Capitulo 27

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"Alma Rota"

El transcurso en taxi me mareó y si les soy sincera, apenas y recuerdo gran cosa de él. Me diviso aun con los ojos en la ventanilla y el olor a aromatizante de carro que hacía que mis sentidos rogaran por bajar el cristal. El taxista pasó en silencio todo el trayecto ajeno al agujero negro que habitaba en mi pecho y que, como no queriendo la cosa, poco a poco estaba consumiendo todo lo que había a su paso.

Una parte de mí pasó todo el camino deseando que Nolan subiera a Charlie y persiguiera al coche. Yacía, en un pequeño trozo milimétrico de mi corazón, la esperanza de que llegara diciéndome que si me quería, que no me reconstruyó para volverme a romper, que, de cierto modo, yo era la única flor que deseaba cuidar del jardín.

Pero la nuestra no fue la clase de historia de amor que muchos se imaginan, en realidad, la nuestra, solo sirve de inspiración para todos esos poemas que nacen heridos en el alma de un poeta cuyas manos temerosas no tienen la valentía de narrar sus versos por temor a revivir el dolor. Y yo, al igual que ellos, ni siquiera me atreví a escribir sobre Nolan en mi diario, creía firmemente que la clase de dolor que él me había provocado no se aliviaba con palabras, sino con silencios, de esos en los que, de cierto modo, me permitía recordarlo fingiendo que no lo estaba haciendo.

Al final del trayecto en taxi resultó que de nuevo me había perdido y que el camino de media hora se convirtió en dos y en un dineral que le tuve que pagar al chofer. No sabía con certeza como me regresaría a la casa de verónica después de aquel último destino, ni mucho menos me quería poner a pensar en la idea de la bomba que me destruiría cuando volviera a poner un pie en a su puerta, si es que llegaba a querer recibirme.

Por tan solo aquel pequeño lapso de tiempo en que me dispuse a renegar bajito por el costo y a bajarme del coche con el equipaje en la mano, me limité a respirar, a solo existir, a dejar a un lado todos aquellos pensamientos que de a poco me estaban consumiendo. Sabía que el alma me ardía y se me estaba envenenando la sangre, así que solo tomé aire, y me dediqué a olvidarme, en aquel último destino, del mal que me atacaba.

La dirección que marcaba la carta era una pequeña casa en una calle larguísima que poseía toda una hilera de más casas iguales. El cielo sobre mi cabeza se nubló y el taxista a mi espalda arrancó antes de que lograra digerir donde me encontraba. Dude por un segundo si el lugar era el indicado, pero todos los datos coincidían con los que me había dado Nicolás.

Apreté mis manos para ganar fuerzas y comencé a caminar hacia la puerta café que hacia contraste con la pintura blanca de la construcción. Al mi alrededor, en el patio, el suelo estaba tapizado de un césped verde que resaltaba y unas cuantas flores bien cuidadas que en otro momento me hubiera detenido a ver.

Llamé a la puerta un par de veces, intentando no verme extraña con una maleta en la mano. Apreté el bolso que colgaba de mi hombro cuando se tardaron en atender y volví a tocar.

― ¡Ya voy!

Anunció una mujer del otro lado de la puerta y sus notas fueron como aquella nevada que llega de sorpresa y congela los pies.

Me quedé allí en la entrada, como una piedra, con un nudo en la garganta y las manos hormigueando con una mezcla de emociones que no sabría describir, mientras mis ojos veían atentos como se abría la puerta.

―Oh, perdone la demora, pero es que dejé la comida en el horno y....―la disculpa murió al encontrarse con mi mirada y yo me concentre en aquellos labios iguales a los míos. Su voz seguía siendo la misma y en su mirada me encontré con un brillo que me dio esperanza.

―Moly―pronunció mi nombre como si no creyera que fuera yo la que estuviera ante su puerta.

―Mamá.

Un viaje al universo de tus labiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora