II

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Marta estaba sentada en un banco de madera, bajo la sobra acogedora de un sauce llorón. El mismo banco del mismo jardín en el que había estado hace unas semanas.
Había decidido ir ahi nuevamente, recordando que allí había conseguido superar un bloqueo creativo y, ahora que estaba sufriendo de otro, pensó que la tarde primaveral tan tranquila le ayudaría a encontrar la inspiración.

Cerró los ojos por un momento, dejando que los sonidos del jardín la envolvieran: el suave murmullo de la fuente, el canto de los pájaros y la brisa que chocaba con las plantas.

Desplegó su cuaderno en su regazo y sostuvo el bolígrafo entre los dedos, esperando que las palabras llegaran a ella. Sin embargo, su mente seguía en blanco.
Comenzó a frustrarse, pero entonces recordó que la inspiración no era algo que pudiera forzarse. Ese lugar tenía un ritmo propio y tenía que adaptarse a él.

Abrió los ojos y dejó que su mirada se perdiera en el paisaje.
A lo lejos, un par de mariposas danzaban alrededor de unas macetas con flores.
Marta las observó con atención, admirando sus movimientos.

La rubia estaba absorta en sus pensamientos, dejando que el jardín despertara en ella algún sentimiento, cuando alguien se cruzó en su campo de visión.

Una mujer de cabello oscuro, con una camisa azul clara y una falda azul marino, paseaba entre las flores.
Su paso era tranquilo y su expresión serena, algo que le recordó a la mujer que se encontró la última vez.

Cautivada por la muchacha, abrió su cuaderno y comenzó a escribir, dejando que la mujer fuera la encargada de inspirar sus letras.

"Entre los pétalos y las hojas danzaba una figura vestida de azul, una aparición etérea en medio de la naturaleza. Su camisa de una azul cielo y su falda de un azul profundo, contrastaba con el vibrante jardín, creando una paleta de colores capaces de atrapar mi mirada. Cada movimiento suyo, un poema silencioso, una historia no contada..."

Marta levantó la cabeza del cuaderno, sintiéndose renovada por las palabras que había escrito en apenas unos minutos.
Miró hacia donde había visto a la muchacha vestida de azul, pero ya no estaba.
Parecía que su presencia había sido sólo un sueño, tal y como aquella vez con la mujer de la falda de girasoles.

-¿Qué escribes en ese cuaderno?- preguntó con una sonrisa curiosa.

La rubia se giró, encontrándose con los ojos amables de la mujer que había estado observando.
Se sintió algo avergonzada, aunque también aliviada al saber que su musa no era fruto de su imaginación.

-Oh, hola.- sonrió, intentando ocultar su sorpresa. -Escribía sobre ti... Es que te he visto junto a las flores y...

-No hace falta que te justifiques.- habló la menor. -Solo que, no es la primera vez que te veo observándome y escribiendo.

Marta rió, nerviosa. Se había dado cuenta de que ella era la mujer de la falda de girasoles.

-Lo siento, se ve que me inspiras mucho.- bromeó, aunque algo de verdad había.

La castaña sonrió ampliamente.

-Y, ¿Puedo saber qué escribes sobre mí?

-Bueno...- murmuró.

La rubia estaba algo cohibida, pero también emocionada por compartir su trabajo con alguien.

-El otro día escribí un poema, pero no es muy bueno.

Abrió el cuaderno por la penúltima página escrita y lo acercó levemente a la contraria.

-¡Genial! Me encantan los poemas.- dijo, agarrando el objeto y comenzando la lectura.

"En el jardín al atardecer,
donde las flores susurran al viento,
busqué en sus pétalos el querer,
un verso, un suspiro, un sentimiento.

Caminé por senderos de lavanda,
con el aroma dulce envolviendo mi ser,
pero la inspiración, escurridiza y blanda,
se escondía, esquiva, sin querer aparecer.

Entonces la vi, como un rayo de sol.
Una mujer con un vestido de girasoles.
Su presencia, un poema, un farol,
encendiendo en mi alma todos los roles.

Con gracia tocaba los rosales,
como si en cada pétalo hallara la paz.
En su andar, encontré los caudales,
de palabras, versos, un dulce compás.

Escribí sobre su paso ligero,
sobre el brillo dorado en su piel,
sobre el jardín y su encanto sincero,
y los girasoles, su estampa fiel.

Desapareció, dejándome su rastro,
una musa efímera, un destello fugaz,
pero en mi cuaderno quedó el astro
de su inspiración, eterno y tenaz.

Así, en el jardín al atardecer,
entre flores, aromas y viento,
hallé en su imagen el renacer
de mi poesía, mi aliento."

Cuando terminó de leer, la castaña miró a Marta con una profunda emoción.

-Es precioso, de verdad, ¿Cómo se titula?

-Que va, no es mucha cosa, ni si quiera tiene título.- habló. -¿Te gustaría ponerle uno?

Las dos mujeres se quedaron en silencio, algo que asustó a Marta, quien pensaba que había dicho o hecho mal algo.

-Serafina, ¿Te gusta?

-Vaya, es un nombre algo raro... Nunca he conocido a alguien que...

-Encantada.- saludó, extendiendo su mano. -Aunque prefiero que me llames Fina.

En el rostro de la mayor apareció una brillante sonrisa.

-Marta, encantada.- devolvió el saludo, estrechando su mano.

Las luces de las farolas interrumpieron a las dos mujeres y notificaron de las horas que eran.

-Espero verte más a menudo por aquí, Marta.- dijo, comenzando a alejarse.

-Lo mismo digo, Fina, lo mismo digo...

LA MUJER DE LA FALDA DE GIRASOLES.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora