Capitulo 37. Reencuentro inesperado

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TRES SEMANAS DESPUÉS

No había vuelto a toparme con Morgan después de lo que Elizabeth me había contado. Seguía amándola, pero ahora existía una barrera que me impedía siquiera mirarla a lo lejos.

Había ocasiones en las que podía sentirla cerca; su voz se metía entre mis oídos como una melodía, y yo, ¿qué hacía? Solo daba la vuelta y me alejaba. En horario de clases no tenía muchas opciones, mucho menos cuando debía dar una clase a su grupo.

Estaba seguro que ella intentaba hacer contacto visual conmigo. Muchas veces sentí que su mirada se cruzaba con la mía, pero siempre la evitaba. Me moría por preguntarle qué había pasado, pero sería hipócrita de mi parte, pues quien la alejó de mí fui yo con mi estúpido miedo. Ahora, por miedo, la perdí.

En cuanto a Cristhian, de vez en cuando lo saludaba con un poco de remordimiento y estaba seguro de que él sabía algo, pues a veces la forma en que me miraba era incómoda.

Elizabeth seguía insistiendo con los mensajes; ahora estaba más pegada a mí. Me llegaba a sentir vigilado y observado por ella, pero simplemente no comprendía por qué debía preocuparse tanto.

Decidí no ir a dar clases. Me reporté enfermo, así que al menos tendría tres días libres para mí y para mi gato. Estaba acostado, mirando en la televisión un comercial sobre una cafetera.

A ella le gustaba el café.

Me di un golpecito en la frente cuando su recuerdo volvió a mi mente.

—¡Aghh! —solté un quejido y escondí mi rostro en la almohada, sintiendo una profunda tristeza.—¿Qué se hace en estos casos? —dije en voz baja.

Suspiré y me levanté de la cama, pensando en qué podría ayudarme. En ese momento vi a Newton, quien estaba cerca de su plato vacío.

—Oh, pequeño, lo lamento —dije mientras me agachaba para recoger su plato y lo llevaba a la cocina. El pequeño gatito me seguía maullando detrás de mí.

Abrí algunos cajones y me di cuenta de que la comida para gatos se había terminado. Miré a Newton, quien seguía maullando. Caminé hacia el refrigerador y saqué un pedazo de pastel de carne. Lo calenté y no dudé en darle un poco al pobre gatito, quien lo devoraba con desesperación.

Pensaba que, por más mal que me sintiera, no podía dejar a un animalito a la deriva. Ir por comida era uno de los primeros pasos para ir solucionando poco a poco mis problemas, aunque solo fuera salir por croquetas.

Dejé el pastel en el suelo, tomé mi abrigo, me lo puse y salí de casa.

Mientras caminaba, me di cuenta de que había una ligera y muy suave lluvia. Apenas se sentían las gotas, pero a nadie parecía importarle, ya que todos seguían caminando sin precaución. No se avecinaba una tormenta. Las pequeñas gotas que caían sobre mi cabeza no me molestaban, así que seguí caminando hasta el supermercado, donde podría encontrar comida para mi pequeño hijo. Tomé el costal de la mejor marca y fui directo a la caja para pagar. Sin embargo, la joven que me atendía tenía el cabello largo y unos ojos grandes. Casi me exalté al primer instante al creer que sería Morgan, pero en su gafete decía "Isabella". Observándola con detalle mientras hacía mi ticket, me di cuenta de que no era Morgan; solo había un ligero parecido. Eso me hizo sentir un hueco en el pecho.

Suspiré y salí del lugar en cuanto terminé de pagar. Volver a sentir la brisa fresca golpeando mi cara logró que pudiera relajarme. Un extraño sabor amargo llegó a mi boca y pensé en un café. ¿Por qué no?

Tomé de nuevo el rumbo y crucé algunas calles para llegar a la cafetería que solía frecuentar en busca de un poco de paz. El aroma a panecillos y vainilla llenaba mi alma.

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