—Buen chico.
Lando desvió la mirada avergonzado de ser tan patético, pero no podía evitar querer ser de Carlos en cualquier sentido. Amaba cada trocito del español y quería pertenecerle al igual que deseaba que Carlos le perteneciese a él, algo poco probable, porque el mayor parecía ser más bien un alma libre y no una que se comprometía. Menos con un chico sensible como Lando.
La lengua del madrileño subió por todo su cuello, pasando por el lóbulo de su oreja derecha y separándose solo para atacar sus labios. Lando correspondió el beso, tratando de pensar en cosas asquerosas para que su erección se bajase, pero no lo lograba de ningún modo porque solo podía pensar en aquellos carnosos labios que lo estaban tomando y en las grandes manos del contrario acariciando su cintura. Pronto sitió la erección de Carlos contra su pierna y joder si estaba dura, sabía perfectamente como se le ponía al mayor cuando de sexo se trataba y sabía que aquel trozo de carne, grueso, largo y apetecible debía de estar ya mojando sus bóxers con líquido preseminal. No duraría mucho sin abrirse de piernas para el mayor si le apartaba la erección de la pierna.
—Hoy es día de carrera—trató de excusarse entre jadeos. Tenía que salir de aquellas sexys garras si no quería terminar en cuatro y a los pies de Carlos, nuevamente.
—Tenemos tiempo—contradijo el de Ferrari, metiendo sus manos bajo la camiseta de pijama de Lando y haciéndolo estremecerse y sonrojarse debido a la excitación. Su cuerpo conocía bien aquellas manos y no podía evitar no reaccionar ante ellas. Grandes y ásperas, hechas a medida de sus curvas: de su cintura, de sus nalgas, de su cuello, de sus mejillas, de sus piernas. Estaban hechos a la medida del otro.
Carlos le sacó la camiseta sin que Lando se opusiera, al contrario, se mostró sumiso y se dejó hacer con una pequeña mueca inocente. Le ponía tan cachondo ver al británico a su merced, sonrojado hasta las orejas, temblando ligeramente de excitación, duro y con su cuerpo ligeramente encogido como si fuese un indefenso conejito frente a un lobo hambriento. No vaciló ni por un segundo y se lanzó a aquellos amarronados pezones que tanto había extrañado saborear. Seguían igual de ricos y de sensibles. Recordaba a la perfección cada centímetro del cuerpo del contrario y había pasado demasiado sin poseerlo, deseaba mucho a Lando.
—¿Con cuántos te has acostado después de mi?—preguntó separándose para atacar su otro botoncito.
—C-con...mmm, con nadie. S-solo contigo—es verdad, Lando no había tenido intenciones de acostarse con nadie que no fuese Carlos y no era porque no se lo hubiesen ofrecido.
—¿Y por qué?
—Porque... ah, Carlos—mordió su labio tratando de no gemir, pero la mirada penetrante del contrario lo hicieron contestar la pregunta, sabía que Carlos le estaba demandando ESA respuesta—porque soy tuyo.
El español sonrió, era lo que deseaba oír, pero realmente sabía que Lando era tan suyo como él de Lando. Si alguien podía hacerle la competencia era Max Fewtrell, porque estaba demasiado unido a su diamante y sabía que si no se cuidaba podría robárselo, o incluso Daniel Ricciardo, no le gustaba ver a Lando con el australiano y mucho menos cuando hacían retos para el canal de McLaren, porque él mismo había experimentado la complicidad que se podía llegar a desarrollar en estos y temía que Lando llegase a sentir algo por Daniel o viceversa.
—Dilo otra vez.
—Soy tuyo, Carlos.
—No te he oído.
—Soy tuyo, soy tuyo, soy tuyo—jadeó llevando sus manos al pelo del madrileño para atraerle y besarle. Estaba muy caliente, ya no podía resistirse más ni forcejear, deseaba que el contrario tomase su cuerpo.
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Hecho a medida 『Carlando』
RomanceCarlos sabía que tenía un diamante en bruto. Un diamante que tenía que ser pulido. Un diamante que él se encargaría de hacer a medida. Lando era suyo.