Donde fuego hubo...

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(Al día de hoy, que publico este capítulo, quiero contarles que añadí algunos párrafos extras al final del capítulo pasado, por si quieren ir a leerlo)

Mori dio vueltas sin lograr conciliar el sueño, había regresado a su "hogar" por primera vez después de semanas; a su lado descansaba la mujer con quien había compartido cama por catorce años, sin embargo, no era a quien quería ver a su lado.

Cerró los ojos. La desdicha ya se había enraizado muy dentro de él a tal punto en que no podría deshacerse de ella ni en diez vidas. En este mundo, él tenía todo lo que una persona desea, se casó con una mujer de renombre y codiciada por muchos, su nombre obtuvo el prestigio de ser un negociante y de brindar ayuda a los huérfanos.

Pero todo ese dinero y honor vinieron de su esposa, del único título del cual podría jactarse es de ser el subdirector de ese orfanato, un orfanato que le dejaron como herencia a Fukuzawa y a él, un sitio en donde derramaron todo su conocimiento y se propusieron a mejorar el estilo de vida de todo aquel que pusiera un pie adentro.

Pensar en ese sitio llenaba de calor su corazón, un calor que ardía. Para Mori, todos los niños de Gou Jia eran como sus hijos, incluso los quería más que a su propio hijo biológico, porque en los ojos de Rampo solo podía ver reflejado ese tono verde esmeralda característico de su esposa, sin embargo, en los huérfanos podía ver todo lo que Fukuzawa y él construyeron a lo largo de los años.

La gran pregunta que lo asediaba cada vez que regresaba a su hogar era:

¿En realidad me arrepiento?

Si no se hubiera casado y conseguido esa cantidad de patrocinio todo se habría acabado, tanto los huérfanos como los catedráticos habrían acabado en la calle sin donde caer muertos. Quizás algún comerciante los convertiría en esclavos de trabajos forzosos o sexuales y los exportaría a otros lugares.

La felicidad de muchos a costa de la suya le parecía un buen trato. Tanto Fukuzawa como él dejaron cosas importantes de lado por tal de tener un futuro, o al menos así lo había pensado.

Mori fue a tientas hasta la sala de estar. Prendió una pequeña vela y se sentó en el sillón más cómodo que tenía; en sus manos descasaba la carta que Dazai le consiguió después de mucho esfuerzo.

Sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas, habían pasado tantos años desde que se permitió llorar por este asunto que por un momento creyó estar otra vez en sus veintes.

—¿Está bien que haga esto? —Se preguntó a sí mismo. La única respuesta que obtuvo a cambio fue el eco de una casa vacía.

Mori no supo si la tierra temblaba o si solo eran sus nervios a punto de estallar.

Desde hace varios meses escuchó rumores que hasta entonces se negaba a creer. Chismes que involucraban una viuda que quería ser patrocinadora del orfanato, al inicio no pensó que fuera algo del otro mundo, esa no era la primera vez que mujeres solteras o viudas querían acercarse al director; incluso perdió la cuenta de la cantidad de veces que padres de familia que querían subir un escalón en las clases sociales llegaron a ofrecer a sus hijas como esposas.

En cada ocasión Fukuzawa se había negado, a él no le interesaban las relaciones diplomáticas ni de estatus, o las mujeres, Mori lo sabía mejor que nadie.

Por lo que, cuando Fukuzawa regresó de otro de sus viajes cotidianos con una pequeña rosa amarilla dentro de su equipaje fue como si el mundo se derrumbara sobre él. En ciertas regiones se acostumbraba a dar ese tipo de obsequios como una muestra de amor y aceptarlo era equivalente a admitir los sentimientos de la otra persona.

El monstruo que se esconde bajo la cama -Shin SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora