8. Zaira La Sirvienta.

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¿Trabajo de limpieza o trabajo de sirvienta?

Zaira.

—¡No puedo con él, catire mamaguevo ese, es que no puedo! —dije, agitando las manos en el aire con frustración—. ¡Ese chamo está loco, James! ¿Cómo es posible que con solo decirle "misa" al director va a hacer que este me regañe y de paso llame a mi mamá para decirle que la que empezó fui yo? ¡No, la vaina no es así!

James sonrió ligeramente, acostumbrado a mis ataques de arrechera.

—Te recuerdo que el gringo este no entiende el léxico —intervino Dixon, acercándose al centro de los asientos, quedando entre nosotros.

—Es que no es justo, de pana el mamaguevo ni un regaño tuvo. ¿Y quién se llevó todo? ¡La pajúa de aquí, un aplauso vale! —hice un gesto de desdén—. No, sí, porque el hijueputa es un angelito.

James negó con la vista fija en la carretera, intentando no reírse.

Bufé y tomé su mano libre para hablarle.

—James, por favor, quítame a ese demonio de encima.

Aceleró un poco, tratando de calmarme con su tono tranquilo.

—Yo estoy haciendo todo lo posible para que vuelvas a las clases conmigo, nena. Lo que tienes que hacer es demostrarle que no te afecta mientras estás en su clase.

—Mientras tanto, tú no le pares a ese carechimba —aconsejó Dixon en español, y lo miré con atención—. Que se ahogue en su propio veneno, hazte la bruta.

—Lo que me provoca es meterle un coñazo, un tatequieto, o no sé, porque no soy naguevoná —sonreí levemente al recordar cómo le había lanzado los libros—. No puedo evitar arrecharme. Ese marico me saca de quicio.

James soltó una carcajada.

—Dios, no entiendo nada, pero tus palabras me hacen reír.

Sonreí al mirarlo.

—Voy a convertirte en un Grin-zolano.

—¿Grin-zolano? —preguntó antes de mirarme por un instante con sus brillantes ojos azules.

—Un Gringo Venezolano —respondí antes de estallar en carcajadas con Dixon y él.

—Con Colombiano —agregó Dixon.

—Claaaaro, multicultural —dije, y volvimos a estallar en carcajadas.

—Y a todo esto —preguntó James— ¿Qué hace Dixon acá?

—Obviamente lo mismo que tú, llevando a la niña a su primer día de trabajo —respondió el colombiano relajado—. Yo conseguí este trabajo para ella, pero con quién me contacté me dijo que eran algo déspotas y eso no me gusta, hay que cerciorarse.

—Nena, si algo no te gusta de ese trabajo, o si te llegan a tratar mal, tú renuncias.

—No, no —bajé el espejo de mi asiento para recogerme el cabello en una cola de caballo—. He estado fuera de Venezuela por más de cuatro años y me ha tocado trabajar duro desde que era menor de edad, pero nunca me he rebajado ni he permitido que me rebajen y me humillen.

Ambos me miraron por un segundo.

—No soy de las que se arrastran para poder sostener un trabajo o tener aceptación de las personas, pero veré como es el trabajo, porque en serio lo necesito para pagar el arriendo, los servicios y por Sirius.

—¿Qué tiene tu perro? —preguntó Dixon.

—Él no es el perro más grande del mundo, pero si es más grande que Lupi, Akira y Lambi y a eso sumen lo hiperactivo que es.

Más Allá De Las Fronteras. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora