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03 de enero del 2024

Era una noche más en la casa de pato, todos estaban re manija, el calor y la música creando el ambiente perfecto para que la cosa se descontrolara.

Me daba igual toda la gente que había, porque yo solo tenía ojos para uno: Guido. Sí, ya se es un quilombo porque tiene novia.
pero esas cosas del amor no las elegís.Desde que lo vi llegar, supe que no íbamos a poder resistirnos. Era como si todo el universo estuviera conspirando para que nos encontráramos de nuevo, como si un imán nos empujara el uno hacia el otro.

Y ahí estaba yo, en medio de la joda con un vestido rojo que había elegido especialmente porque sabía que a él le volvía loco.
Guido estaba con sus amigos, haciéndose el desinteresado, pero yo sabía que estaba buscando una forma de escaparse. Yo lo miraba desde la barra, haciendo como que no me importaba, pero por dentro me moría de ganas de que viniera y me sacara de ahí.

Y pasó. Me miró con esa intensidad que solo él tiene y yo no me hice rogar. Moví la cabeza de manera casi imperceptible, y él entendió al toque. Se levantó de donde estaba y empezó a caminar hacia mí. En ese momento supe que la noche iba a ser otra vez de esas que no se olvidan.

-Pensé que no ibas a venir -le dije cuando llegó a mi lado, con una sonrisa.

-¿Y perderme la chance de verte? Ni en pedo -respondió él, con esa sonrisa pícara que siempre me gana.

Nos reímos y después no hizo falta decir mucho más. Le agarré la mano y lo llevé al baño. La cosa es que apenas cerramos la puerta del baño, nos olvidamos del mundo.

Guido me empujó suavemente contra la pared y me besó como si el tiempo se detuviera, y la verdad, creo que en ese momento, lo hizo.

-Me volves loco -me dijo mientras sus manos bajaba el cierre de mi vestido.

Y yo, obviamente, no me iba a quedar atrás. Me arrodillé frente a él y, con la mirada fija en la suya, le hice un favorcito que sabía que le encantaba.Él apoyó la mano contra la pared, cerrando los ojos mientras yo hacía mi magia.

-La puta madre -jadeaba, y yo no podía evitar sentirme una diosa al escuchar eso.

Después de un rato, él me levantó, y con una mano firme me volvió a pegar contra la pared. Nos miramos por un segundo, y entonces me dijo con esa voz que me derrite:

-Siempre vas a ser mía-dijo mientras me levantaba y se posicionaba para entrar en mí.

Yo le envolví las piernas alrededor de la cintura y le clavé las uñas en la espalda, animándolo a seguir, a no parar nunca. Cada movimiento, cada embestida, era como si nos perdiéramos el uno en el otro. Todo era frenético, intenso, como si fuera la última vez.

-Dale, Guido, no pares -le susurré, perdiéndome en el ritmo que habíamos creado juntos.

La intensidad aumentó, el baño se llenó con el sonido de nuestros cuerpos chocando y nuestras respiraciones entrecortadas. Nos movíamos al unísono, como si fuéramos uno solo, hasta que llegamos al orgasmo temblando de placer y satisfacción.

Cuando finalmente nos separamos, todavía jadeando y recuperando el aliento, Guido me miró con esa mezcla de picardía y cariño que siempre me deja sin palabras.

-Volvamos antes de que Ludmila me empiece a buscar -dijo con una sonrisa que era mitad traviesa, mitad culpable.

Asentí, y con una última mirada, nos arreglamos y salimos del baño como si nada, pero la adrenalina aún corría por mis venas.
En medio del quilombo de la fiesta, me di cuenta de que había algo casi adictivo en lo que Guido y yo teníamos. Era esa mezcla de peligro y deseo que hacía que todo pareciera más vivo, más real. A pesar de que sabía que estaba mal, no podía evitarlo. Él era como un imán para mí, y cada vez que nos cruzábamos, la atracción era inevitable.

Me dirigí hacia la barra, buscando algo de tomar para calmar la sed que me había dejado nuestro encuentro. Mientras esperaba, me encontré pensando en cómo habíamos llegado a este punto. Antes, Guido y yo habíamos sido novios. Nuestra relación había sido intensa desde el principio, pero con el tiempo, las cosas se complicaron. Terminamos por diferentes motivos, y él terminó saliendo con Ludmila.

Ludmila era una buena mina, lo sabía, pero eso no cambiaba lo que sentía por Guido. Cuando empezamos a vernos a escondidas, me dije a mí misma que solo sería una aventura, algo para revivir esos momentos que tanto extrañaba. Pero claro, nada es tan simple, y lo que era un juego terminó volviéndose algo más.Volví a la realidad cuando sentí una mano en mi hombro. Era Guido, con esa sonrisa cómplice que me hacía olvidar todo lo demás.

-Te conseguí un trago -dijo, pasándome un vaso que había sacado de la barra.

-Gracias -respondí, tomando un sorbo mientras lo miraba a los ojos, esos ojos que parecían prometer un millón de cosas que ni siquiera nos atrevíamos a decir en voz alta.

Nos quedamos un rato ahí, charlando y riendo, mezclándonos con la gente que iba y venía. Era casi absurdo cómo podíamos actuar tan normales en medio de toda esa locura, como si nada hubiera pasado. Pero ambos sabíamos que nuestro secreto estaba siempre presente, flotando en el aire entre nosotros.A medida que avanzaba la noche, me fui perdiendo en el ambiente de la fiesta. La música, la gente, el calor del verano, todo conspiraba para crear una sensación de irrealidad, como si estuviéramos en un sueño del que no queríamos despertar.
Guido bailaba con sus amigos, y yo hacía lo mismo con los míos, pero siempre volvíamos a cruzarnos, nuestras miradas encontrándose en medio de la multitud.Había momentos en los que me preguntaba cómo sería si las cosas fueran diferentes. Si Guido y yo pudiéramos estar juntos sin todo este drama, sin tener que escondernos. Pero luego recordaba la realidad: él estaba con Ludmila, y lo nuestro, por más intenso que fuera, no podía ser más que lo que ya era.

A pesar de todo, había algo en nuestro amorío que me mantenía enganchada. Tal vez era la intensidad del secreto, o la manera en que Guido me hacía sentir. Con él, todo era más brillante, más vivo, y no quería renunciar a eso.

La noche fue avanzando, y la fiesta comenzó a decaer. La gente empezaba a irse, y la música se volvía más tranquila. Guido y yo nos encontramos de nuevo cerca de la puerta, listos para salir al aire fresco de la madrugada.

-¿Te llevo a casa? -preguntó, como si fuera lo más normal del mundo.

-Dale, me vendría bien -respondí, tratando de sonar casual, aunque la idea de pasar un rato más con él me emocionaba.

Salimos juntos, dejando atrás la música y las luces de la fiesta. El camino de regreso fue tranquilo, con el viento acompañándonos mientras nos alejábamos de la casa. Hablamos de cosas sin importancia, anécdotas y chistes que nos hicieron reír, manteniendo la conexión que nos unía.

Al llegar a mi casa, me despedí de él con un beso suave, prometiéndonos vernos pronto. Era como un ritual, una despedida que nunca se sentía como tal, porque ambos sabíamos que nos volveríamos a encontrar.

Esa noche, al quedarme sola, me encontré pensando en lo que teníamos. Sabía que estaba jugando con fuego, que en cualquier momento todo podía venirse abajo, pero no podía evitarlo. Lo que Guido y yo compartíamos era más fuerte que cualquier lógica o razón.

Me recosté en mi cama, reviviendo los momentos de la noche en mi mente, el eco de sus palabras aún resonando en mis oídos. Cerré los ojos, dejando que el sueño me llevara, sabiendo que al día siguiente todo seguiría igual, pero de alguna manera, eso no me importaba. Porque en ese momento, mientras el sol salia, yo seguía siendo suya, y él seguía siendo mío, aunque solo fuera por un par de horas.

"And when he calls, he calls for me and not for you
He prays for love, he prays for peace, and maybe someone new"

𝑆ℎ𝑎𝑑𝑒𝑠 𝑂𝑓 𝐶𝑜𝑜𝑙- 𝐺𝑢𝑖𝑑𝑜 𝑆𝑎𝑟𝑑𝑒𝑙𝑙𝑖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora