Capítulo 36: La Primera Danza de Alia

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Capítulo: La Primera Danza de Alia

136 d.C

Rhaela se vistió con cuidado aquella mañana, eligiendo un vestido de tonos oscuros y elegantes, predominantemente negro con un efecto marmoleado en verde oscuro. El torso estaba decorado con patrones geométricos en tonos dorados y rojos, dispuestos en una especie de escamas que creaban un diseño intrincado y detallado. Una capa larga de terciopelo en un profundo tono burdeos, decorada con bordados dorados que representaban hojas y motivos vegetales, caía grácilmente desde sus hombros. El escote del vestido, bordeado en dorado, añadía un toque de elegancia y sofisticación a su apariencia regia.

Alia, su hija melliza, se encontraba a su lado, radiante de emoción. Ambas se dirigían al foso de los dragones, un lugar que siempre despertaba sentimientos encontrados en Rhaela: nostalgia, temor y una profunda conexión con sus ancestros Targaryen.

El dragón de Alia, una criatura joven pero imponente de doce metros de largo, esperaba impaciente en el foso. Kitty, como la había nombrado Alia, era una dragona de escamas rosadas y brillantes, una hija de Vhagar e Ignis. La historia de cómo Alia se había convertido en jinete de dragón a tan temprana edad era ya legendaria en Desembarco del Rey.

Tres años antes del nacimiento de Alia, Kitty había salido de su huevo, mostrando desde el principio una independencia y un carácter feroz. Cuando Alia contaba apenas un año de edad, se había escapado de la Fortaleza Roja gateando hasta el foso de los dragones. Vhagar, el dragón de Aemond, había intentado lanzarle fuego a la pequeña, pero Kitty, en un acto de protección y valentía, se había interpuesto, deteniendo a Vhagar y salvando a Alia. Desde ese momento, Kitty y Alia habían formado un vínculo inseparable.

Hoy era el día en que Alia volaría por primera vez con su dragona. La pequeña, vestida con un atuendo sencillo pero práctico, estaba ansiosa por experimentar la sensación de volar en los cielos de Poniente.

—¿Estás lista, querida? —preguntó Rhaela, mirando a su hija con ternura.

—Sí, madre —respondió Alia con firmeza, sus ojos brillando de emoción.

Rhaela ayudó a Alia a subir a la espalda de Kitty, asegurándose de que la pequeña estuviera bien sujeta. Kitty, sintiendo la presencia de su jinete, se agitó con entusiasmo, extendiendo sus enormes alas rosadas.

Con un rugido, Kitty se elevó en el aire, llevando a Alia a su primera experiencia de vuelo. La dragona voló en círculos sobre el foso, ganando altitud con cada batida de sus alas. Rhaela observaba desde el suelo, su corazón lleno de orgullo y preocupación. Ver a su hija volar era un recordatorio de la fuerza y el poder de su linaje, pero también de los peligros que conllevaba.

Alia reía, disfrutando de la libertad y la vista que solo un jinete de dragón podía experimentar. Kitty voló hacia el horizonte, llevando a la pequeña princesa en una danza aérea que pocos podían presenciar.

Cuando finalmente descendieron, Alia estaba radiante, sus mejillas enrojecidas por la emoción.

—¡Fue increíble, madre! —exclamó Alia, saltando de la espalda de Kitty y corriendo hacia Rhaela.

—Lo hiciste muy bien, mi pequeña jinete de dragones —respondió Rhaela, abrazando a su hija con fuerza.

Kitty, por su parte, se agachó y emitió un suave rugido, como si compartiera la alegría de Alia. Rhaela acarició la cabeza de la dragona, agradecida por el vínculo que había salvado a su hija y que ahora les daba una nueva razón para celebrar.

Mientras regresaban a la Fortaleza Roja, Rhaela no podía dejar de pensar en el futuro que les esperaba. Su familia, sus dragones y los desafíos que estaban por venir. Pero en ese momento, con su hija a su lado y la brisa del mar acariciando sus rostros, todo parecía posible.

El último dragón: La casa del dragónWhere stories live. Discover now