Capitulo Tres

148 35 0
                                    



Esa misma noche, después de las nueve, llamaron a la puerta de la casita de Fluke en Kihei, a unas manzanas encima del mar y en un barrio residencial sin turistas. Él miró la puerta con el ceño fruncido, como si se hubiese convertido en un monstruo que rugía.

Su acogedora casa de dos dormitorios estaba distribuida en un solo plano acristalado. Por eso, no tenía que levantarse del sofá de la sala, donde tenía unos jarrones distribuidos por la mesita baja, para ver que la figura que estaba detrás del cristal ahumado de la puerta no podía ser ni su tía ni su tío ni ninguno de sus amigos. Era demasiado alta y compacta.

Evidentemente, era él. Además, la llamada había sido brusca y exigente, nada amistosa.

Apretó los dientes y se arrepintió de haberse puesto la ropa cómoda de estar en casa después de haber acostado a Demian hacía unas horas. Los chándal de yoga y la camiseta no eran la coraza adecuada contra Ohm cuando todavía podía sentir su boca, cómo lo había paladeado y tentado y excitado, cuando lo había dejado con ese fuego por dentro que había llegado a convencerse, durante los últimos seis años, que solo era producto de su imaginación. Había resultado que su imaginación era muy real. Tan real que parecía como si la entrepierna se le endureciera solo de pensar en él en ese momento. Además, notaba esa palpitación en el vientre que solo Ohm había despertado en él.

Se levantó a regañadientes y miró hacia la puerta entrecerrada de Demian, pero sabía que su hijo podría quedarse dormido en un concierto de rock. También sabía que si Ohm había encontrado la dirección de su casa y se había presentado allí a esa hora, no pensaba marcharse tan tranquilo porque él no hubiese contestado a la primera llamada.

Él llamó otra vez, con más fuerza, y Fluke resopló mientras cruzaba la habitación. Se pasó una mano por el pelo y deseó ser de verdad aquella persona fría y pragmática que había conseguido fingir que era; la persona que podía hacer frente a cualquier cosa sin inmutarse, aunque el padre de su hijo reapareciera en su puerta; la persona a la que le daba igual el aspecto que tuviera en esa circunstancia. Esa persona no existía, el solo era un hombre de carne y hueso que solo fingía ser como esa persona.

Se preparó y abrió la puerta.

Ohm estaba en el escalón más

bajo y parecía más alterado y peligroso que en la terraza del señor Fuginawa. La oscuridad recortaba los perfiles de las cosas. Hacía que Ohm pareciera despiadado y poderoso. Lo miró fijamente, con un gesto serio e intenso, y Fluke se alegró, injustificadamente, de que tuviese las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros, como si fuese más seguro por eso cuando él ya sabía que no era así. Debería tener un aspecto desaliñado, llevaba vaqueros y la camisa por fuera, pero parecía un ejemplo práctico e impresionante de lo que era un vástago de una familia acaudalada que, además, resultaba ser, a su relativamente corta edad, el consejero delegado, famoso en todo el mundo, de distintas empresas.

Aunque él no había seguido por Internet sus logros empresariales ni nada por el estilo...

Cruzó los brazos y se quedó en la puerta. No lo invitó a que entrara y tampoco le importó especialmente que los todos vecinos de su pequeño callejón sin salida estuviesen mirando la escena desde sus ventanas. Si acaso, eso le daba el valor que necesitaba para afrontar la situación. Tenía que ser gélido. El ardor no podía alcanzarlo, ni siquiera el de él.

–No recuerdo haberte invitado –dijo con frialdad.

Le había invitado a que se fuese al infierno y no se había dado la vuelta para comprobar si le había hecho caso. Había conducido tan deprisa por el camino del señor Fuginawa y por el que llevaba a su casa que los bajos de su coche habían rozado el suelo más de una vez.

Ira y engañoWhere stories live. Discover now