Capítulo 36- Chino entrometido

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En la televisión pasaban un aburrido programa de concursos, típico de las tardes. Bostezando, aburrido por la obligada quietud a la que estaba sometido, Emmanuel hacía su tarea de matemáticas y vigilaba a YunKai que, sentado delante del aparato, parecía atravesarlo con la mirada, sin ver el dichoso programa.

—¿Quieres que cambie de canal, primo? 

—No. Está bien así. —YunKai hizo un gesto de indiferencia y miró de reojo su teléfono, que estaba abandonado en el sillón, a su lado, y había empezado a sonar. Era una llamada de un número desconocido, y no se molestó en atender. El teléfono pronto se silenció, y en su lugar llegó un mensaje. Emmanuel simuló que escribía, y le preguntó a su primo:

—¿No vas a atender el teléfono?

—No. —YunKai le echó una mirada indiferente a la pantalla, suficiente para leer el mensaje, que decía: «¿No piensas atenderme, maldito francés?». Eso sí llamó su atención—. ¿Y ésto? 

Emmanuel dejó el lápiz a un lado, extrañado por la pregunta: su primo había levantado el teléfono y lo observaba con la boca abierta. Cuando volvió a sonar casi se le cayó de las manos:

—¿Quién es…? —preguntó, aunque sabía que una sola persona en el mundo era capaz de decirle «maldito francés».

—¿Quién crees? ¡¿Se puede saber qué diablos te pasa ahora?!

—¿Jiang…? 

—¡Sí, tonto! Soy yo. ¿Qué demonios estás haciendo con tu vida, Tian YunKai? ¡¿Quieres matar a tu madre de un disgusto?!

YunKai no pudo reaccionar a los reproches de Jiang. Emmanuel lo vio separar el teléfono de su oído y cerrar los ojos, como si del otro lado le estuvieran gritando, y soltó el lápiz para apoyar la cara entre sus manos y no perderse nada de lo que estaba ocurriendo.

—¿Cómo sabes? ¿Quién te dijo…?

—Eso no es asunto tuyo. ¡Te estoy llamando porque quiero que reacciones! ¡Empieza a comer y déjate de estupideces, ¿entendiste?! Mañana volveré a llamarte, ¡y que no me entere de que no me obedeciste! —Jiang colgó el teléfono, y YunKai se quedó frío.

Al día siguiente y gracias a Emmanuel, toda la familia sabía del sorpresivo llamado, y Angeline vio un rayo de esperanza: su hijo había obedecido la orden de Jiang: fue al restaurante, le pidió a Philip una sopa de cordero, y se la tomó sin chistar. Los familiares a quienes les tocaron cuidarlo escucharon la llamada que comenzó a recibir todos los días a la misma hora, y en la que tenía que rendir cuenta de lo que hacía: si había comido, si había descansado bien, o si no había intentado meter las manos otra vez en el agua de los grifos. YunKai comenzó a despertar de su letargo, por lo menos para probarle a su expareja que no era tan débil como él creía, tal y como se lo decía en cada una de sus interminables sartas de reproches telefónicos:

—Ese chino cascarrabias… Me ordena que le informe lo que comí y cuántas horas dormí. Encima ni siquiera quiere decirme a dónde se fue. ¡Es insoportable!

—Jiang se preocupa por tí, hijo. 

—¡Pero me grita todos los días! ¿Te enteraste que también llamó al restaurante para preguntarle a Philip si yo le estaba diciendo la verdad con la comida? —Angeline hizo un gesto extraño, y a YunKai se le instaló la sospecha—. ¿También habló contigo…?

—Hijo… Es que…

—¡Mamá!

—¡No te enojes, Kai! Jiang quería saber si era cierto que seguías con la terapia…

—¡Ese chino…!

                          ***

Alain viajaba a Calais casi todas las semanas, para ver a su amigo. Lo encontró igual que las últimas semanas, confundido y furioso por las llamadas de Jiang, pero obedeciendo todas y cada una de las cosas que él le ordenaba hacer: estaba comiendo bien, dormía ocho horas, iba puntualmente a las sesiones de terapia y tomaba la medicación que le ordenaba su psiquiatra. Hasta había dejado de abrir grifos para meter las manos adentro, con el consecuente peligro de inundar su casa. Estaba trabajando cuatro horas diarias en la administración del hotel, y no se sentía cansado por ello. Pero estaba frustrado ante la actitud de su expareja: 

—¡Me tiene loco! ¡Todos los santos días llama por teléfono y me grita! Cada vez que le pregunto dónde está me dice que no se me importa, ¡y vuelve a gritarme!

Alain le dio un abrazo protector mientras lo llevaba con él a un sillón. Se sentaron muy juntos, como en los viejos tiempos, y YunKai apoyó la cabeza en su pecho mientras lanzaba unos suspiros que daban pena.

—Jiang es así, Kai. Si te llama es porque se preocupa, pero no tiene ni idea de cómo expresar afecto. 

—Él no siente afecto por mí. Si no no me hablaría como lo hace.

—¿En serio crees eso? Aún le importas, sino directamente ni te hubiera llamado. Pero molestarse en hacerlo, y todos los días… —Alain hizo un gesto negativo con la cabeza—, no creo que te haya olvidado…

YunKai no estaba tan seguro como su amigo: 

—No lo sé… ¡Maldito chino cascarrabias! A veces me dan ganas de no atenderle cuando me llama, pero extrañaba mucho su voz. Lo extraño, chèri…

—¿Sabes? —Alain peinó con los dedos los rizos castaños de su amigo, que ya le llegaban a media espalda—. Estoy seguro de que Jiang todavía siente cosas por ti. Ya lo conquistaste una vez, ¿por qué no lo intentas de nuevo?

Los antiguos poderes de seducción de YunKai estaban oxidados por falta de uso, pero seguramente aún estaban por ahí:  

—¿Crees que daría resultado…?

—No pierdes nada con probar, amor.

                           ***

La siguiente llamada de Jiang comenzó con sus habituales gritos, pero en vez del confundido silencio de YunKai recibió un saludo como los de antes, con aquella voz que tantas veces había acariciado sus oídos en sus noches de amor: un afectuoso ¿Cómo estás, chèri? dicho en un susurro que lo desarmó por completo. Ante su silencio, YunKai supo que no había perdido la capacidad de seducirlo aún a la distancia. Jiang quedó preso en la trampa que le tendió su ex pareja, pero tampoco hizo demasiada fuerza por soltarse.

—¿Me extrañas, chéri?

—Ni un poquito. ¿Fuiste al psiquiatra? ¿Qué te dijo? 

—Es una mujer. Una chica bastante joven y bonita…

—¡Estúpido francés! No puedes pasarte de listo con tu terapeuta.

—¿Por qué no? Si soy un hombre libre.

Jiang se quedó en silencio, con un ardor en la boca del estómago que le anunció que le había hecho mal el almuerzo. No quería admitirlo, pero estaba celoso. Unos días antes había recibido en el celular una foto reciente de YunKai, y verlo igual que antes, con su sonrisa, los ojos mirando a la cámara con picardía, el cabello al viento y una prenda que revelaba apenas las curvas de sus hombros, le había hecho dar un vuelco en el corazón. A ese maldito francés los años le habían sentado de maravilla. Lo imaginó rodeado de pretendientes, y tuvo que tomar un antiácido.

—Soy un hombre libre, Jiang. Y tú también, supongo. ¿Tienes novia? O novio, no sé…

Jiang ni siquiera se dio cuenta de su respuesta: «No tengo tiempo. Bastante tengo con la tienda de wontons». Distraído, le tiraba datos a cuentagotas, datos que YunKai atesoraba en su deseo por averiguar dónde estaba. Ya se había enterado que había vivido con unos coreanos y que ahora tenía un apartamento propio, aunque eso no le sirvió de nada. Una vez había dicho algo de Chinatown, y días atrás se le había escapado el hombre de su jefe. Ahora le había dicho que trabajaba en una tienda de wontons. YunKai ya tenía algo con qué trabajar para buscarlo.

Los enemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora