Capítulo 15: ¿Cielo despejado o nublado? || Parte 4

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¿Se había quedado dormida? Abrió los parpados, pesados como plomo. Todo estaba oscuro. La fogata estaba apagada. ¿Fogata? Por más que había insistido Igro se negó rotundamente a encender una.

Igro. ¿Dónde estaba? En el árbol dónde estaba recostado tallando una estatuilla no había nadie ni nada.

Apretó los ojos y volvió a mirar. Nada. Tampoco en los alrededores. Era extraño. Lo único que podía ver era el área alrededor de ella, más allá todo estaba negro como un vacío infinito. Pero Igro la hubiese despertado si algo sucedía cualquier cosa. No tenía de qué preocuparse, pues de seguro regresaría enseguida.

Juntó el ceño. La oscuridad se iba acercando, tragándose todo a su paso. La tierra, las raíces de los árboles y luego a estos. Lenta pero inevitable. Todo desaparecía. La angustia se asentó en su pecho. Debía huir, pero a dónde. Se puso en pie.

Miró a un lado y a otro, no había ni una luz. Además, no podía irse sin saber qué le ocurrió a Igro. Abrió la boca para llamarlo, pero ningún ruido salió. Intentó gritar con todas sus fuerzas y el resultado fue el mismo. Como si la oscuridad hubiese engullido también el sonido.

Jadeó por el esfuerzo.

Las sombras ya casi llegaban dónde ella. Pegó la espalda al árbol tras ella con la desesperación silenciosa escapando por su boca. Cerró los ojos. Era la misma oscuridad, pero algo más reconfortante.

Sintió como un par de brazos rodearon su cintura con una conocida calidez. *Igro*. La presión en su pecho disminuía a la vez que una mano subía por su abdomen y se detenía justo debajo de sus senos. La apretaba con algo de rudeza. El aliento se le perdía entre gemidos.

Abrió los ojos con parsimonia. El vacío se había detenido a menos de un metro de ella. Enfocó la vista. Había algo sobresaliendo. Un rostro humano bien conocido para ella. Rasgos jóvenes y afilados. Ojos grises, pero no férreos como el acero. Sin brillo ni vida se camuflaban a la perfección con la nada a su alrededor.

Enarcó las cejas. —Igro —movió los labios, pero de nuevo no se escuchó. Si ese era Igro, ¿quién la sostenía? Inclinó la cabeza hacia abajo donde unos brazos esqueléticos arrugaban la tela de su ropa. Los dedos largos amenazaban con irrumpir en su intimidad.

Abrió los ojos como platos y los devolvió de golpe al rostro de su amigo de la infancia.

—Despierta, chica —dijo antes de perderse en la oscuridad. Su voz no era como la recordaba. Esta era grave y melodiosa.

Una de las manos putrefactas le agarró el cuello. Se estremeció. La piel que se desgarraba y el saliveo justo tras ella le daban a su corazón miedoso el impulso que necesitaba para latir hasta el borde del colapso.

Su grito rompió el sepulcral silencio.

—¡Despierta!

Mana abrió los ojos y se sentó de golpe. Las gotas de sudor frío caían sobre su falda. Su respiración salió entrecortada a la vez que su corazón galopaba a toda velocidad. Una amargura insistente se había quedado en el vacío que sentía en su pecho, subía por su garganta y le daba un sabor bien conocido a su boca. Estaba aterrada.

Pasó una mano por su frente. Se forzó a respirar con normalidad. No cerró los ojos, pues la pesadilla podía estar allí esperando. Miró el agua frente a ella, tan tranquila. Tragó saliva. Su garganta se había quedado seca. Se hubiese tomado medio lago.

Abrió la boca para dejar salir los últimos suspiros temblorosos. Ya estaba.

—Sólo ha sido un mal sueño. Es todo —se dijo a sí misma.

Dioses. Ya estaba a punto de anochecer. Se había quedado dormida en la orilla del Lago Verde mientras esperaba. Llevó una mano a su pecho para sentir como su corazón aún no olvidaba la pesadilla. A ese le iba a tomar un rato más pasar el susto.

La hierba crujió tras ella y su ya alterado corazón casi se le sale por la boca. Retumbaba tanto que era lo único que escuchaba. Iba a explotar. A lo mejor era uno de esos sueños dentro de otro sueño. No perdió el tiempo para comprobarlo, torció el torso hacia atrás. Su corazón se detuvo tan abruptamente que bien podría haber muerto por un milisegundo. Volvió a latir desbocado, pero esta vez no era de miedo. ¿De qué era?

Una imponente figura de escamas y ojos azules la miraba desde arriba. Le quitó el aliento esos gloriosos pectorales y el valle cuadriculado a la perfección justo debajo. Un placer culpable la inundaba y sacudió la cabeza para reaccionar.

Sus nervios habían desaparecido. Qué fuese él monstruo que emergía de las sombras no le daba miedo, sino alivio.

Mana se puso en pie. Apretó los puños a ambos lados. La alegría de verle era rápidamente desplazada por todo el tiempo que la tuvo esperando. —Es bueno verte —dijo Mana por lo bajo. ¿Qué diablos? Tenía intenciones de recriminarle. ¿Qué fue eso qué salió?

El dios se quedó callado con una ceja enarcada.

¿Pero qué actitud de mierda era esa? Después de tanto tiempo esperando, así era como respondía. La sangre le hervía hasta el punto de la ebullición.

—¿Qué haces aquí? —preguntó el dios sin más.

Mana arqueó las cejas. *¿En serio? ¿Qué te parece? * — Te dije que quería verte —contestó en su lugar. Estaba bajo algún poder misterioso. Eso tenía que ser. Sus palabras no acompañaban lo que pensaba y su pecho estaba latiendo a un ritmo desconcertante, pero no dolía ni angustiaba. Diablos, era...como...ni idea de cómo describirlo. ¿Inquieto quizás?

Al dios debía de dolerle ese hueso encima del bendito ojo azul brillante, pues no lo había bajado desde hace un buen rato. Pero no decía nada, ¿esperaba algo? Mana se forzó a apartar la mirada para ver por encima del hombro como el sol se escondía tras la cordillera. En ese pequeño momento, tomó aire por la boca y lo liberó. Decidió que devolver la vista a él sería un grave error.

—Ya es algo tarde. —dijo cómo si no hubiese estado en lugares peores de noche —. Regresaré mañana. A la misma hora que siempre.

El dios entornó los ojos sobre ella, pero no esclareció su presencia mejor que hacía un mes atrás.

Se le cortó el aliento por un instante. Tuvo que ordenarles a sus piernas que se moviesen para ir hacia la derecha. El primer paso pareció imposible. Él ni se inmutó, sólo la siguió con la mirada.

—Eh. Hasta mañana, supongo —se despidió Mana sin idea de si levantar la mano, mover la cabeza, decir algo más o simplemente irse. Al final entre el conflicto mental optó por directamente marcharse. La profunda presión que sentía en su espalda solo podía ser de la taladrante atención del dios sobre ella. No la dejaba siquiera darse la vuelta. La tenía rígida como si le hubiesen metido una flecha por el...

Entró de nuevo en el bosque dejando atrás el lago y lo que había estado esperando por tanto tiempo. Intentaba contener una sonrisa mientras su pecho liberaba la presión que lo oprimía.

***

El dios observó cómo la humana se perdió de vuelta en el bosque tintado de reflejos naranjas. No sabía qué bicho le picó para ir hasta allí, pero ya no había vuelta atrás.

Frunció el ceño y ladeó la cabeza para observar una onda en la apacible agua del lago.   

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El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora