"Oh mi querida luna, un deseo para ti tengo"
"Dime, querido inventor, ¿Que deseas?"
"Deseo la felicidad, deseo encontrar lo que no he podido"
La luna meditó un poco.
"Si tu algo por mi haces antes"
"Lo que sea" respondió Aoba.
"Tu que con tus manos creas, hazme un hijo, ya que yo no puedo concebir, pero me gustaría tener alguien para mí, un pequeño al cual amar, que no sea humano y pueda siempre cuidar"
Mirando a la luna hizo una promesa, le haría un hijo a cambio de la felicidad. Y así, el inventor de cabello azul puso mano a la obra. Al bosque salió y ahí buscó cada pequeña pieza con la cual crearía al hijo de la luna. Cuarzo rosa para sus ojos, así su mirada curaría a cualquier que la contemplara. Piel blanca, tan blanca como el hueso, así sería resistente y resplandecería. Cabello hilado con el brillo de la mismísima luna, para que tuviera algo de ella. Un poco de carmín para sus hermosos labios. Y, al final, un alma creada con anhelo, trabajada con amor y tejida con ternura.
El inventor comenzó a tallar una a una las partes del precioso cuerpo. Cada extremidad y parte fue meticulosamente creada, hecha a la medida, imaginada con perfección. Cuando su cuerpo estuvo listo, le dio esos ojos de cuarzo, puros, rozados. Con amor colocó cada una de sus pestañas hechas con un poco de roció nocturno. Y luego, uno a uno, su cabello fue cosido con esmero y amor. Poco a poco la maravillosa obra iba tomando forma, poco a poco un ángel era creado por un humano. La luna miraba complacida a su futuro retoño, sería perfecto, no sería humano pese a ser creado por uno. Los humanos tienen la cualidad de crear perfección a partir de su perfección, quizá si no fuesen tan codiciosos lo hubieran notado hace mucho tiempo.
El inventor siguió trabajando día y noche y sin cesar hasta que lo terminó. Su obra era bella, era perfecta. Sin embargo, carente de algo esencial. No vivía, era hermoso como una mariposa, sin embargo muerta y clavada en la pared. Aoba, no se dio por vencido y comenzó a leer entre los libros de su biblioteca algo, algo que pudiese ayudarlo a darle vida al hijo de la luna, a su preciosa creación, que incluso podría decirse era más hermoso que la mismísima afrodita.
Entonces, encontró en un libro que la vida a veces surge del pensamiento mismo, como cuando alguien concibe una idea.
El de cabello azul se acercó su marfilado ángel y le susurró "Clear, vive" con un deseo tan intenso y real, que entonces, abrió los ojos. Ahora tenía nombre, su nombre era Clear, el hijo de la luna.
El hijo de la luna, vivo, tenía el brillo más singular, nadie hubiera podido imitarle. Pero, ahora había otro problema, no hablaba, no decía nada. ¿Por qué sería? Aoba intentó el mismo método con el cual le dio la vida, sin embargo, el mismo truco no suele funcionar dos veces. Pensativo intentó buscar una nueva solución. La luna quería que su hijo hablase y le cantase al mar como alguna vez ella lo había hecho. Aoba, sin saber qué hacer, tomó el viejo violín de su abuela y empezó a tocarlo, únicamente una melodía conocía pues él era un inventor, no un músico. Aun así la melodía seguía viva en su corazón por el recuerdo. Sus dedos agraciados de inventor tocaron con gran elegancia, mostrando nuevamente el deseo en su corazón, quería entregarle una voz, una que conmoviese a cuanto la escuchase. Fue tan intenso su deseo, que al llegar a la última nota de la canción un lamento derramó. Aoba le dio a beber una lágrima y entonces su creación hablo.
Clear tenía la voz más hermosa del mundo, cantaba cual ave, tenía una dulzura tan pura.
Aoba, poco a poco, mientras terminaba los detalles tomó cariño de él.
Pero sabía que, quisiera o no, debía entregarle su hijo a la luna, ese había sido el trato, el inventor experimentó un miedo a la perdida similar al que alguna vez sintió con la partida de su abuela.
Aoba comenzó a mentir, el ingenioso inventor siempre buscaba una excusa para no entregarle su creación a la luna, quien paciente siguió aguardando.
"Es que no he afinado sus cuerdas, le falta brillo, está mal cocido, debo pulirlo" y miles de pretextos más.
Pasó un año y la luna impacientada reclamó a su hijo.
El joven de cabello azul lloró amargamente, en silencio, no deseaba preocupar a Clear para que partiera libremente.
Y el día llegó.
La luna estaba a punto de llevarse a su hijo cuando notó que no podía. Resulta que por error había cocido su propia alma a la de Clear, el hilo se había mesclado. Estaba unido a él de manera tan profunda que si separaban ambos morirían. La luna entendiendo esto, le dijo.
"Como has cumplido, te concederé la felicidad, a mi hijo, pero, cuando llegue el tiempo volverán a mi"
El inventor vivió sus años humanos junto al hijo de la luna.
Al estar siempre a su lado el brillo en sus ojos nunca se apagó.
"Aoba... el brillo en tus ojos me recuerda a las estrellas"
"Porque cuando estoy contigo, me siento en la infinidad"
"Descansa, Aoba..."
Al cerrar los ojos Aoba se convirtió en una estrella, Clear murió con él, aunque en realidad no era una muerte, era un viaje. Clear volvió con su madre y Aoba se quedó a su lado.
Se dice que, aún viven, porque le deseo del anhelo con el cual Aoba le entregó la vida, jamás se apagó como el brillo de las estrellas, ellas están muertas pero siguen brillando en la oscuridad, quizá ellas también fueron deseos de gente que amo.
Pero esa, es otra historia.