Capitulo 32. Una Huida.

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La besó con urgencia, le parecía que su cuerpo se prendía fuego. Hacía tanto tiempo, pensó él, tanto tiempo que deseaba probar sus labios, él no había experimentado nada como aquello un deseo tan desesperado, tan intenso, tan fuera de lo normal en su vida. Estaba acostumbrado a siempre buscar y obtener de inmediato lo que deseaba, pero con ella, la había deseado en silencio, sin saber si ella le correspondía o no.

La pasión inundó los sentidos de Grenor, la besó con necesidad, lo que en un inicio comenzó siendo algo ligero, suave, un hambre que no podía ser controlada, de repente se volvió más intenso, él colocó las manos en su cuello para acercarla más a su boca, para tenerla más junto a él, ella le correspondió con el beso, sus lenguas entrelazándose con pasión, con ardor. Deseó más que ella, su entrepierna estaba de acuerdo en que necesitaba más,, pero su conciencia pudo con él descontrol que sentía.

—Nala...— susurró con los labios pegados a los de ella, se alejó un poco para buscar algo de aire, su respiración estaba acelerada, y su corazón palpitaba a toda prisa. —no puedo hacer esto.

—¿Qué? —preguntó ella sin comprender nada, sus ojos estaban aún cerrados, sus labios pedían a gritos cerveza dos otra vez, Grenor dio un paso atrás y soltó su cuerpo prácticamente desnudo, cubierto tan solo por una bata delgadísima tela.

—Volvamos a casa. —dijo él sintiéndose como el más perverso de todos los hombres.

La mujer estaba borracha y él se había aprovechado de ella, comprendiendo que era muy probable que al otro día Nala no recordase absolutamente nada.

—Tú me deseas... ¿por qué no puede pasar? Lo veo, lo siento. — le preguntó ella con voz temblorosa. Ya no había ni sombras de las carcajadas y las risas que ella había estado soltando, los ojos de Nala lo miraban intensamente intentando comprender la razón de su lejanía.

Cosa que ni él mismo lo entendía.

Ella estaba ahí, después para complacerlo, dispuesta a dejarse llevar, pero muy en su interior Grenor sabía que aquello no podía ser real, que solo era producto del alcohol y quizás la soledad por la que Nala estaba atravesando.

—Nala, dame la mano antes de que te caigas y te des un golpe peligroso. —él extendió su mano pero ella no lo agarró. — Vamos a la casa.

—Aléjate de mí. —farfulló Nala y comenzó a caminar con dirección a la casa. Ella se abrazó a sí misma y pasó a su lado enfurecida.

¿Qué diablos le pasaba? ¿Es que no se daba cuenta que estaba intentando protegerla?

Ella no quería aquello, ella no quería estar con él así, ninguna mujer debería acostarse con un hombre estando completamente borracha, porque sus hormonas eran las que estaban guiando su cuerpo, eran las que estaban tomando las decisiones. Grenor se descubrió deseando que cuando ella quisiera estar con él fuera estando indiscutiblemente sobria.

Caminaron en silencio cada cual, en su mundo, Grenor intentando entender por qué había desaprovechado una oportunidad que había estado deseando encontrar desde hacía días.

Al llegar a la casa, Nala se fue a la cocina buscó un vaso con agua y Grenor se detuvo en la puerta a observarla,

—¿Qué me ves? —inquirió ella con tono apacible muy contrario al fuego que él había sentido al probar sus labios. —Tranquilo, no voy a morirme porque me rechaces, Grenor.

—Nala...

Él no sabía cómo explicarle que lo mejor era mantener las distancias por el bien de su hijo. Él no quería arruinar la relación, y le resultaba muy fácil no mezclar los sentimientos: él no confiaba en ella por completo y había muchas cosas que todavía desconocía sobre su relación con Dara, pero eso no le restaba importancia al hecho de que con otra mujer era muy probable que él ya estuviese montándola en la playa, obviando el hecho de estar borracha, obviando el hecho de que no fuese buena idea.

Una noche en Grecia (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora