Capítulo 29

55 8 6
                                    

Harry estuvo acostado en la cama de Henninger un rato, dormitando, hasta que empezó a dolerle demasiado para descansar. Abriendo los ojos con desgana, pasó un largo minuto mirando el bote de píldoras que Louis le había dejado. No había nada más tentador que un bote de analgésicos cuando tenías una legítima razón para tomarlos, pero no los tomó. En su lugar, se tambaleó fuera de la cama y salió a la sala principal para encontrar a Ross paseando y a Sears sentada mirando a su compañero con calma.

—Hola —dijo con voz áspera.

Ambos se miraron como si no hubieran esperado verle.

—No deberías estar levantado —advirtió Sears poniéndose de pie y dirigiéndose hacia él—. ¿Qué necesitas?

—Un trago fuerte —murmuró Harry, moviéndose para sentarse en un sillón.

—Yo estaría más cómoda si regresaras a la cama —le dijo Sears con dulzura, mirando a su compañero con intención.

—Que se siente allí, si quiere —dijo Ross con un gesto de la mano.

—¿Puedo tomar una copa, por favor? —preguntó Harry lastimosamente—. No me importa de qué. Agua del grifo, cualquier cosa.

Sears suspiró, aceptando el hecho de que Harry no estaba planeando escuchar y se dirigió a la cocina de Henninger con los tacones golpeando los suelos de madera y resonando en los techos abiertos. Comenzó a hurgar en el refrigerador cuando Ross se acercó a Harry.

—Entonces, la Oficina los envió por debajo del radar —dijo a Harry con evidente desdén—. ¿Porque pensaban que no podíamos manejarlo nosotros mismos?

Harry giró la cabeza con cuidado.

—Porque seis miembros del FBI ya habían sido asesinados o heridos —corrigió—. Tú no trabajaste en Baltimore en 2001, ¿verdad?

Ross resopló con tristeza, pero sacudió la cabeza en respuesta mientras se alejaba de nuevo, caminando sin descanso casi como Louis siempre hacía. Harry le miró con el ceño fruncido hasta que Sears salió con un vaso de líquido espumoso.

—Esto fue todo lo que pude encontrar, además de agua —dijo—. Es zumo de granada. Pensé que un poco de azúcar podría sentarte bien.

—Gracias —murmuró Harry, tomando el vaso y un trago largo—. Entonces, ustedes dos me están cuidando.

—Estamos desocupados por el momento, de todos modos —contestó Sears en voz alta antes de que Ross pudiera responder—. Si no estuviéramos aquí —prosiguió más suavemente mientras se sentaba en la mesa de café frente a Harry y cruzaba las piernas delicadamente—, estaríamos ahogándonos entre papeles.

Harry miró entre los dos con una sonrisa cada vez mayor. Ross hizo una mueca y empezó a caminar de nuevo.

—Adoro el papeleo —comentó, con los ojos brillándole un poco—. Últimamente, ojalá hubiera tenido más de eso y menos muerte y destrucción.

Sears extendió una mano y la puso sobre su rodilla con suavidad.

—¿Estás seguro de que no quieres estar en el hospital? —preguntó en voz baja—. Lo que pasó está en todos los medios. Podríamos poner un guardia. Tienes que tener mucho dolor.

—Cristo, Marian, deja al hombre en paz —resopló Ross—. Y deja de revolotear las pestañas —añadió malhumorado.

—No estoy haciendo tal cosa —respondió Sears tranquilamente mientras mantenía el contacto visual con Harry—. ¿Te dieron analgésicos? —preguntó.

Harry la miró fijamente y le mintió entre dientes sin revelar nada.

—Sí, ya tomé algunos. Y estoy bien. Sólo agotado.

Retirada (Larry Stylinson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora