, Ekuneil levantó la cabeza con esfuerzo, sus ojos reflejando una mezcla de dolor y determinación. Ya sabían que todo estaba mal en su comunidad.

—¿Qué ha sucedido aquí? —preguntó Huaáneri, su voz apenas un susurro.

Ekuneil hizo una pausa antes de responder, como si cada palabra le costara un esfuerzo inmenso. No daba crédito a qué Huaáneri estuviera ahí. ¿Dónde había estado todo este tiempo?

—¿Huaáneri?— preguntó apenas con fuerzas.

—Soy yo, estoy aquí. Déjame desatarte. —le respondió con desespero mientras intentaba quitarle las ataduras sin lastimarlo más de lo que ya estaba. Kalik se mantenía al margen y alerta por si alguien intentaba acercarse.

Nunca confió en Ekuneil pero verlo así le abrió un nuevo sentimiento; lástima. Él sabía que ese muchacho no era malo, más bien ahora lo miraba diferente por recordad que él pertenecía a la comunidad de su madre.

—Balaam ha regresado. —murmuró Ekuneil de pronto. —Llegó con hombres de Naribiu. Han tomado el control de la aldea. Fui atrapado y encarcelado... por intentar protegerlos. Yo, lo siento.

Huaáneri sintió un nudo formarse en su garganta. La mención de Balaam, su padre, trajo una oleada de emociones contradictorias. ¿Su padre estaba vivo?

—¿Mi padre? —alzó la mirada para fijarla en él.

—Nunca murió, siempre estuvo esperando el momento para destruirnos.

Kalik, con los puños apretados, se agachó junto a Ekuneil.

—No permitiré que siga haciendo daño. —dijo Kalik, su voz firme.

Huaáneri lo miró. Comprendía el reciente odio de él hacia Balaam pero este seguía siendo su padre y que aún sabiendo todo lo malo que hizo, seguía doliendo la mención de su nombre. Pero antes de que pudieran actuar, una figura alta y dominante apareció en la escena. Balaam, con su porte imponente y mirada severa, se dirigió directamente hacia ellos.

Hijo de Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora