Cinco años después de Amanecer, las cosas parecen ir relativamente bien tanto para la familia Cullen como la manada de los Quileute.
Sin la amenaza constante de Aro y el resto del clan Vulturi, se podía respirar la paz y la calma en el ambiente.
...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
ESA TARDE, TRAS SALUDAR A BILLY, Noah se dirigió directamente a su habitación y cerró la puerta con un ligero suspiro. Había tenido un día inusualmente largo, y aunque su cuerpo agradecía finalmente estar en la comodidad de su hogar, su mente estaba lejos de encontrar descanso.
Se dejó caer en la silla de su escritorio, repasando mentalmente la lista de pendientes que debía resolver. Había tareas de trigonometría, un ensayo para literatura y una lectura que debía avanzar, pero en cuanto intentó concentrarse, su mente se desvió irremediablemente a la misma dirección en la que había estado divagando todo el día: Seth Clearwater.
No entendía qué era lo que le sucedía cuando estaba cerca de él. Había algo en la forma en la que la miraba, en la calidez de su presencia, en esa cercanía que parecía completamente natural pero al mismo tiempo desconcertante. Era como si su cuerpo reaccionara a su cercanía de una manera instintiva, como si su mera presencia alterara su estado de ánimo sin previo aviso.
Lo más extraño era la sensación de seguridad. Ella nunca había sido del tipo que encontraba refugio en otras personas. Siempre había dependido de sí misma, confiando en su capacidad para manejar cualquier situación sin necesitar a nadie más. Y, sin embargo, cuando Seth estaba cerca, el peso de sus pensamientos se aligeraba, como si su sola existencia disipara la ansiedad que a menudo se acumulaba en su interior.
Noah frunció el ceño y se frotó las sienes.
— No seas ridícula — murmuró para sí misma.
Definitivamente, estaba dejando que su imaginación volara demasiado lejos. Todo esto no era más que una absurda sugestión. Algo sin sentido.
Sacudió la cabeza con determinación y se obligó a volver a su tarea. Sin embargo, después de leer el mismo problema de trigonometría tres veces seguidas sin comprender una sola palabra, aceptó con frustración que necesitaba algo para despejar su mente.
Se levantó de su silla y rebuscó en su mochila hasta encontrar su iPod y sus audífonos, esperando que un poco de música le ayudara a concentrarse. Pero en cuanto intentó encenderlo, la pantalla parpadeó con el molesto símbolo de batería baja.