18: Amar sin decir 'te amo'

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En torno a él, Ryomen podía escuchar el murmullo de los árboles y los pinos. Un viento suave acarreaba el ulular de un búho cercano.

Abrió los ojos.

El mundo lucía distinto. No mejor ni peor, sólo distinto.

Sus mochilas estaban allí cerca, recuperadas de quién sabe dónde. Lánguidas cintas de fuego subían desde una fogata que se negaba a morir y apagarse. Y apoyado contra el tronco de un árbol se encontraba Itadori Yuji. Tenía los ojos cerrados y cabeceaba, mas no soltaba la lanza que abrazaba contra su cuerpo y en derredor no había señales de que se hubiera tendido en el suelo. Estaba haciendo guardia. Cuidándolo. Ese...

Ryomen apretó la mandíbula y no acabó el pensamiento. De pronto le pareció difícil pensar en él como un muchacho o un chico. ¿Cómo lo había llamado Yuna? Joven. Hombre.

A lo mejor un chico no hubiera podido defenderse y defenderlo de la forma en que hizo él.

Yuji cabeceó y estuvo a punto de irse de cara al suelo. Despertó con un sobresalto, se aferró a la lanza y trató de enderezar la cabeza. Parecía demasiado cansado como para despegar los párpados. Ryomen se preguntó qué día era. ¿Durante cuánto tiempo lo había cuidado Yuji?

Trató de pronunciar el nombre del joven, pero la voz no le salió. Tenía la garganta y la boca resecas. Sentía la piel hecha de arena. Por si fuera poco, cada músculo de su cuerpo estaba adolorido. A pesar de todo, no conservaba ninguna de las heridas de la pelea. Adivinó que Yuji había copiado su técnica de maldición inversa con ayuda de la lanza y los había sanado a ambos. Los malestares que sentía ahora eran producto de la fiebre, ecos del dolor que había experimentado en sueños. Probó a tratar de sanarlos y pudo hacerlo sin ningún problema. Yuji percibió el ritual y abrió los ojos.

—¡Sukuna! —Dejó caer la lanza y se apresuró en levantarse. Tropezó con la herramienta maldita, se fue de bruces, se levantó y llegó a su lado.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Qué día es? —preguntó Ryomen

—Es... —Yuji hizo cuentas en su cabeza—. Es domingo.

—¿Domingo? —repitió en un murmullo.

Domingo 11.

Las clases de Yuji...

Se levantó, se sacudió y tomó la muñeca de Yuji. Tenían que apresurarse para llegar a Tokio. No es que le importara mucho la educación formal de Yuji en la escuela de hechicería, pero le había dicho que estarían en Tokio para esa fecha y quería cumplir su palabra.

—Vamos. Tienes que volver a clases —le dijo Ryomen.

Yuji no se movió. Se quedó plantado en su sitio y los ojos se le llenaron de lágrimas. Sonrió. Una sonrisa forzada que no alcanzó a tocar sus ojos claros. La voz le tembló al hablar:

—Aún hay tiempo de volver a Tokio. Es domingo, pero es de madrugada... Solamente que... ¿De verdad vamos a volver a Tokio? ¿Vamos a volver los dos juntos? Es que... —Siguió forzando esa sonrisa triste en sus labios y las lágrimas le corrieron por las mejillas.

El corazón de Ryomen se desgarró de pesar. Nunca había visto una sonrisa tan triste y nunca había visto esa expresión en la cara de Yuji. No supo cómo, pero sospechó que era la causa de su infelicidad y eso le caló hondo. No deseaba hacerlo infeliz o verlo sonreír con esa terrible resignación. Quería verlo brillar e iluminar el mundo.

—¿Qué ocurre, Yuji? ¿Esto es porque te solté y te dejé caer?

—No, no es eso... Es que en sueños dijiste muchas cosas. Dijiste que... que en realidad no soy la reencarnación de Yuna. Así que sólo quiero saber... Yo... Aunque no sea su reencarnación... —Apretó los puños y los párpados. Las lágrimas gotearon desde su mentón hasta el suelo—. Si puedes aceptarme a pesar de eso, ¡yo... yo aún te quiero!

Ryomen le limpió las lágrimas y apoyó su frente en la de Yuji.

—No hay razón para llorar.

Absolutamente ninguna.

Lo encontró curioso: aunque no tuviera certeza de lo que ahora habitaba en el corazón de Ryomen, Yuji lo había cuidado de forma ininterrumpida durante más de 24 horas. Había tenido fe. Había orado con sus actos. Y durante la fiebre, Ryomen jamás había clamado por la reencarnación de Yuna. Nunca la invocó en esos términos. Lo único por lo que había rogado era por Yuji. Simplemente Yuji.

No podía mentir, sabía que echaría de menos la idea de Yuna. Pero, no importando lo mucho que rogara o llorara o desesperara o enfureciera, jamás podría tenerla de vuelta. Ella misma se había despedido con una sola y definitiva palabra —adiós.

—No importa que no seas su reencarnación —le dijo Ryomen—. Aún voy a llevarte a Tokio para tus clases, aún voy a comer lo que sea que prepares para mí, aún voy a casarme contigo. —Le acarició el sitio debajo de los ojos donde había tenido las marcas—. Mi corazón aún tiene claro lo que quiere, Yuji. Yuna me mantuvo vivo durante todos estos siglos, es verdad, pero también es verdad que tú volviste a unirme y a recordarme lo que algún día fui, lo que podría ser. Aunque me faltaran los ojos y no lo supiera, nunca me había sentido tan entero como estando a tu lado.

Quizá debería regresarle a Yuji sus propias palabras: si estaba dispuesto a aceptarlo a pesar de todo lo que arrastraba tras de sí, Ryomen quería entrelazar su vida con la de él —de ahí hasta que el alma de uno de ellos pusiera punto final y dijera adiós.

Yuji lo abrazó. Las lágrimas que le corrían por el rostro no eran de tristeza, sino de felicidad.

Los ojos del rey (JJK SukuIta ff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora