Capítulo 2

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Sabrina Moore

La música reverbera en la discoteca, martillándome el cráneo mientras me aferro a la mano de Maximiliano. La multitud se mueve a nuestro alrededor como un oleaje errático, pero todo en este lugar tiene el mismo hedor: sudor, licor barato y la desesperación de quienes buscan olvidar.

Le sonrío, como hago con todos los que me observan como si fuera un objeto a conquistar, un trofeo de una noche. Pero mi mente está a kilómetros de aquí, calculando cuánto me tomará drogar a este idiota y salir corriendo de este antro de mala muerte.

Llegamos a la zona VIP, una pequeña burbuja de exclusividad con sofás de cuero y luces más tenues. Me acomodo a su lado, fingiendo coquetería a pesar del dolor que Gabriel dejó en mi cuerpo tras el incidente en el avión. Siento los músculos tensarse al recordar su mano dura y el peso de su voz diciéndome qué hacer.

—¿Te gusta el lugar? —pregunta él, mirándome como si evaluara cada centímetro de mi piel.

—Es lindo —respondo con una sonrisa superficial, como un autómata bien entrenado.

Se inclina hacia mí, acercándose lo suficiente como para que el leve olor a tabaco y colonia invadan mis sentidos. Entonces escucho un gruñido a través del pequeño auricular escondido bajo mi oreja: Gabriel está ahí, observando cada movimiento.

—¿Qué pasa? ¿Quieres besarme? —bromeo, inclinándome más hacia él. Mi tono es juguetón, pero mi mirada está llena de intenciones calculadas.

Maximiliano parece sorprendido, sus mejillas se tiñen de un leve rubor. ¿Cómo alguien tan ingenuo puede estar en un mundo como este? La ternura que siento es efímera, casi inexistente, ahogada por la conciencia de lo que tengo que hacer.

—Tal vez —dice, casi tímido.

—No dejes que te bese. Mantén las cosas bajo control, Sabrina —susurra Gabriel en mi oído. Su voz es una orden firme, cortante.

—No me gustaría que pienses mal de mí —añade Maximiliano, aunque sus ojos dicen lo contrario.

—Hipócrita. Solo quiere meterte lo que lleva entre las piernas —murmura Gabriel, el desprecio en su tono es inconfundible.

Pero Maximiliano se mantiene tranquilo, su mirada es casi... sincera. Me obliga a preguntarme si realmente se engaña a sí mismo creyendo que es mejor que los demás hombres de este lugar. Alrededor nuestro, las otras chicas bailan con vestidos ajustados y sonrisas vacías, moviéndose entre los hombres borrachos que las miran con lujuria. Pero mi realidad es diferente; soy una herramienta, una pieza en el retorcido juego de Gabriel, sin escape.

—¿Cómo terminaste en un sitio como este? —pregunta Maximiliano, su voz perdiendo el tono superficial.

El recuerdo de mi madre firmando ese maldito contrato en una habitación oscura se desliza por mi mente. La sonrisa en su rostro cuando me vendió, como si entregara una mercancía dañada, sigue quemándome.

—¿Por qué te importa? —le espeto con una sonrisa fría—. ¿Acaso cambia algo?

Maximiliano sostiene mi mirada. El brillo divertido se ha ido; hay algo más en sus ojos, algo que no puedo identificar. Toma un sorbo lento de su bebida, sin apartarse de mí.

—Podemos estar aquí toda la noche, si hace falta.

Hace un gesto sutil con la mano y, de inmediato, los guardaespaldas comienzan a moverse. Los otros clientes son sacados de la zona VIP, dejando un inquietante silencio a nuestro alrededor.

Estamos solos.

—¿Qué planeas? —pregunto, sin saber si debo preocuparme o reírme de su intento de intimidarme.

Esclava del engaño [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora