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•La conocí una tarde soleada, me encontró llorando, no me quiso dar su nombre, me dijo que la nombrase yo.
Me sentí... Feliz? Siempre supe que me seguía,
pero la veía tan distante que no sabía si era real, o solo mi imaginación; un espejismo diría.Me la presentó una amiga, yo le había hablado de ella, y ella le había hablado de mi.
Me dijo que me encontró muy solo, que quería hacerme compañía.—Ella es pesada— me dijo,
pero yo la encontré ligera, atrapante y quizás un poco romantizada.—Ella se ve inocente, ten cuidado— me dijo,
ciertamente de ella no esperaba nada,
temia de mi, no de su cercanía que me susurraba.A veces viene, a veces se va, pero siempre la siento aquí
en mi espalda o en mi pecho, a veces en mis hombros o en mi cabeza;
Pero ella siempre está aquí.Llora seguido, llora conmigo, me hace sentir comprendido.
Caminamos por un pueblo fantasma, tan nublado como ella.
Me hace ver el mundo como nunca lo había visto.
El puente, los edificios, las platabandas, los barrancos, siempre me muestra lugares que le gusta rondar, aunque la mayoría de las veces ella está en mi habitación.Ella baila lento, yo solo la veo, me siento en una esquina y la espero, se sube a mi pecho me empieza a ahorcar.
Una vez le grité, y ya jamás me dejó.
Siento un hueco en el estómago, mis pulmones presionados, lágrimas brotan de mis ojos, y mis huesos no paran de temblar.
Ella me dijo que soy yo, no es ella, solo me hace compañía...
Pero veo sus manos atravesandome, ya no hablo con los vecinos, no siento calor por mi hogar, y no he vuelto a ver a mi psiquiatra. No es tristeza, es vacío.Ella le puso un nombre, yo no podía, no podía pronunciarlo porque me dolía de tanto pensar.
Ella le puso un nombre.
Ella se llama depresión.