Capítulo 31: La Humillación de Rhaela

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Capítulo: La Humillación de Rhaela

133 d.C

La noche había caído sobre Desembarco del Rey, y la Fortaleza Roja estaba sumida en un silencio inquietante. En sus aposentos, Rhaela intentaba encontrar un momento de paz, meditando sobre los recientes acontecimientos y su inminente enfrentamiento en el juicio por combate.

De repente, la puerta de su habitación se abrió de golpe, interrumpiendo sus pensamientos. Aemond entró tambaleándose, claramente ebrio, con una expresión de desenfreno y furia en su rostro. Detrás de él, tres prostitutas lo seguían, sus risas y murmullos rompiendo el silencio de la noche.

Rhaela se levantó de su silla, su mirada fija en Aemond. Había visto a su esposo en muchos estados, pero nunca así. La mezcla de alcohol y rabia en sus ojos era aterradora. Antes de que pudiera decir algo, Aemond levantó una mano, silenciándola.

—Siéntate y calla, Rhaela —gruñó, sus palabras arrastradas por el alcohol—. Esta noche, quiero que veas algo.

Rhaela, a pesar de su indignación y dolor, se sentó lentamente, su mirada fría y desafiante. No le daría el placer de ver su miedo.

Las prostitutas comenzaron a reír y a desnudarse, rodeando a Aemond con una familiaridad que solo podía venir de la experiencia. Aemond se dejó caer en una silla, sus ojos nunca dejando los de Rhaela mientras las mujeres comenzaban a tocarlo y acariciarlo.

—Míralo bien, Rhaela —dijo Aemond, su voz un susurro lleno de veneno—. Quiero que veas cómo me divierto, cómo me doy placer, mientras tú solo puedes mirar.

Rhaela sintió una ola de asco y humillación, pero mantuvo su expresión serena. No le daría la satisfacción de una reacción. Las prostitutas se movieron con destreza, despojando a Aemond de su ropa y entregándose a él con una pasión fingida.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó Aemond, su voz un susurro burlón—. ¿Te duele, Rhaela? ¿Te sientes traicionada? Porque yo me siento así cada vez que te miro y recuerdo tu traición.

Rhaela no respondió, sus ojos morados brillaban con una mezcla de tristeza y determinación. Sabía que Aemond estaba intentando castigarla, pero su silencio y resistencia eran su forma de mantener su dignidad.

La escena se prolongó, y Aemond, en su ebriedad, comenzó a perder el control. Las risas y gemidos de las prostitutas llenaban la habitación, pero para Rhaela, todo parecía un ruido distante, una prueba más de la degradación a la que estaba siendo sometida.

Finalmente, Aemond se desplomó, su energía agotada por el alcohol y el frenesí. Las prostitutas se rieron suavemente y comenzaron a vestirse, sabiendo que su trabajo había terminado.

Antes de irse, una de ellas miró a Rhaela con una mezcla de lástima y curiosidad. Pero Rhaela no desvió la mirada. Mantuvo sus ojos fijos en Aemond, ahora dormido en la silla, su rostro relajado en una paz que ella sabía que era solo temporal.

Cuando la última de las prostitutas salió de la habitación, Rhaela se levantó lentamente. Caminó hacia Aemond y lo observó durante un largo momento. Su corazón estaba lleno de una tristeza profunda, pero también de una resolución renovada.

Se inclinó sobre él y, con una ternura inesperada, le dio un suave beso en la frente. Luego, tomó una manta y lo arropó con cuidado, asegurándose de que estuviera cómodo. A pesar de todo el dolor y la humillación, había una parte de ella que aún recordaba al hombre con quien había compartido tanto.

Rhaela se quedó unos instantes más, observando su rostro ahora tranquilo en el sueño. Luego, salió de la habitación, dejando a Aemond en su ebriedad y sueños perturbados. Mientras caminaba por los pasillos oscuros de la fortaleza, una nueva claridad surgía en su mente. Había perdido una batalla, pero la guerra estaba lejos de terminar. Y ella, con la mente afilada y el corazón endurecido, estaba más preparada que nunca para enfrentar lo que viniera.

El último dragón: La casa del dragónWhere stories live. Discover now