Heme aquí, sentada sobre la cama recordándolo todo muy bien. Agachando la cabeza y tratando de contener el llanto que amenazaba con salir. Apreté las manos y ahogué un grito.
¿Por qué?
Fuiste mi mejor amigo, un gran compañero. Pero todo acabó de una triste y trágica forma. Aún recuerdo la última vez que me atreví a hablar contigo. Fue en la universidad, frente al edificio B, ibas vestido con un suéter azul marino típico de ti; un pantalón caqui y esos tenis blancos tirándole a grises que ya necesitaban de una buena lavada. Sostenías tu mochila, te veías nervioso y enojado a la vez. Yo temblaba. Tenía miedo de lo que podías llegar a decir, de perder tu amistad.
Al terminar de hablar estábamos destrozados. Ambos nos dejamos llevar por esa amarga despedida de 30 minutos. Fue el momento donde me puse primero, dejando morir aquella amistad de 1 largo año. Una parte de mí no quería dejarte ir, amigo mío. Tenía miedo de quedarme sola y sin amigos porque vaya, eras el único. Me sentí mal pero tiré palabras a matar.
La otra parte mí quería que te fueras al carajo, que te pudrieras en lo más profundo del infierno y que simplemente desaparecieras porque lo que habías hecho era horrible e imperdonable. Te deseaba las cosas más catastróficas posibles. Sólo quería que sufrieras por lo que habías hecho. Después di la vuelta, no sin antes sonreír y chocar el puño contigo una última vez.
No entré a clases. Me sentía bastante mal a tal punto de creer que iba a desfallecer. No podía respirar, mis manos temblaban y mi cabeza dolía. Soporté el querer llorar hasta entrar al auto de mi novia, quien había ido a mi rescate. Gracias a ella no morí ese día.
Hoy más que nunca te he recordado. ¿Y por qué? Me enteré que harás una fiesta para festejar un gran logro para ti, obvio no estoy invitada, y que más quisiera estar ahí para felicitarte y decirte siempre confíe en ti. No tendría el valor de verte a la cara otra vez. No después de lo que pasó.
Hoy, en esta noche tan triste sé que no valdrá la pena recobrar una amistad que se lleva retazos de mi alma solo por la nostalgia. No lo vale. Estuvimos juntos en nuestros peores momentos, hubo apoyo mutuo y tal vez algunos desacuerdos que siempre se podían solucionar. Confíe demasiado en ti, amigo.
En algún momento te confesé el por qué del miedo tan grande que tengo hacia los hombres, y creí que podrías protegerme si te lo contaba.
Pero al final terminaste siendo exactamente la misma mierda que ellos.
Ahora que estás lejos te extraño, sí, pero siempre vienen a mi cabeza las cosas negativas que habían en ti y me pongo feliz de que ya no estés en mi vida.
Aún recuerdo ese trágico día. Salimos de clases, compramos alcohol y vimos una película en el cine. La sala era totalmente para nosotros así que teníamos la libertad de beber dentro. Algo pésimo pero repetimos la misma letanía que todos los jóvenes de nuestra edad dicen antes de cometer alguna estupidez Equis, somos chavos. Pésimo error.
Ambos salimos algo borrachos de ahí. Ni siquiera préstamos atención a la película porque jamás nos callamos la boca. Hablamos de mil cosas, reímos como idiotas porque ya no podíamos pronunciar bien las palabras. Salimos de ahí y sucedió el segundo error del día que de no haber dicho que sí a ello, nada de esto estaría pasando.
Estábamos enfiestados, como dirían por ahí. Faltaba una hora para que tu hora de trabajo empezara. Te di la idea de no ir a trabajar y seguir con la dichosa borrachera en tu casa. Desgraciadamente no tuve que insistir demasiado para que terminaras aceptando. Me arrepiento de ello. Te hubieras largado a trabajar. Todo iba con normalidad, los mejores amigos conviviendo y poniéndose borrachos. ¿Qué podría salir mal? Pues todo salió mal.
