Y se fue, como una ola de mar. Un año no solo prometedor en un inicio, sino que ha acabado brindándome mucho más de lo que ansiaba.
Vivir solo es el reto al que siempre quise enfrentarme y este año he logrado encontrar en la independencia de unos 20m², una vida de ensueño, por un lado, y también de dificultades y necesidades inesperadas, por otro lado.
Alemania me ha dejado huella y no me cabe duda de que mi espíritu, ya experimentado en su camino por el extranjero, jamás podrá eludir de su esencia las lecciones y los recuerdos que creé fuera de mi hogar.
Así, me planteo: ¿qué es mi hogar? Probablemente muchos diríais que vuestra casa, vuestro país o algún lugar cercano a vuestro corazón. Para mí "hogar" comprende mucho más: es un espacio más allá de lo físico, un fantasma que se agazapa a tus hombros y te sigue a todas partes. El verdadero hogar es aquel que se consigue a través de la armonía, la tranquilidad y la buena gente —en especial, esto último.
Estar fuera me ha educado en paciencia, en lo adverso y en la diversidad que este mundo puede otorgarnos. Cosas así difícilmente pueden ignorarse; es más, te reconstruyen el sistema nervioso y te resetean por dentro así como un portátil que llevas a una limpieza anual y, tras ella, parece recién sacado del Mediamarkt.
Hace poco escuché a alguien hablar sobre "el tránsito", ese estado o fase que perjudica severamente la parsimonia del espíritu del viajero, de aquellos que ya no tienen solo una casa y cuyas amistades visten apellidos extravagantes; de aquellos que, a pesar de haber nacido en un país en concreto, tienen como espacio seguro el asiento de un avión. Ser transeúntes quiere decir no saber bien donde aterrizar; querer reposar en un lugar por un rato y ver que todo te recuerda a lo que ya no tienes, pero que podrías tener si abandonas todo y haces borrón y cuenta nueva. Se trata de llevar en tu maleta un cajón de la casa de tus padres, el gato de tu amiga de Niza, un plato de raviolis al pesto de tu compinche de aventuras siciliano; mientras, al mismo tiempo, tu corazón te llama a tus orígenes y te pide, casi suplicando, que te eches una buena siesta en el sillón de casa. Es, en definitiva, llevar un disfraz de quita y pon, una identidad múltiple que converge, a menudo, en la gente cuyas voces ocupan tu silencio y en esas sensaciones de pertenencia —o de inconformidad— que son raras de explicar.
Cuando viajas —y concretamente cuando vives con el eco de tu voz— vislumbras la verdad. Eso que tienes, eso que eres, o mejor aún, eso que te falta por lograr en la vida y eso que aún debes explorar de tus entrañas. Yo, por presentaros un ejemplo de mi camino de revelación, vi que los abrazos eran abrigos que rehuía por miedo o falta de conexión, pero estos últimos meses descubrí que solo hace falta la calidez que emana del corazón de un ser cercano para lidiar con la agudeza del frío alemán. El poder de un abrazo, la presencia de una mirada firme, el riesgo de perder lo que amas...Todo eso puede moldear al corazón en estos viajes que, para algunos, son eternos una vez descubiertos y dejan de lado definitivamente lo que una vez fue el techo de mamá y papá.
Si una cosa he aprendido— más allá de lo cultural y lo académico—, es que dar el salto de fe ante el abismo de lo desconocido es vivir de verdad, pues las experiencias brindan perspectivas y estas llevan consigo lecciones que probablemente no encontrarás en los libros de recetas de tu cocina. Y que viajar es, después de todo, aprender a ver el hogar en el nombre de otras personas y en el de otras ciudades. Hogar es descubrir con un ritmo incesante y dejarse construir por lo adverso. Estar dispuesto a equivocarse y a ganar nuevas piezas del puzzle —y también a perderlas.
Ahora me hallo envuelto en este pasaje de descubrimiento y tengo duda que ya no hay vuelta atrás; que mi alma yace difusa entre dos tierras y que mi corazón ahora siempre vagará entre las fronteras de las mismas. Sin embargo, de momento, me urge, por un lado, descansar en mis calles flamencas juntos a caras que añoro
y , por otro, pasear a lo largo de la playa algecireña que ha definido mi infancia. Creo que con eso bastará para calmar a mi espíritu hasta la nueva aventura, que será, sin lugar a dudas, un paseo emocionante.
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Rincón de Gonzalo
De TodoUn libro de relatos y pensamientos profundos sobre la vida....