Capítulo V: Sombras en el viento (III)

298 21 7
                                    

-¿Qué está pasando, Ragnarök? -Arskel escudriñó los alrededores, procurando cubrirse la espalda con el dragón negro. La hoguera que habían encendido aquella noche ya no era más que un montón de fríos troncos renegridos, pero Cayn, todavía soñoliento, consiguió conjurar una pequeña llama sobre la palma de su mano. Pese a la luz, no había nada a la vista. El bosque estaba en calma, demasiado tranquilo como para tratarse de una quietud natural.

-Es un dragón. -Ragnarök olfateó el aire con un mínimo movimiento de hocico-. Uno grande.

-¿Grande? -El joven frunció el ceño sin bajar la guardia ni un instante-. Es demasiado sigiloso para serlo.

-Hazme caso -insistió su compañero-. Uno pequeño no se atrevería a meterse con nosotros.

Arskel tuvo que reconocer que tenía razón, pero aun así había algo que no encajaba. Se concentró y se dispuso a susurrar un encantamiento. En realidad, no tenía por qué vocalizar el hechizo para que surtiese efecto, pero hacerlo le ayudaría a bloquear cualquier distracción.

-Oscuridad, apártate. -Al momento, el círculo de luz proyectado por la antorcha improvisada que había encendido Zenit se hizo notablemente más grande y devoró la penumbra a su alrededor-. Sombras, retroceded.

Nada. El chico escudriñó cuidadosamente sus alrededores y alzó la vista hacia el cielo. Ni siquiera una sola estrella parecía estar fuera de lugar. Todos los animales nocturnos guardaban silencio, quizá a la espera de algo, quizá por miedo, quizá por ambas cosas. De repente, una ráfaga de viento se coló entre los árboles, meciendo sus hojas, los arbustos y la hierba. El paisaje entero se convirtió en un ondulante mar verde oscuro. Excepto...

-¡Cuidado! -gritó Valkiria, señalando con la espada desenvainada un punto entre la maleza. Había visto lo mismo que Arskel: una mancha camuflada en perfecta sintonía con los colores forestales, pero que no ondeaba con la brisa. La muchacha se deslizó a un lado, escoltada por su dragona, e instantes después un criatura serpentina cayó sobre ella como un relámpago esmeralda.

-¡Fuera de aquí! -le gruñó Adrian a la bestia, corriendo a zancadas para socorrer a su amiga-. ¡No seas egoísta! -reprendió a Valkiria con una sonrisa-. ¡Si hay un dragón furioso, yo también quiero combatirlo! -La chica sacudió la cabeza, suspiró y se alejó de él, con lo que dividió la atención de la fiera entre dos frentes.

Se trataba de una bestia de cuerpo alargado y patas finas y elegantes, con la cabeza pequeña y el morro afilado. Contaba con una par de grandes alas membranosas y cuatro de menor tamaño, casi como aletas, repartidas a ambos lados de la interminable cola. Sus escamas pardas y verdosas hacían difícil distinguir dónde terminaba ella y dónde empezaba el follaje, aunque ahora, a la luz y habiéndola visto ya, Arskel era capaz de seguir sus ágiles movimientos.

-¡Daos prisa! -apremió al resto una de las compañeras de Zenit-. ¡Vámonos ya!

Arskel sacudió la cabeza, avergonzándose de su propia pasividad, y sin pensarlo convocó al agua del riachuelo cercano mientras Ragnarök se abalanzaba sobre el dragón salvaje. La corriente respondió a su llamada y un chorro lo suficientemente grande como para que pudiera hacer algo provechoso con él flotó hasta llegar a su lado. Frente a sus ojos, la pelea seguía. Valkiria y Adrian, junto con Ragnarök y sus respectivos dragones, trataban de contener al animal mientras los demás ensillaban a sus monturas y escapaban.

No quiere luchar, pensó Arskel al ver el estilo de combate de la criatura. La mayoría de sus ataques eran casi inofensivos, destinados a espantar a los intrusos en su bosque más que a herirlos. Tal vez pudiera explicarle que estaban dispuestos a dejarla en paz y marcharse si cesaba el combate.

El ladrón de dragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora