Capítulo: La Frialdad del Desdén
Aemond Targaryen, con su porte majestuoso y su carácter implacable, atravesaba los oscuros pasillos de la fortaleza con una determinación fría en sus pasos. El peso de las decisiones que había tomado, y la sensación de pérdida que ahora lo acompañaba, eran evidentes en su rostro. A medida que se acercaba a la prisión, sus pensamientos eran un torbellino de culpa y resentimiento, pero su exterior permanecía inalterado.
Finalmente, llegó frente a la celda de Rhaela. La puerta de hierro, robusta y pesada, parecía ser el último obstáculo entre él y su esposa, la mujer que una vez había amado con fervor. Aemond hizo una señal a los guardias, que abrieron la puerta con un chirrido resonante. La celda se llenó de la luz tenue que se filtraba por la única ventana de barrotes, iluminando el rostro tenso de Rhaela.
Ella estaba en una esquina de la celda, sentada en el suelo con las piernas recogidas y la cabeza baja. Sus cabellos claros, característicos de los Targaryen, caían desordenados sobre sus hombros, y su postura expresaba una profunda tristeza y enojo. Cuando la puerta se abrió y Aemond entró, Rhaela levantó la vista brevemente antes de volver a mirar hacia abajo, ignorando a su esposo por completo. Su silencio era una declaración de guerra silenciosa, una forma de desdén que parecía más efectiva que cualquier palabra que pudiera pronunciar.
Aemond se quedó de pie en el umbral de la celda, mirándola con una mezcla de frustración y dolor. El contraste entre la dignidad con la que ella mantenía su silencio y el tormento interno que él sentía era casi tangible. Aemond dio un paso hacia dentro, la puerta se cerró tras él con un estrépito que marcó un punto de no retorno en su interacción.
—Rhaela —empezó Aemond, su voz resonando con una mezcla de autoridad y vulnerabilidad—. Debemos hablar sobre esto. Necesito que me escuches, que me des una oportunidad para explicar por qué he hecho lo que he hecho.
Rhaela permaneció en silencio, su cabeza baja y sus manos entrelazadas sobre sus piernas. La actitud de Aemond no hizo más que aumentar su enfado. Cada palabra que él pronunciaba se perdía en el aire, sin recibir respuesta alguna de la mujer que había sido su compañera de vida.
—Sé que estás enfadada —continuó Aemond, su tono tomando un matiz de desesperación—. Pero al menos, mírame. Dime que estás dispuesta a escucharme, a escuchar lo que tengo que decir.
Rhaela no movió ni un músculo. Su silencio era una muralla impenetrable, una declaración más poderosa que cualquier grito de rabia o súplica de perdón. Cada intento de Aemond por comunicarse con ella era recibido con un muro de indiferencia, un muro que parecía reflejar el abismo que se había abierto entre ellos.
Aemond avanzó un paso más, tratando de captar cualquier signo de respuesta en el rostro de Rhaela. Sus ojos, que solían estar llenos de amor y pasión, ahora estaban llenos de una mezcla de arrepentimiento y determinación. La distancia emocional entre ellos era ahora más palpable que nunca, y cada palabra que decía parecía desvanecerse en el aire frío de la celda.
—No puedo seguir así —dijo Aemond finalmente, su voz quebrándose ligeramente—. No puedo vivir con la culpa y la tristeza de haberte fallado. He cometido errores, y los estoy pagando. Pero necesito que entiendas que no ha sido fácil para mí tampoco.
Rhaela, sin embargo, seguía sin responder. Su silencio era una fuerza en sí misma, una declaración más poderosa que cualquier grito de rabia o súplica de perdón. Su falta de respuesta parecía decirlo todo: estaba cansada, decepcionada y herida en lo más profundo de su ser.
Después de unos momentos de tensa espera, Aemond se dio la vuelta y salió de la celda, sus pasos pesados y cargados de una tristeza palpable. La puerta se cerró tras él con un sonido seco, marcando el final de la visita. La celda, ahora vacía de la presencia de Aemond, quedó envuelta en el mismo silencio que Rhaela había mantenido durante su encuentro.
Aemond se apoyó contra la puerta de la celda, su respiración irregular y su corazón pesado. La conversación no había sido como él esperaba, y el silencio de Rhaela había sido una bofetada de realidad. El dolor de la traición, el arrepentimiento por sus decisiones y el peso de su nueva realidad se entrelazaban en su mente mientras se alejaba, dejando a Rhaela sola con sus pensamientos en la fría oscuridad de su celda.
El dolor y la frialdad de esa noche no se desvanecerían fácilmente. Ambos, atrapados en un ciclo de traición y arrepentimiento, se enfrentaban a un futuro incierto, marcado por el dolor de su separación y el peso de sus decisiones. La fortaleza, que una vez fue un símbolo de unidad y amor, se había convertido en el escenario de una tragedia personal, y el silencio de Rhaela era un eco de las heridas profundas que ambos compartían.
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El último dragón: La casa del dragón
Teen FictionEl último dragón: La Saga Targaryen ofrece una mirada profunda a las complejidades de la política familiar, el amor y el poder en la casa Targaryen. A través de los ojos de Rhaena, la novela explora la tensión entre el deber y el deseo, la lealtad y...