73: Recuerdos imperecederos

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-Debieron dejar que me muriera – Murmuró Lavender al mirar el hermoso y extraño jardín que se asomaba al frente de su ventana, las flores parecían todo de cristal, hasta las mariposas que volaban, aquello era un fastidio brillar del jardín, parecía que cambiaba, recordaba que a media noche había despertado y visto que las flores eran fuego puro…

-Entonces no sería divertido – dijo esa persona a sus espaldas, era curioso Lavender no le veía el rostro ni el cuerpo, solo era su presencia, pero tampoco le interesaba verlo

-No comeré nada – susurró mirando la mesa con los alimentos intactos – moriré de inanición…

-Tampoco morirás por no comer… este sitio irradia vitalidad, así que siento no poder complacer tu deseo de morir

-Mi vida ya no tiene sentido

-Pensé que tener una familia le daba sentido a todo…

-Amanecí inexplicablemente en los brazos de otro hombre – carraspeó - ¿Qué explicación puedo dar? Si todo me señala…

-Niña… ¿Por qué morir antes que explicarle a tu esposo lo que sucedió?

-Claro – sonrió con amargura – No tengo ninguna explicación que el entienda porque yo no se lo que pasó, solo sucedió, eso no lo entenderá nunca un hombre tan orgulloso como él… que yo haya amanecido con Ron, por eso era mejor morir

-Humanas… tan imperfectas…

-¿Por qué no me dejan morir?

-Porque entonces no sería divertido…

-¿Divertido? – Preguntó con desgano - ¿Mi sufrimiento es divertido?

-Duerme – le susurró aquella voz y ella parpadeó antes de cerrar los ojos y seguir con su sueño profundo, mientras que la dejaban sola, finalmente, ella no iría a ninguna parte

Krumm miró a su alrededor, aquella habitación en El Caldero Chorreante era confortante, había ido a Gringotts por oro, mientras que Lucecita investigaba que había pasado con Tay

La encontró en San Mungo, vigilaba al bebé de Blaise, quien había medio tomado un poco de fórmula con gotero, pero no se veía bien, su semblante era enfermizo y ella se dolía y se admiraba, el bebé definitivamente esperaba a su madre, no quería otra, quería a la suya

Lucecita observó ese brillo en los ojos de Tay en los cuneros, su sueño frustrado, lo que más le hubiera gustado, tener un bebé, se tenía que conformar con sus sobrinos, con tener ahijados, pero no los propios, porque su interior era infértil, porque se sentiría por siempre vacía

El modo en que ella abrazaba al bebé, en como lo acunaba, en como le hablaba, era algo que podía romperte el corazón y tenerle mucha lástima, pero las cosas eran así. Lucecita se empequeñeció tanto que pudo meterse en el cerebro para indagar, aprovechando que ella estaba absorta y nada alerta

Supo de inmediato que no estaba enamorada, que solo Víctor estaba en su mente, que no había amado a otro hombre más que a él, dejándolo porque no podría darle nunca un hijo

Lucecita apareció en la habitación del hotel en donde Víctor había terminado de ducharse y se acomodaba su ropa, ella le sonrió de modo travieso y se convirtió en una especie de luciérnaga dando vueltas por toda la habitación

-Basta Lucecita, me mareas cuando haces eso

-Víctor Krumm – Dijo Lucecita apareciendo de nuevo frente a él – Buenas noticias antes que me vaya a buscar a mis hermanos

-¿Qué pasa?

-Debo decirte querido, que ella no tiene a otro hombre en su vida y… a pesar de los años y la distancia, te tiene en sus pensamientos… solo que te dejo por lo que ya sabes, no te pudo dar descendencia

Un Dragón bajo la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora