15

6 2 0
                                    

–Debo decir que me impresionaste –. Dijo el chico estirando su mano–. Bienvenida Victoria.

Ella agarró la mano de él y la ayudó a levantarse. Estando en la claridad que había por la tenue luz que había gracias a los focos, logró ver el rostro de él. Sus ojos eran azules como el cielo, brillaban más que cualquier luz, su piel era cálida y su cabello se mezclaba en la oscuridad del lugar al ser negro.

Sintió un cosquilleo en su espalda. Su rostro se puso cálido y sintió sus mejillas arder.

–Asi que... –. Comenzó nerviosa soltando la mano de él–. Ryan...

Él también pareció impresionado con ella, porque parpadeo dos veces y relamió sus labios secos volviendo a la realidad.

–Si...es bueno verte en persona Victoria.

–Lo mismo digo.

–...Am...lamento lo del techo, no pensé que saltarías.

–Bueno, no pensé que estaría en un derrumbe, así que no importa –. Contestó bromeando a los que ambos rieron un poco incómodos.

–De acuerdo, ¿te parece si empezamos? –. Dijo señalando las computadoras.

–Asi que esta es tu guarida secreta –. Mencionó ella caminando lentamente hacia la mesa con todas las computadoras.

–Bueno, yo no lo llamaría guarida secreta, más bien...sí, guarida secreta.

Había muy poca luz en el lugar. En un escritorio habían siete pantallas de computadoras, habían tres apiladas en el lado izquierdo y tres en el lado derecho. En medio estaba la pantalla más grande, en donde se mostraba toda la ciudad en un mapa con diferentes puntos de ubicaciones.

Una de las pantallas mostraba herramientas de hacking, y chats encriptados. En otra se mostraban código, gráficos y datos en tiempo real. Las siete pantallas de computadoras se alineaban en el escritorio cada una mostrando diferentes ventanas con información importante.

El ambiente general era una mezcla de alta tecnología y una pizca de clandestinidad, un lugar donde la concentración y la habilidad técnica se fusionan para llevar a cabo operaciones complejas y, a menudo, ilegales.

Cables y periféricos se entrelazaban en un aparente desorden bajo el escritorio. Y por supuesto, un silla ergonómica frente al escritorio.

–No voy a preguntar de dónde sacaste todo eso –. Dijo Victoria pasando su mano por la madera del escritorio.

–De todas formas no te lo diría, pero en fin, te alegrará saber que tengo la contraseña de Cleo. El problema es, que no tenemos acceso a todas las aplicaciones, asi que, en teoría, tendrías que escoger bien dónde vas a buscar –. Explicó, sentándose en el borde de la mesa poniéndose la capucha de su campera negra.

–Entiendo... –. Murmuró mirando las pantallas–. ¿Lograste descubrir quienes eran los de la Van?

–Buen pregunta, no. Aún necesito tiempo si queremos ver quién está detrás de la voz distorsionada, pero, cómo dije, podemos saber quienes son los acompañantes.

–¿Pudiste ver quién era alguno de ellos?

–Si, hay un hombre –. Bajó de la mesa y se sentó en la silla ergonómica, tecleó algunas cosas y en la pantalla grande apareció la fotografía de un hombre. Barba candado, ojos negros, y poco cabello–. Su nombre es Eduardo López, tiene 37 años.

Victoria cruzó sus brazos y observó la imagen con detenimiento. No conocía al hombre, eso era seguro, pero si estaba segura en una cosa. Si lo encontraba, preguntaría para quien trabajaba, y si se negaba a contestar, llegaría a otro extremo.

El Hacker: Código de RescateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora