XXVII: Bajo la alfombra.

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♦Ethan Mc Clarence:

La sensación de mi puño estrellándose contra el pómulo izquierdo de Ryan fue sublime y extremadamente placentera.

El rostro de mi no tan mejor amigo se contrajo por el dolor y la sorpresa, mientras dejaba salir una maldición en mi nombre que solo aumentó mis ganas de desfigurar su maldita cara. En el momento en que abrí la puerta y me lo encontré tras ella, ni siquiera había dudado en dejar salir la rabia que me había provocado ver el video que uno de mis amigos me envió de la noche anterior.

En él, al principio, se me enfoca bailando con alguien que apenas recuerdo, para luego apuntar hacía la escena que se desarrollaba sin yo tener idea. Ryan sujetaba a Saint como si le perteneciera y estaba a centímetros de poner su horrorosa boca sobre la del vagabundo. Para mi gracia y alivio, este lo había empujado como si de un enfermo leproso se tratase.

Luego de ello, no me fue difícil atar cabos y entender cómo Saint había terminado esa noche en el club.

También encontré una llamada hacía su teléfono desde el mío.

—¡¿Qué mierda contigo?! —gritó sujetándose la zona dañada y mirándome como si de pronto tuviera dos cabezas.

Su expresión ofendida y confundida solo hizo que mi furia creciera aún más.

—Siempre supe que eras un carroñero, pero no creí que llegaras a un punto tan vil y asqueroso —espeté tomándolo de los pliegues de su camisa y empujándolo contra la pared. Mi rostro quedó a centímetros del suyo cuando añadí: —Sé que fuiste tú quien llamó a Saint anoche.

Sus facciones cambiaron en un microsegundo, pasando de la confusión a un oscuro placer. La sonrisa en sus labios me provocó arcadas. Aunque una parte de mí se sintió agradecida que no siguiera jugando al tonto.

—Estabas dando un espectáculo, me pareció triste que él se lo estuviera perdiendo—se encogió de hombros, como si se tratara de la treta de un niño a otro.

El siguiente sitio en el que estrellé mi puño fue su estómago. Ryan se dobló expulsando el aire de sus pulmones y yo lo solté para dejarlo caer. Mi cuerpo vibraba y mis manos temblaban debido a la adrenalina y el enojo. Gran parte de mí quería desquitarse con él hasta verlo cubierto de moretones, escupiendo su propia sangre. Otra, más pequeña, sabía que él no habría podido hacer nada si yo no le hubiera entregado las herramientas en bandeja de plata.

Me alejé hacía la cocina, apoyándome en el mármol frío de la encimera. Mientras cerraba mis ojos para aclarar mi cabeza, escuché a Ryan reírse desde su lugar en el piso. Tuve que sujetarme con fuerza para no volver a donde estaba y cumplir con el retorcido deseo de escucharlo gritar por clemencia.

—Te dije desde un inicio que no era para ti —espetó sin levantarse —. Alguien de su clase solo se utiliza un par de veces para saciarse la sed, no se planea un puto futuro como lo estabas haciendo tú.

Una risa seca y medio histérica abandonó mis labios antes de que lo supiera. Enderecé mi espalda tanto que sentí mi columna quejarse. Lo poco y lo mal que había dormido, sabiendo que el vagabundo no estaría al despertar, me estaba pasando factura. Quería pasar el resto de aquel día sentado en el sofá, mirando un punto fijo fingiendo que las personas a mi alrededor no eran las más horribles del planeta.

—Y tú estabas ansioso por tener tu turno, ¿verdad? —siseé irónico.

Conectó su mirada con la mía a través de la distancia que lo mantenía aún respirando. No vislumbre un ápice de arrepentimiento en sus ojos, tampoco vergüenza.

De Perdedores y Otras CatástrofesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora