Capitulo 1

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Capítulo 1: Últimas palabras

― ¡Si te subes a ese auto no quiero que vuelvas a poner un pie en esta casa!

Me hice la sorda mientras arrojaba la maleta llena de ropa al asiento trasero del coche.

― ¡Moly, no te atrevas a desafiarme!

Las manos me temblaron al girar la llave. El motor rugió. Sentí la sangre corriendo desesperada por mis venas. Yo también quería correr. No dudé ni un solo segundo cuando aceleré. Supe que estaba en serios problemas cuando aún escuchaba mi nombre siendo gritado con desesperación.

«Ahora sí que saliste con una buena, Moly»

La risa se me escapaba por la boca de forma nerviosa, asustada, pero con un toque de libertad floreciéndome de la lengua. Sabía que estaba en problemas y que lo había arruinado todo, aún más de lo que ya lo estaba, y aun contra todo eso, nunca me había sentido más libre.

Reflejada en el espejo retrovisor estaba la casa que había sido mi prisión por hace nueve años, y ahí, afuera, aún se lograba divisar la silueta de mi tía Verónica en una pose de rendición. Ella sabía que ya era tarde para todo y nada de lo que dijera iba a sanar mi sed de volar fuera del nido.

Solté un suspiro, sabiendo que al iniciar del día ni por la cabeza se me pasó la idea de terminar huyendo como una fugitiva.

Por la mañana habíamos sepultado a mi abuelo y ese par de horas bastaron para enterarme de que tenía la capacidad de arruinar funerales en un parpadeo, aunque bueno, normalmente arruinaba todo y eso no venía siendo una novedad.

Aunque bueno, ¿qué esperaban todos?
Me pasaron al frente a despedirlo como si lo apreciara mucho. Deberían haber sospechado que el nerviosismo me atacaría y terminaría diciendo cualquier tontería, aunque tampoco es como que Nicolas se mereciera mucho. El tipo había sido todo un bastardo, casi como el hijo que había dejado flotando a la deriva ajeno a su apellido, y a quien no pude evitar señalar en medio de los que rodeaban el ataúd. La cara de sorpresa que muchos dieron fue todo un poema, aunque puedo apostar que desde hace mucho tiempo se les había pasado por la cabeza que el hijo de una de las intimas amigas de la familia se parecía demasiado al abuelo.

Las miradas de todos se habían posado sobre mí con reclamo y reproche, después de haber mandado a hacer el trabajo sucio a la persona que más odiaba a Nicolás Whrite y, ¿en serio creían que les saltarían lágrimas de tristeza con mi discurso?

Finalice dándole la bienvenida al infierno y rematé tirando la corona de rosas enorme que adornaba el ataúd. Estaba furiosa, enojada, soltando chispas por las orejas, porque habían cometido el chiste de pasarme al frente sabiendo lo mal que ese hombre me había tratado.

Seria todo un pecado no hablar del rostro bañado de espanto que tenía la cara de mi tía Verónica cuando volví a mi lugar.

―Tú y yo tenemos una charla pendiente, señorita―había dicho mientras tomaba mi brazo para impedirme la huida.

Lo que creí más cuerdo en ese momento fue disculparme por mi comportamiento, pero había una regla escrita casi con sangre para tratar con alguien de apellido Whrite, y esta decía que jamás, en la vida, debes contradecirles, porque de lo contrario podrías terminar sin un dedo. Y en aquel momento, con todos los oídos presentes atentos a la regañina que se me venía encima, yo era la mala y no podía exponer ningún argumento que me salvara de la condena porque podría terminar sin una mano, o quizá, sin las dos.

―Sé que hice mal, tía, ―decidí decir bajando un poco el rostro. No era que estuviera arrepentida en lo más mínimo, pero mi instinto de supervivencia quería llevarme fuera de ahí para poder seguir con vida.

Un viaje al universo de tus labiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora