YunKai estaba tapado de trabajo: eran las vacaciones de Ger, y se había quedado solo al frente de la administración del hotel. Emanuelle apareció en la oficina, resoplando después de una buena carrera desde la cocina:
—¡Dice Philip que si no vas a comer… —Se detuvo para tomar aire—, le dará tu plato al perro!
YunKai ni siquiera levantó los ojos de los papeles:
—No tenemos perro.
—¿Y lo que tiene mamá, qué es?
—Lo que tiene la tía Sophie no es un perro, es un un saco de patatas con un poco de pelo.
Emanuelle abrió la boca como si su primo hubiera dicho la peor blasfemia:
—¡Le voy a contar a mamá lo que dijiste! —El adolescente salió de la oficina, y gritó—: ¡También le voy a decir a la tía Angeline que no quieres comer!
—¡No se te ocurra! —Pero su primo ya se había perdido por los pasillos, y él iba a tener que almorzar si no quería soportar las quejas de su madre.
En el comedor lo esperaba un plato servido hacía rato, y la cara larga de su primo mayor:
—¡Tu comida ya se enfrió, Kai! Cómetela así, porque si la pongo en el microondas va a quedar hecha un asco!
—Ya no te quejes, Philip. Te vas a llenar de arrugas.
Su primo mayor salió protestando rumbo a la cocina, y YunKai se quedó solo. El restaurante estaba vacío, y él lo prefería así: no quería ruido a su alrededor para poder sumergirse en el ambiente oriental del comedor, que había cambiado bastante después de que Jiang se hizo cargo de la decoración. Se había transformado en un pequeño rincón de la China antigua, con sus mesas rústicas de madera, tapices de delicados diseños y poemas escritos en la lengua de sus ancestros, que él no entendía del todo, faroles de papel hechos a mano, y dos estatuas de dragones que presidían la entrada. Parecía que en cualquier momento iban a aparecer unos comensales de cabello largo, vistiendo hanfus tradicionales. Se tocó su propio pelo, que estaba creciendo. De a poco volvía a ser el de antes.
Philip y Anna se habían apasionado por la cocina china, y decidieron hacerse cargo del restaurante. Marcel, su tercer primo, les estaba dando un dolor de cabeza a sus padres: había salido mujeriego pero de lo más enamoradizo, y cada tanto lo encontraban llorando porque lo había abandonado alguna novia que no pudo soportar la intensidad de sus sentimientos. Emmanuel estaba entrando en la edad del pavo, y lo vivía persiguiendo por todo. Era los ojos y oídos de su madre cuando no quería comer, cuando trabajaba demasiado y no descansaba, o cuando estaba triste. En ese momento estaba sentado en la barra, a corta distancia:
—¿Viste? Si hubieras venido enseguida, cuando te avisé que la comida estaba pronta, no tendrías que comerla fría.
YunKai suspiró, tratando de no perder la paciencia: ese chiquillo pegajoso estaba arruinando su almuerzo:
—¿Ya comiste?
—Sí, primo. —El muchacho se acercó a la mesa y se sentó como si YunKai lo hubiera invitado—. Hace horas. Ya tengo hambre de nuevo, pero Philip no me va a dar nada. A esta hora Jiang siempre me preparaba la merienda…
Otra vez Jiang. Su ex pareja parecía vivir en todos los rincones de Calais: en el restaurante, en el apartamento que YunKai había elegido para él, en el mar, la costa y hasta en las piedras grises del acantilado; todo estaba impregnado de su memoria. Nadie sabía dónde estaba: tal vez se había mudado de país o de continente para poner distancia entre ellos.
—Hijo, ¿no vas a comer? —Angeline estaba parada a su lado; ni siquiera la había visto llegar.
—No, mamá. —YunKai observó su poco atractivo plato—. Ya se enfrió.
No quería que su madre notara la desilusión que tenía: había logrado vender todas sus cosas y guardar el dinero en una cuenta bancaria para dársela a Jiang, pero después de tanto tiempo había perdido la ilusión de encontrarlo. Suponía que su ex pareja no tenía muchos fondos: tal vez había juntado algo en los años que trabajó en el restaurante de Calais, pero estando solo y teniendo que afrontar el alquiler del apartamento y sus gastos personales, no le debió haber sobrado mucho. Si había pedido préstamos para abrir otro restaurante luego de marcharse, seguramente estaría en apuros económicos. YunKai no estaba seguro de que fuera a aceptar su dinero, pero quería intentar dárselo y de paso averiguar si estaba bien.
La primera vez que metió los dedos en el agua del grifo ni siquiera se dio cuenta: los sacó cuando sintió que se estaban congelando. Unos días después Emmanuel lo encontró en el baño, con las dos manos bajo el chorro de agua, la camisa empapada y la mirada vacía.
«Estrés por exceso de trabajo», fue el diagnóstico del médico que lo vio en la emergencia del hospital. El primer signo de alarma había sido la comida: después de regresar a Calais Angeline le encargó a Philip que le hiciera a su hijo los platos que más le gustaban, para aumentar su apetito, pero YunKai estaba siempre desganado y había bajado de peso. Lo del agua, que hacía para calmar su ansiedad tal y como había hecho en la fuente de la clínica psiquiátrica, nadie supo cómo ni cuándo había empezado.
ESTÁS LEYENDO
Los enemigos
RomanceReceta para el desastre: Un francés de espíritu libre. Un chino apegado a las reglas. Un amor imposible. Una mujer capaz de arruinarlo todo. Historia bl de mi autoría. Todos los derechos reservados. Prohibido copiar, adaptar o resubir.