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Escucha un sonido de ambiente, es como si hubieran prendido el aire acondicionado y eso causa que sienta un poco de frio, abrazandose más al otro cuerpo. Suspira cuando escucha los latidos en su oído y siente calma, la suficiente para sonreír entre sueños y relajarse. Luego mueve una pierna y se entrelaza con las otras, al instante su cuerpo combinando perfectamente en una posición que la tranquiliza.

Un momento.

¿Desde cuando duerme con otra persona? Oh, quizás Milk se quedó con ella anoche, o incluso puede ser Ciize, en fin, no abre los ojos y sigue tratando de dormir.

Pero comienza a sentir caricias en su espalda, como unos dedos agiles la recorren en un zigzag suave. Yoko vuelve a suspirar y se abraza más a, quien ella cree, Milk.

—Esto deberías hacerlo con tu esposa—murmura Yoko, su voz saliendo ronca.

—Pero ya eres mi esposa.

Yoko niega aún con sus ojos cerrados. —Hablo de Love, si se entera que estamos así me matará.

—Yo mataría a cualquiera que se atreva a tocarte.

Yoko siente como las caricias paran, reemplazando por una palma que la abraza más cerca. Milk está bastante posesiva con ella, no debería seguir así.

—Milk, hablo en serio, esto no está bien pero estoy comoda, dejemoslo así un poquito más.

—¿Quien es Milk?

Sólo entonces Yoko nota que la voz de su amiga suena diferente, y que huele distinto. Milk suele oler a vainilla, pero esta persona huele a cigarillos y un perfume que no sabe identificar. Tambien el cuerpo es otro, su compañera es más delgada, no así de gruesa y con pechos tan notorios.

Yoko abre los ojos, no le importa que le duelan por la luz de la ventana ahora mismo, ella está más preocupada por saber quien es la mujer que la abraza.

Al mismo tiempo que lo hace, se aleja lo suficiente para estar sentada y solo entonces mira a la otra persona.

Se trata de una mujer de cabello largo y negro, que la mira sin entender, que tiene puesta una camisa negra un poco abierta que deja ver la piel bronceada de su cuello y pecho. Una mujer atractiva, con rasgos maduros que le causan escalofrios.

Yoko debería ponerse de pie y correr lejos, exigir respuestas y mandarla a la mierda por aprovecharse de ella, por atreverse a tocarla.

Pero no lo hace.

En su lugar intenta decir algo, pero la ve sentarse y usar una mano para colocarla en su mejilla, para mirarla con las cejas juntas e inspeccionarla como a un ser extraño.

—¿Estás bien?

Yoko no lo está.

—¿Quién eres?—le pregunta en un susurro, uno que deja saber lo perpleja que está.

—Faye, tu esposa—responde ella como si fuera obvio—. Oh, no lo recuerdas, ¿cierto?

Yoko niega lentamente, viendo como Faye sonríe y niega al igual que ella. Le gusta ese gesto. Esa sonrisa. Quiere verla de nuevo.

—Sabía que no lo harías.

La castaña tiene muchas preguntas ahora, demasiadas, como por qué está usando una camisa blanca sin sostén, por qué está en una habitación que no es de su hotel y por qué está casada con Faye.

—¿Quieres desayunar?—acaricia su cabello con una mano y aún mantiene la otra en su mejilla—. Pide lo que quieras, mi cocinero lo hará para ti.

—...

—Te explicaré todo, ¿bien?—y se acerca hasta dejar sus labios posados sobre su frente unos dos segundos, sin saber todo lo que eso causó al corazón de Yoko—. Arreglate y te vengo a buscar en unos minutos, tengo algo que hacer.

 Arreglate y te vengo a buscar en unos minutos, tengo algo que hacer

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gangsta | fayeyokoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora