Capítulo 24: La Batalla del Foso de los Dragones

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Capítulo: La Batalla del Foso de los Dragones

Año 133 d.C.

El cielo de Poniente se había oscurecido con nubes de tormenta, presagio de la batalla que estaba por comenzar. El Foso de los Dragones, un vasto valle conocido por ser el campo de batalla de muchas leyendas antiguas, se preparaba para una confrontación decisiva. Este sería el lugar donde se decidiría el destino de la Casa Targaryen y el futuro del reino.

El suelo temblaba bajo el peso de los dragones y los pasos de los caballos. Rhaela Targaryen, la princesa heredera, había llegado al campo de batalla con una determinación fría en los ojos y una furia contenida en el corazón. Sus seis dragones, majestuosos y poderosos, rodeaban el campo, sus escamas brillando con un tono metálico que reflejaba la luz que se filtraba a través de las nubes.

A su lado, el temido Daemon Targaryen, montando a Caraxes, estaba igualmente preparado para la batalla. Su presencia imponía respeto y su mirada ardía con la misma intensidad que el fuego de su dragón. A pesar de las tensiones pasadas y las diferencias, en esta batalla, los dos luchaban como uno solo, unidos por la causa que defendían.

Al otro lado del campo, en un ángulo opuesto, se encontraba Aemond Targaryen, montando a Vhagar, el dragón más grande y temido de todos. Su presencia era imponente, pero su semblante estaba sombrío y cargado de una furia contenida. A su lado estaba Alys Ríos, su amante, visiblemente embarazada por tercera vez. Aunque su embarazo le daba un aire vulnerable, su mirada era decidida y desafiante.

Rhaela observaba la escena desde lo alto de su dragón, con el rostro enmascarado por una expresión de determinación. La carga emocional de enfrentar a su propio esposo no le permitía flaquear. Sabía que la batalla no solo era una lucha por el poder, sino también una prueba de su fortaleza y lealtad a su causa.

Daemon, montado en Caraxes, se acercó a Rhaela, sus ojos centelleando con la misma intensidad que su dragón. Aunque siempre había tenido su propia agenda, la lealtad de Daemon hacia Rhaela en esta batalla era inquebrantable.

—Estamos listos para lo que venga —dijo Daemon, su voz firme a través del rugido del viento y el retumbar de los dragones—. Recuerda, la estrategia es clave. Mantén a tus dragones en formación y usa el terreno a tu favor. Aemond y Vhagar tienen la ventaja en tamaño, pero nuestra agilidad puede ser nuestra mayor fortaleza.

Rhaela asintió, su mirada fija en la figura de Aemond que se movía a lo lejos. La determinación en sus ojos no se veía afectada por la proximidad de la batalla.

A medida que el sol comenzaba a ocultarse detrás de las nubes, el silencio que precede a una batalla se rompió con el sonido de los cuernos de guerra. La primera oleada de ataques comenzó, y los dragones se alzaron en el cielo, desatando una tormenta de fuego sobre el campo de batalla.

El rugido de Vhagar retumbó como un trueno, y Aemond, con la mirada fija en Rhaela, comandó su dragón con una precisión mortal. Las llamas que surgieron de la boca de Vhagar se entrelazaban con las llamas de los dragones de Rhaela, creando un espectáculo de destrucción y caos.

Rhaela voló en formación con sus dragones, moviéndose con agilidad para esquivar los ataques de Vhagar. Sus dragones eran rápidos y coordinados, lo que les permitía lanzar ataques certeros y retroceder antes de que Vhagar pudiera contraatacar. Los movimientos eran elegantes y calculados, cada uno un testimonio de la habilidad y el entrenamiento de los dragones y sus jinetes.

Daemon y Caraxes se enfrentaban directamente a Vhagar, manteniendo una lucha feroz y continua. Aemond, con su furia contenida y su deseo de victoria, lanzaba ataques implacables, pero la astucia y la estrategia de Daemon eran difíciles de superar. La batalla en el cielo se volvía cada vez más intensa, con dragones que se lanzaban entre sí en un ballet de fuego y destrucción.

Mientras el conflicto se desarrollaba, Rhaela descendió a tierra, preparándose para enfrentar a Aemond directamente. El terreno del Foso de los Dragones se convirtió en un campo de batalla frenético. La presencia de Aemond y su dragón era imponente, pero Rhaela estaba decidida a no dejarse intimidar.

Aemond, con el rostro enrojecido por la ira y la determinación, estaba enfocado en su esposa. La presencia de Alys a su lado le daba un toque de desesperación a su situación; ella estaba en una posición vulnerable, pero su actitud no parecía desalentada. La imagen de Aemond, su esposo, junto a su amante embarazada, chocaba brutalmente con la de la familia que Rhaela había querido construir. El dolor y la traición que sentía eran casi insoportables. Cada movimiento de Alys, cada gesto de Aemond, era un recordatorio del amor que había sido traicionado y de la familia que se había desmoronado.

Rhaela se enfrentó a Aemond con un destello de desafío en los ojos. La tensión entre ellos era palpable, una mezcla de amor, dolor y rabia que alimentaba su enfrentamiento. Aemond, a pesar de su furia, parecía también luchar con una tormenta interna de arrepentimiento y tristeza al ver a Rhaela en el campo de batalla, enfrentándolo de la manera más personal posible.

La batalla estaba llegando a su punto culminante, y el resultado parecía estar en la balanza. Después de horas de lucha intensa, la batalla comenzó a inclinarse a favor de Rhaela y sus aliados. La combinación de la astucia de Daemon y la habilidad de Rhaela para coordinar a sus dragones con precisión había comenzado a hacer mella en las fuerzas de Aemond.

Con un último esfuerzo, Rhaela lanzó un ataque final que obligó a Vhagar a retroceder. Aemond, visiblemente agotado y frustrado, se dio cuenta de que la batalla estaba perdida. La tristeza y la desesperación se reflejaban en sus ojos mientras veía cómo su ejército se desmoronaba.

Aemond, con una expresión de derrota y desesperanza, montó a Vhagar con la ayuda de sus hombres. Alys, su embarazo claramente visible, se acomodó en la silla de montar con una mezcla de preocupación y resignación. Juntos, comenzaron la retirada, volando hacia el horizonte con el semblante sombrío y la derrota palpable.

El campo de batalla, una vez lleno de caos y furia, comenzó a calmarse con la retirada de las fuerzas de Aemond. Los dragones de Rhaela, exhaustos pero victoriosos, descendieron al suelo, y ella observó la partida de su esposo y su amante con una mezcla de emociones conflictivas. La derrota en el campo de batalla era una victoria amarga, un recordatorio de los sacrificios hechos y de las cicatrices que quedaban.

Rhaela se quedó en el campo de batalla, mirando cómo Aemond y Alys se alejaban, sabiendo que la batalla era solo una parte del conflicto más grande que enfrentaban. La paz que buscaba aún estaba lejos, pero había ganado una batalla crucial en el conflicto que definía el futuro de su Casa y el reino.

El Foso de los Dragones, una vez un campo de batalla, ahora era un testimonio de la furia y la resolución de los Targaryen. Rhaela, al mirar el campo devastado, sabía que el camino hacia la verdadera paz y reconciliación era aún incierto, pero su determinación de forjar un nuevo futuro para su casa seguía firme. 

El último dragón: La casa del dragónWhere stories live. Discover now