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—Alex— dijo John entrando al despacho del pelirrojo. Hacia un mes que se habían perdonado. —¿Has terminado ya?

—Casi, ¿por? ¿Te urge algo?

—No, solo quería decirte que al final si voy mañana a hacer campaña a las plantaciones.

—Oh, genial. ¿Te acompaño?— Preguntó Alexnader y John levantó los hombros.

—Si quieres y estás libre... He preparado también un discurso para el congreso, te dejo aquí una copia por si quieres leerlo.

—Antes de dormir le doy un vistazo. Adams te estaba buscando hace un rato.

—¿Te ha dicho que necesitaba?

—Que le acompañes el miércoles a otro lugar— aseguró Alexander y John asintió.

—Está bien. Voy a acostarme. ¿Te pasas después por mi habitación?— Preguntó John y el pelirrojo asintió.

John se marchó hacia su habitación tranquilamente. Hasta que se topó con Jefferson. Justo le buscaba para hablar. —Tengo que aplaudir a tu hija.

—¿Sí?— Preguntó John sorprendido. —Pensaba que no estabas a favor de que las mujeres estuviesen metidas en asunto de estado.

—Pero ella dice alguna cosa coherente. Como lo que dijo hoy en los despachos.

—¿Qué dijo?

—Qué Hamilton no es de fiar.

—Ya sabía yo que algo tenía que pasar para que le dieses la razón a mi hija en algo.

—Creo que ella sería muchísimo mejor secretaria para tu partido que Hamilton— afirmó Jefferson y John levantó los hombros. Frances ya estaba ocupada en lo suyo. —Qué cosas tan elocuentes dice para tener quince años y ser mujer.

—Y las que no dice. ¿Era solo eso?

—Ah, no, en verdad venía a decirte que mañana por la tarde si regresas de tu campaña haremos un debate abierto al público para que tengan un primer contacto con nosotros.

—Eso es genial. Estaré allí.

Después de aquello se retiró y casi que se quedó dormido cuando entró Alexander a arroparle y acostarse un rato a su lado. Le dijo que Eliza proponía que hiciese campaña también en el orfanato, que habían muchos niños que pronto serían hombres con sus derechos a voto y que ningun candidato había ido aún. —El miércoles imposible, Alex, ¿no que debo ir con Adams?

—Ciero... ¿El fin de semana?

—Me parece bien. Dile a Betsy que allí estaré.

—Por supuesto.  Mañana dice que le gustaría acompañarnos.

—Me encantaría, así Beth habla con alguien. No tengo ganas de hablar con ella. Estoy algo molesto con eso aún.

—Debes perdonarla. Es tu mujer y te acompaña a actos públicos y si eres presidente será dama.

—Si debo llevar acompañante llevaré a mi hija antes que a ella. Frances si que es la mujer de mi vida. Es fabulosa, ¿no crees?

—Sí, por eso necesito que la convenzas de que Philip es un gran muchacho.

—Ni hablar, ella no piensa en casarse.

—Dale unos años.

—Calla, no me des disgustos y duerme.

De buena mañana tomaron rumbo a las plantaciones.  John pensaba escuchar las ideas y deseos de los esclavos para tenerlos en cuenta. Los acompañaron algunos redactores de periódico y otros políticos para ver como de desarrollaba la campaña. —Jack, deberíamos irnos ya o no tendremos margen para descansar antes de la reunión de la tarde— dijo Alexander y John negó.  De momento sólo habían estado en una de las casetas con mujeres y niños. Hablaban de condiciones de vida e incluso les enseñaron a hacer algunas comidas y artesanías. 

—¿Ves? Son humanos— dijo John saliendo hacia las plantaciones.  Regresaban de trabajar en las tierras los hombres, la pausa de la comida. Le tenían un poco de miedo, pero al final estuvo hablando con un grupo de hombres que parecían felices por las ideas del partido.

Vio a uno en la orilla del riachuelo, de espaldas. Fue hacia él aunque Alexander insistió regresar a casa. John decía que era la última interacción allí y que debían repetir experiencia.  Qué habían aprendido mucho. —Buenos días, ¿qué haces?— Preguntó poniéndose de cuclillas a su lado. No le contestó.

—No suele hablar mucho— dijo uno de los esclavos de la plantación desde lejos.

—Sólo quiero saber algunas cosas de vosotros— dijo John. —¿Tienes familia aquí?— Tal vez era primera generación y solo quería regresar a su patria. Solo imaginar que no tenía nada le hacia sentir mal.

Se hizo un silencio y John estaba a nada de pronunciar algo más, pero se detuvo en seco. Alexander se acercó hablándole.  —El carruaje está listo— afirmó y John le ignoró, todos estaban en silencio.

El hombre con el que John hablaba se levantó dispuesto a irse y se agachó a tomar un puñal que le acababa de clavar en el abdomen a John. —¡Jack!— Dijo Alexander acercándose de inmediato y entendió por qué no se estaba moviendo. —¡Qué lo capturen! Es un asesino– gritó hacia los ayudantes de campo de John y se marcharon todos menos Frances que se acercó corriendo.

—¡Papá!

—Oh, Dios, cuanta sangre— dijo Alexander intentando cubrir la herida.

—Agh, Alex— dijo John quitando la mano del pelirrojo, evidentemente le hacia daño.

—Te estás desangrado. ¿¡No hay cerca un médico!?

Donde el viento no susurra | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora