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Las sirenas encendidas de dos patrullas eran las encargadas de alumbrar en azul y rojo la terrible noche.     

Había un gran camión con la caja de carga abierta de par en par, estacionado precisamente a un costado de la entrada del bar.       
  
Varios clientes miraban desde la acera opuesta el panorama sin entender nada, nadie pudo ingresar, ninguno logró disfrutar de una buena velada y Heeseung estaba tratando de ahuyentar a todo el gentío, pidiendo con señas y a gritos que se retiraran de manera organizada.
   
El clima se había sintonizado con el triste acontecimiento, el viento soplaba en distintas direcciones, revolviendo la cabellera de cualquier peatón. 

Sunoo descendió del taxi y se paralizó con el alboroto que había a mitad de calle, le habían quitado un carril a la avenida al cerrarla con los conos naranjas de tránsito y ahora los policías se encargaban de adecuar la afluencia vehicular por el espacio sobrante.

—Que mierda...—masculló con horror.
    
Sunghoon bajó también del transporte, parpadeando repetidas veces al no captar que era lo que había pasado ahí; teorizó un posible asalto a mano armada o en el peor de los casos, un asesinato a sangre fría al interior del inmueble. Cualquiera de las dos opciones parecía viable a juzgar por el número de extraños que veían mortificados la fachada deprimente del club.

Enfocó el acceso y enloqueció al denotar que un cuarteto de trabajadores desconocidos, sacaba sin prisa el refrigerador donde solían guardar las cervezas. Estaba vacío, lo cargaban con cuidado porque tampoco querían terminar entregando la mitad del salario a su jefe por reparaciones del mobiliario transportado.
   
—¡¿A dónde carajo llevan eso!?—el castaño voceó con rabia.

Avanzó a pasos largos hacia los hombres, dispuesto a dar batalla verbal y defender el lugar que le cobijó por tanto tiempo. No obstante, Sunoo le alcanzó a sujetar del antebrazo, antes de que se metiera en problemas por sus inconvenientes arranques.

—¡No, Sunghoon! Espera...—murmuró, sin dejar de ver a quienes entraban y salían con cajas de cartón llenas de distintos objetos—. Están...

—¡Se están llevando las cosas del bar!—gruñó alterado, señalando el cúmulo de empleados con un mismo uniforme—. ¡Nos están robando!

El cerebro del pelinegro salió de su bloqueo, permitiéndole interpretar mejor las escenas que sus ojos estaban distinguiendo.

—¿Dónde estará Jungwon?—cuestionó al aire y agudizó su visión a la fuerza, tratando de encontrarlo en la penumbra.   

El alumbrado público no era de ayuda, y peor aún si la luminaria que era la asignada de abastecer con luz artificial ese sector, estaba fundida. A Sunoo le costaba diferenciar entre tanto individuo circulando por el pavimento, y Sunghoon, en lugar de ayudarle con la localización del rubio, seguía gritándole a los muchachos que solo le ignoraban sin dejar de cumplir con su labor.

—¡Hey, no, dejen eso!—reclamó, estresado—. ¡Los bancos no!
 
—¡Cálmate!—el menor le apretó firme, no quería soltarlo y que todo fuese a empeorar—. ¡Necesito que te tranquilices!

—¡Las mesas! ¿¡A dónde las llevan!?

—¡Por favor, Sunghoon!

—¡No toquen!

Pero se empeñaba en no escucharlo y eso le estaba provocando jaqueca.

—Maldita sea—farfulló disgustado, y lo arrastró consigo al avanzar un poco más hacia el local semivacío.

Los clientes estaban igual de indignados que el ojiazul, sacaban fotos con sus celulares y terminaban estorbando en el paso peatonal al no querer moverse de la banqueta, querían saber que iba a pasar con aquel bar tan popular.

Club Bengala || Sungsun Donde viven las historias. Descúbrelo ahora